Nacido en Villa Lugano, en noviembre de 1959, Adrián Eduardo Barilari es reconocido por ser una de los más emblemáticos cantantes del rock argentino. Vocalista de Rata Blanca, banda con la cual grabó un total de ocho discos y recorrió los más importantes escenarios de toda la Argentina, Iberoamérica, Estados Unidos y Europa, desarrolla también una importante carrera como solista. Su último trabajo es Canciones doradas 2024, un trabajo de covers en castellano de clásicos internacionales (con temas de Whitesnake, Bryan Adams, Phil Collins, Kiss, Queen, Toto y Gary Moore, entre otros).
–¿Cómo sentís la evolución de tu voz con los años?
–Si lo pienso creo que estoy en una meseta, no creo que se puede progresar en matices o tonalidades, pero con la experiencia voy a donde sé que llego. Voy a ir perdiendo energía, potencia, es algo que le pasa a todos. Pero estoy cómodo. No tengo demasiados problemas en el vivo, que es lo que más me interesa.
–¿Ese fue tu norte?
–Siempre me dije: lo que hago en el estudio lo tengo que hacer en vivo. Eso en la actualidad se perdió un poco, pero soy de otra época. Prefiero cantar lo que soy.
–¿Por qué decidiste hacer versiones en castellano?
–Son canciones que me gustan a mí. Y que me quedan bien tonalmente. A mi edad creo que puedo elegir qué cantar y creo que me gusta poder ofrecer este espectáculo distinto. Además, el inglés siempre me costó (risas).
–Hace muchos años que estás con Walter Giardino en Rata Blanca. ¿Son como un matrimonio?
–(Risas). Entré en 1989 y pasó lo que pasó: dos discos legendarios como Magos, espadas y rosas y Guerrero del arco iris, marcaron una época. No fue casual, se dio porque tenía que pasar. Yo entré porque venía preparándome desde siempre, y cada uno con su estilo aportó lo que tenía que aportar. Después entendí que el éxito es vapor, lo importante es laburar. Ganar dinero no era lo más importante. Al menos así me pasó a mí.
–¿Por amor al arte?
–Es duro, porque es sacrificado, pero creo que lo hace más duradero todo. Uno de joven se quiere comer el mundo, pero luego con los años te das cuenta que el mundo de la música tiene su dinámica. Para mí era un hobby, hasta que no.
–¿Siempre cantaste?
–De muy pequeño. Mi tío tocaba bandoneón y era cantante de tangos. Fue él quien se dio cuenta a mis cuatro o cinco años que entonaba y me probaba haciéndome cantar. También pasé por el folklore. En la primaria contaba en todos los actos patrios. Cantaba en las murgas del barrio, siempre como juego. Mi vieja me llevaba a los siete u ocho años a los programas de televisión a cantar. Siempre me gustó.
–¿Cómo apareció el rock?
–Mi hermano mayor tenía un grupo de rock y yo aprovechaba para cantar temas de Creedence Clearwater Revival o The Beatles. Para molestar. A los 12 años empecé a componer mis primeras canciones y mi madre me incentivó para que estudiara acordeón, pero lo que realmente me gustaba era la guitarra. Llegaron a los Stones, Pink Floyd y Deep Purple y apareció un mundo nuevo. Me fui metiendo y todo encajaba. Hasta en la colimba tuve una banda de folkrock.
–¿Cómo fue eso?
–Con tal de zafar un poco de los bailes que nos pegaban, me anotaba en lo que fuera. Por el canto pude hacer una banda y la pasamos un poco mejor. Hacíamos de todo. Yo por mi familia italiana sabía algunas canzonetas o temas de ópera que mi abuelo, al que no conocí, cantó en el Colón, pero en mi familia se cantaban. Luego fuimos haciendo algo que nos gustaba y pudimos ir zafando. Me tocó en Puerto Belgrano, cerca de Bahía Blanca, se ve que a algún superior le gustaba lo que hacíamos.
–¿Soñaste alguna vez con hacer otra cosa por fuera de la música?
–Jugaba al fútbol. En baby jugué en el Club Yupanqui, cerca de casa. Me gustaba. Tuve la oportunidad de ir a probarme a Vélez. Pero mis viejos no querían que me dedicara al fútbol. Querían que estudiara. Me recibí de técnico mecánico, pero la música siempre estuvo ahí.
–¿Tuviste otros trabajos?
–Sí, nunca dejé de hacer otros trabajos. Hasta siendo conocido, luego de años de giras siempre laburé por fuera de la música. Trabajé en el Gobierno de la Ciudad durante 45 años. Durante 20 años arreglé máquinas de escribir y de calcular, hasta que desaparecieron, y luego estuve de administrativo en el cementerio de Chacarita. Siempre mi conexión con la tierra era eso.
–¿El éxito no te llevó a dejar esos trabajos?
–No, porque cuando llegó el éxito yo ya tenía una forma de vivir, una familia. Yo en los ’90 me levantaba a las 7 de la mañana y me iba a trabajar, a pesar del éxito. Porque me gustaba, era una conexión con la realidad, lo que me habían inculcado. Pedía licencia para las giras, pero siempre fui responsable. No siempre se ganaba dinero con la música y me sentía bien. Me daba la tranquilidad para ir por mi sueño y me ayudó. Hay que disfrutar del éxito, pero nunca creerle demasiado. Hoy estoy en esto pero si surge un laburito, llamame que voy (risas).
–Para la voz, ¿mejor té con miel o whisky?
–A los 20 años té con miel; ahora whisky. En la juventud hay que cuidarse, ahora los callos ya están armados.
–¿La cabellera sigue intacta? En su momento hiciste publicidad para una empresa de recuperación capilar.
–(Risas) Sí, yo a los 26 o 27 empecé a tener problemas con el pelo. Un día de curioso fui a una empresa nueva que había para ver si podía hacer que no se me caiga más el pelo. En 1991 hice mi primera consulta. Hasta hoy sigo. Estaría pelado si no hubiera hecho nada. A mí me sirvió. Con el tiempo se armó una amistad con los dueños, por eso hice las publicidades. Tuve constancia y pude mantener la cabellera. No me imagino con pelo corto. Algún día se irá, pero voy a intentar mantenerlo. «