“Nunca pienso en términos de destino o de cosas prescritas, pero es cierto que hay algo alrededor de la película en la que todo el tiempo están pasando cosas muy grandes, te diría que fuera de campo de lo que estamos filmando”, dice Leandro Koch, que junto a Paloma Schachmann hizo la bella Adentro mío estoy bailando, ganadora del Premio Mejor Película en el reciente Festival de Internacional de Cine de Mar del Plata y Mejor Ópera Prima en la Berlinale 2023. El film, que parte de la anécdota del viaje que emprende un camarógrafo de fiestas judías (el mismo Koch), que siente rechazo hacia la religión de su familia pero, que al enamorarse de una clarinetista de música klezmer, finge el rodaje de un documental sobre ese estilo de música idish, tuvo vicisitudes que hacen pensar en esa idea de destino. Tal vez no más que otro rodaje, pero al meter en el medio las creencias religiosas y culturales del judaísmo, apelar a la filosofía de Baruch Spinoza (excomulgado por los rabinos en 1656) y haber podido rodar en Ucrania -filmaron apenas dos meses antes de que estallara la guerra- tientan a pensar que hubo algo relacionado con aquello.

“La pandemia, los conflictos bélicos que hubo en esos territorios y la guerra que hoy hay en otros territorios, sí son parte de la discusión de la película, de la conversación que tiene el film con la historia, con la identidad política y cultural”, amplia el director sobre la galaxia que parece expandirse a partir de ese pibe que con tal de poder pasar más tiempo con la chica que le gusta, termina emprendiendo un viaje por Europa del Este en busca de las melodías klezmer perdidas. Melodías que se mantienen vivas por los gitanos que vivieron con los judíos antes de la Segunda Guerra.

“La película termina contando la historia de lo que pasó con un pueblo que ya no está en el lugar donde estuvimos filmando, y si bien más allá de que Adentro mío estoy bailando no hable específicamente de la Segunda Guerra Mundial, el tema está presente fuera de campo; todo el tiempo. Porque estábamos registrando melodías judías que aprendieron los gitanos a tocar con los judíos, cuando los judíos ya no estaban allí; o porque un vecino que vive en una casa que ni sabía que había sido de gente judía, reparando su altillo encuentra una caja llena de fotos que los antiguos moradores habían escondido; o porque los territorios que filmamos en Ucrania, con total inocencia, hoy en día se convirtieron en documentos que muestra cómo eran antes de la guerra”, enumera Koch. “Y después, la cuestión israelí también aparece muy fuertemente en la película. Enfocado desde un aspecto mucho más cultural, político, es decir, de la política que tomó el estado de Israel con respecto a la propia cultura de los habitantes judíos de ese país que hablaban idish.”

Koch y Schachmann son también protagonistas de la película que juega entre la ficción y el documental.

Preguntas contra el olvido

Esa presencias fuera de campo, como define Koch, es un interrogante que se manifiesta de distintas maneras, pero que puede resumirse en “qué había en esa cultura idish que no era compatible con la nueva forma de vida, o la nueva cultura que quisieron crear a partir de la creación del estado de Israel. Y digo crear, así, arbitrariamente, porque fueron decisiones políticas, no movimientos naturales a partir de migraciones y la adaptación a los nuevos territorios. sino que fueron decisiones políticas de proscripción del idish, de persecución de los que hablaban en idish. Creo que todos esos conflictos históricos, políticos, sociales y culturales están en la película: no que se hable concretamente de ellos pero están ahí todo el tiempo, un poquito apenas desencuadrados.”

Con la decisión clara de no hacer una película que se relacionara con la pandemia, Schachmann y Koch emprendieron la travesía a Europa del Este muy preocupados por el tema del barbijo. “Es una película en la que los rostros son muy importantes. Casi que una de las mayores motivaciones para contar esta historia era filmar las caras de esas personas, y teníamos mucho miedo de que estuvieran tapadas con barbijos. Y era gracioso, porque en esa región no existía la pandemia; es decir, claro que existía, la gente se moría, pero nadie creía en el virus. Así que nadie usaba barbijo, ni nadie se vacunaba. Obviamente ahí todos nos contagiamos de COVID, tuvimos que suspender el rodaje, volvernos a Austria, no fue nada sencillo. Pero por suerte para la película, las caras estaban destapadas (ríe). Y eso nos ayudó un montón, porque de verdad pensamos en postergar el rodaje hasta que termine definitivamente la pandemia: no queríamos incluirla en la película.”

Los realizadores viajaron a Ucrania, antes de la guerra con Rusia, para rastrear los orígenes de la música klezmer.

Despojado de toda materialidad, o mejor dicho, de la mayor materialidad posible, Adentro mío estoy bailando se convierte en una especie de disputa territorial de otra índole, una en la que se juega el alma humana. “Es difícil para mí, que no soy lingüista ni sociólogo entender cuánto influye una lengua en la idiosincrasia, en la forma de ser de un  pueblo. Pero claramente había en esa lengua muchos aspectos que no la hacían compatible con el nuevo camino que ese estado judío (no digamos los judíos, sino ese Estado) quería construir. Sea desde la idea de que la lengua era el territorio: un pueblo unido por su lengua, que habitaba diferentes países y no tenía una pretensión de territorio. En la película se cuenta un poco esto de que el judaísmo, al principio del siglo XX, estaba muy dividido entre sionistas y bundistas, que eran como los socialistas y los más defensores del idish. La idea de no territorialidad, de un idioma vinculado a la mujer, porque la idea del género en la lengua es muy notable: el idish está vinculado a las madres y a las abuelas y el hebreo es el idioma de los hombres, fuertes, que rezaban en la lengua sagrada. Creo que son un montón de pistas que uno va encontrando como para hacerse una idea de cuáles fueron los motivos por los que se tomó el camino que se tomó.”

Claro que no hay destinos, pero sí predisposiciones, distintas maneras de encontrar, o a veces recuperar el deseo: “Mi personaje es un cineasta frustrado que se reconcilia con su vocación, dando una vuelta gigante: empieza a hacer una película de mentira, sólo para poder seducir a una chica, y en esa mentira empieza a descubrir nuevamente el placer por filmar y a sentir deseo y amor por lo que alguna vez supo hacer, que es hacer películas”.

Adentro mío estoy bailando

Documental de Leandro Koch y Paloma Schachmann. Guión y dirección: Leandro Koch y Paloma Schachmann. Con Leandro Koch, Paloma Schachmann, Perla Sneh, Rebeca Ianover, César Lerner, Marcelo Moguilevsky, Lukas Rinner, Vanya Lemen, Ivan Popovych, Simkhe Nemet, Vasile Rus, Bob Cohen, Victor Covaci, Dumitru Covaci, Nicolae Covaci, Gheorghe Covaci. Funciones: domingo 7, 14, 21 y 28 de enero a las 18 en Malba Cine, Av. Pres. Figueroa Alcorta 3415.