Una palabra rara, nueva y necesaria, aporofobia, es explicada por su creadora, la  filósofa valenciana Adela Cortina en su libro “Aporofobia, el rechazo al pobre: un desafío para la sociedad democrática”.  Necesaria porque a las personas fóbicas que hoy se multiplican, no les molesta la procedencia o nacionalidad del otro, les molesta que el otro sea pobre.  Lo que tanto horrorizaba de Trump,  es ahora propuesto por nuestro Gobierno; Macri -luego de ver los réditos electorales que un fascismo reverdeciente tiene en otras latitudes-  busca construir un enemigo común que aglutine, para liderar esa lucha del registro imaginario popular. 

En línea con toda la batería política de apertura a los capitales extranjeros, el Gobierno, dictó  el Decreto 820/2016  que modificó  la Ley N° 29737 (2011) para facilitar la compra de tierras rurales  a los extranjeros.

Los mismos fóbicos que permanecen impertérritos ante la nacionalidad de las empresas que vienen a saquear, se alteran sobremanera ante  la nacionalidad de caravanas migrantes expulsadas por la necesidad y alentadas por la esperanza de un futuro mejor. Mi abuelo paterno lo hizo de ese modo, y se asentó en un pueblo donde los ingleses habían establecido un frigorífico con un puerto de salida para barcos de gran calado: Santa Elena, Provincia de Entre Ríos. Cuando escucho a personas de clase media, con apellido italiano,  hablar de «los paraguas», «los bolitas», “los venezolanos”  con connotación despectiva, cuando lo dicen como si fuera un insulto en los cánticos del para avalanchas de la cancha ¿ se habrán preguntado antes  porqué migraron sus antepasados? ¿Se preguntan qué lleva a una persona a dejar algo tan importante como la comunidad de sus lazos afectivos para ir a un lugar donde el rechazo es la constante? ¿Están creyendo en una teoría de superioridad racial como las que alimentaron a Hitler? O simplemente es la ignorancia y el desprecio por el otro, cuando el otro es pobre?

La extranjerización de la tierra, que socava la soberanía está dada por la nacionalidad de las personas que la compran y también por la nacionalidad de empresas que en su afán individualista se domicilian en paraísos fiscales para no tributar. A esas empresas, se les abrió la puerta,  con el convite de  facilidades para sus «inversiones», se les tolera la extensión de la frontera agropecuaria a costa del derecho constitucional de los nativos a la propiedad comunitaria de la tierra que ancestralmente habitan.

Los datos duros indican que esas compañías tienen bajo su control 1.113.654,85 hectáreas. Si sumamos a todas las paraguayos, bolivianos y venezolanos que habitan nuestro país en un territorio,  no  llegaremos  a ocupar 55 veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires, que es el equivalente a esas hectáreas de tierra rural en manos de extranjeros.

El Gobierno no es incongruente cuando en silencio abre las puertas a algunos extranjeros y con estridencia  anuncia su cierre para otros. Lo que Macri y sus funcionarios hacen con las últimas declaraciones que riegan la maleza de la xenofobia, es tratar de capitalizar electoralmente la aporofobia  después de ver que el fascismo y el odio garpan bien entre nuestros contemporáneos.  El Gobierno viene a endulzar los oídos de los que quieren escuchar que la culpa de todos los males está en el pobre. No hay un solo ejemplo en la historia donde los pobres sean la causa de la decadencia de una sociedad. Los pobres no funden un país. Reaccionemos.