Cuatro meses después de que se reportara el primer caso de Covid-19 en China, y sin haber hecho todavía el mea culpa por la demora en el diseño de una estrategia coordinada de control, las agencias de la ONU hacen cola, ahora, para advertir que África será el próximo escenario de la representación del drama mundial. Cada una a su turno, apuntan a tocar las fibras del horror para decir que el virus se instalará a partir de la semana que viene en el continente más empobrecido y que vendrá acompañado de un hambre terminal, dos dramas en uno, ambos con igual resultado: una mortandad sin antecedentes próximos.

Así es, los expertos de todas las agencias del organismo mundial le pusieron fecha a ese momento. Los muertos por la pandemia se contarán por decenas de miles a partir del 23 de abril, y los muertos por el hambre irrumpirán gradualmente y serán legión partir de lo que llaman “la estación de la escasez”, de junio a agosto. Es como si el futuro, impertinente, se apurara en llegar. La responsable de la Comisión Económica para África (CEPA), Vera Songwe, había vaticinado el 30 de marzo, con precisión de relojería, que “estamos a dos o tres semanas de vivir una tormenta tan brutal como la padecida por Italia y España”.

A la CEPA le siguió la OMS. Su director general, Tedros Adhanom, advirtió, sintéticamente: “Hay que prepararse para lo peor”. El etíope agregó: “El coronavirus aumenta rápidamente y África tiene un precario sistema de salud para enfrentarlo”. Los datos aportados por UNICEF muestran una penosa realidad: en Gambia, en el oeste, sólo hay dos camas de terapia intensiva para dos millones de personas y el 63% de la población que vive en las áreas urbanas del África occidental (258 millones) no tiene agua limpia para lavarse las manos, la recomendación madre para prevenir el virus.


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(Foto: AFP)


Más de la mitad de los 54 países africanos impuso cuarentenas, toque de queda, restricción ambulatoria u otras medidas lindantes con la limitación de las libertades, más propias de los gobiernos autoritarios que de sus precarias democracias. Van de Sudáfrica, el más desarrollado, pero el más desigual, a Uganda, donde la economía marginal supera el 50% del PBI. Nigeria confinó a los habitantes de sus ciudades más pobladas (Abuya, la capital, y Lagos). Gambia cerró las fronteras y en Kenia hay toque de queda. Sea cual sea el resultado, las autoridades reconocen que la demanda de la pandemia hará que se resienta la atención de millones de pacientes de tuberculosis, sida, malnutrición o malaria.

En medio de este panorama en el que predominan la falta de recursos, la improvisación y la ausencia de rigor científico (en Sudáfrica, por caso, ante una repentina caída del número de infectados hubo responsables de la salud pública que mostraron su ignorancia refiriéndose a esa situación pasajera con términos tan pedestres como extraño o misterioso), aparecieron en Europa las más xenófobas hipótesis. Marine Le Pen, dixit: “Por qué los negros se contagian menos”. Debemos “recordar las diferencias genéticas que hay entre ellos y los humanos”, señaló un asesor de la líder nazi francesa (ver aparte).

Negros, musulmanes y hasta cualquier inmigrante de ojos celestes, no se asombran ya de lo que diga Le Pen. Lo sorprendente fue que dos prestigiosos médicos (el jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos del parisino Hospital Cochin, Jean-Paul Mir, y el director del Instituto de Investigaciones en Salud, Camille Locht) dijeran a la cadena LCI de tv que “para probar cualquier vacuna que se pueda desarrollar hay que experimentar primero en África”. Hubo reacciones, pero quienes salieron “con asco” fueron dos grandes ex futbolistas africanos, Samuel Eto’o (Camerún) y Didier Drogba (Costa de Marfil). Coincidieron: “Son unos asesinos, los negros no somos ratas de laboratorio”.

Desde la FAO, Jean Senahoun dijo que más allá del problema sanitario, la crisis económica derivada dejará en situación de hambre a 6 millones en África occidental. Si no hay una respuesta rápida, el número de carenciados crecerá por encima de los 17 millones durante la próxima estación de escasez, entre junio y agosto” (fueron 11,1 millones en el mismo período de 2019). Senahoun dijo a La Vanguardia, de España: “El resto del continente seguirá la misma senda. Si el cambio climático y los conflictos ya habían multiplicado la necesidad de asistencia –33 millones en el este, 16,5 en el central y 13,8 en el sur– esta pandemia redoblará el golpe”.

Desde la OMS cerraron el panorama. En 43 países del África subsaharaiana, el promedio de camas de terapia intensiva es de cinco por cada millón de personas. Europa cuenta con 4000 por millón. Sudán del Sur, con 11 millones de habitantes, tiene tantos respiradores artificiales como vicepresidentes reales: cuatro.



La distopía de Trueba

Históricamente, Occidente ha discriminado a África, cuna de más de 1200 millones de almas, y hoy sigue haciéndolo hasta en la información referida al Covid-19. A propósito, el cineasta español David Trueba escribió en el madrileño El País (10/3/2020) una sangrienta ironía. Entre otras cosas señala: “Imaginen que el contagio del coronavirus se extiende por Europa de manera incontrolada mientras que en el continente africano, por las condiciones climáticas, no tiene incidencia. Aterradas, las familias europeas escaparían de la enfermedad de manera histérica (…), pero al llegar a la costa africana, las mismas vallas que ellos levantaron, los mismos controles violentos y las fronteras más inexpugnables invertirían el poder de freno. Las fuerzas del orden norteafricanas dispararían contra los occidentales sin piedad, les gritarían: ‘vete a tu casa, déjanos en paz, no queremos tu enfermedad, tu miseria, tu necesidad’. Si los guionistas quisieran extremar la crueldad, permitirían que algunos europeos, guiados por las mafias, alcanzaran destinos africanos, y allí los encerrarían en cuarentenas inhóspitas, donde serían despojados de sus pertenencias, de sus afectos, de su dignidad”.