A diferencia de lo que pasa en el peronismo, la coalición antiperonista tiene un punto de coincidencia casi unánime: el diagnóstico sobre qué provocó el fracaso del gobierno de Mauricio Macri. Si se imagina un auditorio en el que un presentador hace preguntas y el público, en este caso la dirigencia de Juntos por el Cambio, responde al unísono, se podría representar la siguiente escena. ¿Fue por haber aplicado políticas que ya habían terminado mal en el pasado? No. ¿Fue por el brutal endeudamiento en dólares y haber levantado las restricciones cambiarias? No. ¿Fue por financiar a los especuladores que tuvieron ganancias siderales en dólares? No, tampoco. ¿Y qué ocurrió, entonces?
Para la derecha argentina, la responsabilidad recae en el supuesto gradualismo en la aplicación del ajuste estructural. Sobre este diagnóstico se monta el camino que ahora elegiría la derecha si volviera al poder: el shock. Se lo dijo el propio Macri a Mario Vargas Llosa en una cena organizada por la Fundación Libertad (la derecha siempre juega al cinismo con los nombres).
En marzo de 2019, el ex presidente sostuvo que si era reelecto seguiría el mismo camino “pero más rápido”.
Las políticas de shock no vienen solas. Son un ajuste económico que incluye reforma laboral y el intento de privatización de áreas estratégicas, las pocas que quedan en manos del Estado. Y que inexorablemente tendrá su shock de persecución política a través del mecanismo que más se utiliza en esta época, el autoritarismo judicial o lawfare.
Cuando el Frente de Todos derrotó a Macri en las PASO de 2019, la derecha de toda la región lo vivió como un terremoto, algo inesperado que sacudió los cimientos. Se habían creído las encuestas que había hecho circular en los medios macristas Jaime Durán Barba y que planteaban un escenario de paridad. Desde Miami, central de operaciones, una de las primeras conclusiones fue que Macri se había equivocado al no meter presa a Cristina desde el principio. No fueron expresiones vertidas en una reunión reservada en el restaurant de lujo, haciendo girar el vaso de whisky y mirando el océano. Se hicieron en los medios. Hay que prepararse para un rebrote autoritario que también sea de shock.
Durante los primeros dos años del gobierno de Cambiemos, hubo gradualismo autoritario. Las causas se cocinaron a fuego lento en Comodoro Py. Los jueces eran como un francotirador que tiene en la mira a las víctimas y espera el momento. Luego de las elecciones de medio término, cuando el voto popular revalidó al macrismo, comenzaron los disparos. La detención de Julio De Vido, entonces diputado nacional, se produjo 72 horas después de la victoria de Cambiemos y la oleada de arrestos de los adversarios del presidente se volvió imparable. Los medios del establishment pedían que el juez Claudio Bonadio dictara la orden de prisión de CFK antes de que jurara como senadora. La ley y el estado de derecho eran muebles en desuso.
¿Alguien cree que el shock económico y social que planea la derecha si gana en 2023 no vendrá acompañado de un shock de autoritarismo político? Quizás lo ocurrido con Lula en Brasil haya provocado una revisión de la hoja de ruta, el efecto boomerang de encarcelar a líderes amados por sus pueblos. Solo es un quizás. La experiencia histórica indica lo contrario. Aunque sea por esto, los principales actores del FdT deberían buscar los mecanismos para lograr mayor síntesis entre las distintas posiciones que habitan en la coalición oficialista. Que se unan no por el amor sino por el espanto ante el ajuste que sufrirá la población y la persecución que vendrá en el paquete. «