Finalmente la Argentina votó en contra de Venezuela en la ONU. Respaldó el informe por violaciones a los derechos humanos presentado por la ex presidenta de Chile y Alta Comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Michelle Bachelet. El trabajo de Bachelet relata una larga lista de cruentos abusos de las fuerzas estatales. Y para no escapar a la complejidad del tema, hay que partir de la base de que alguna dosis de sustento tiene.

El proceso venezolano tuvo un giro autoritario a fines de 2015. El chavismo perdió la elección de medio término y la oposición que siempre fue golpista siguió en la misma senda. El plan era derrocar a Maduro con un juicio político en el Congreso, al estilo Dilma Rousseff. La respuesta del chavismo fue crear la Asamblea Constituyente y ponerla por encima de la Asamblea Nacional. En la Constituyente una porción de los escaños es sólo para organizaciones sociales. El resto se distribuye entre los partidos políticos según los votos que saquen. Esto le garantiza al chavismo una mayoría absoluta porque todas las organizaciones sociales son chavistas.

Sin duda fue una forma de burlar la voluntad de la mayoría de los votantes. Y vuelve muy complejo el escenario. Mientras Chávez estuvo vivo y empujó un enorme proceso de transformación social, el autoritarismo estuvo siempre del lado de la derecha.

Hubo pocos momentos en que el sector más democrático del antichavismo se impuso sobre los extremistas. Uno fue en la elección de 2012 en la que Capriles sacó 46% y Chávez 54%. Capriles, hay que recordarlo, había participado del fracasado golpe militar de 2002 pero luego modificó su postura.

El drama venezolano, si se lo debate con honestidad, lleva a preguntas tan sencillas como incómodas. ¿Las prácticas autoritarias son condenables cuando las hace un gobierno de derecha y deben disculparse si las hace uno de izquierda y viceversa?

Hay razones geopolíticas que podrían justificar desde el pragmatismo la posición argentina. El gobierno del Frente de Todos está rodeado en la región. Bolsonaro, en Brasil; Piñera, en Chile; Lacalle Pou, en Uruguay. Y ahora hay que encarar una negociación con el FMI por la deuda más grande de la historia con ese organismo (50 mil millones de dólares). La recibió Macri y le fue otorgada con el objetivo de lograr su reelección. El FMI lo maneja Estados Unidos. Y los temas geopolíticos son más importantes que los planes de ajuste. Para los americanos, un punto más o menos del PBI de déficit o superávit son cuestiones conversables. Los conflictos geopolíticos generan más rispidez.

Se suma el tema boliviano. Argentina jugó fuerte contra de la posición de EE:UU y de los gobiernos de derecha de la región. No sólo no reconoce a la presidenta de facto Áñez sino que Evo Morales está asilado en Argentina. Quizás se evaluó que en el tema venezolano había que mover una ficha más cercana al otro lado para mantener un equilibrio en post de los otros temas que hay que negociar. No son cosas que no hayan pasado en anteriores gobiernos kirchenristas, con medidas como la ley antiterrorista. La política siempre implica tragarse sapos para lograr otros objetivos. Y la política exterior para los países periféricos, como Argentina, tiene muchos más sapos en el camino que otra cosa.

Simplificar el asunto en nombre de la creación de una consigna lineal y romántica, no ayuda al intento de una descripción minuciosa.

Es cierto que hubo un giro autoritario en Venezuela a fines de 2015. Y  ese giro pudo haber traído violaciones a los derechos humanos. Desde esa perspectiva, el voto argentino podría entenderse. Un argumento posible sería que se condena tanto a Bolivia como a Venezuela. Que no se ideologiza el rechazo a estas prácticas.

Pero el dilema no es este. El tema tiene una faceta más complicada. En Venezuela no se enfrenta un sector democrático con otro autoritario. El objetivo de la derecha no es la convivencia sino la desaparición del chavismo. Y en este momento ese proyecto apuesta a la intervención militar extranjera porque no logra quebrar la lealtad del ejército con el gobierno. Los americanos tienen siempre sobre la mesa la carpeta de la opción militar para Venezuela, por el petróleo, entre varias otras riquezas naturales. Todo lo que ayude a crear excusas para una intervención militar extranjera es delicado. La condena por violaciones a los derechos humanos,  aunque tenga cierto sustento, esto es complejo, forma parte de un clima general. En la votación de hoy en la ONU estaba la opción de la abstención, como hizo México.

Venezuela es un tema escabroso y lleno de contradicciones. Se enfrentan dos proyectos que apuestan al autoritarismo. Pero la luz de alerta tiene que estar encendida. La derecha quiere una invasión estadounidense. Eso agravaría la tragedia para los venezolanos y toda la región.