En Ouagadougou, Burkina Faso, cada esquina ofrece la chance de escuchar rumores sobre conspiraciones y alianzas secretas. El polvo no perdona trajes relucientes ni se detiene ante los escudos blindados de los funcionarios; acá todo flota entre lo visible y lo soterrado. El calor obliga a rendirse a la sombra y las miradas inquietas, pendientes de la próxima maniobra, imitan aquello que se dice en voz baja: el Sahel ya no agacha la cabeza.
UNO. Burkina Faso, Malí y Níger tienen un PBI per cápita de los más bajos del mundo, con unos 800 dólares de promedio según el Banco Mundial. Pero su liderazgo apuesta a lo disruptivo, expectativas de cambio gracias a la administración de los innumerables recursos naturales que albergan en el territorio, como el oro y el uranio.
El destino arrastra cicatrices desde que las potencias europeas repartieron el continente y durante décadas, soportaron la tutela y la danza de dictadores que entran y salen por la puerta resquebrajada del poder. El franco CFA, moneda que lleva el sello invisible de la imprenta francesa, mantiene firmemente atada la economía a París.
Cada billete que circula representa no sólo valor económico, sino también un flujo constante de reservas hacia los bancos franceses, donde parte de las riquezas generadas en África queda retenida bajo el pretexto de estabilidad monetaria y garantía de convertibilidad. Esta estructura permite a Europa controlar las políticas cambiarias y monetarias; un colonialismo moderno. Por caso, las grandes empresas francesas operan con ventaja en sectores clave, beneficiándose de acuerdos y mercados protegidos, mientras la dependencia se perpetúa con contratos que favorecen a capitales extranjeros.
La estructura política creada por los europeos en los años ’70, tras la descolonización, responde a la CEDEAO (Comunidad Económica de los Estados de África Occidental), creada para “facilitar” la integración regional. En Burkina Faso, la desconfianza hacia los encuentros en Abiyán (Costa de Marfil y sede de la organización) refleja la sensación de un truco con cartas marcadas.
DOS. La memoria colectiva en Burkina Faso tiene puntos de referencia: Thomas Sankara, el presidente-cantor que predicó independencia y voló demasiado cerca del sol, dejó una marca indeleble en el imaginario local. La tumba de aquel líder nunca está sola: jóvenes cargan su rostro estampado en camisas en cada protesta. Y la historia, inquieta, se pregunta si las nuevas generaciones llevan el germen de una rebelión más profunda.
En 2023 se redefine el tablero regional. Burkina Faso, junto a Malí y Níger, abraza el concepto de AES, la Alianza de Estados del Sahel. El bloque prefiere soñar moneda propia antes que seguir con billetes en imprentas francesas. El plan se cocina sin apuro y sin nostalgia. La integración promete pasaporte único, defensa mutua y corredores comerciales ajenos a la vieja centralidad de Dakar. Los acuerdos arrancan con promesas de blindar recursos, imponer patrullas conjuntas con uniformes que mezclan acentos y miradas desconfiadas.
El giro provoca rápida reacción externa. Francia observa con sensibilidad de ex pareja, Turquía apuesta a contratos de infraestructura y Rusia responde con invitaciones a cooperar en energía y seguridad. China ofrece rutas a cambio de favores largos y prósperos.
El economista senegalés Ibrahima Wade afirmó en un foro reciente que “estos países manejan recursos por el equivalente a varios miles de millones, pero la deuda y la dependencia estructural generan una trampa que resiste la voluntad política.” Allá, como en América del Sur, la geopolítica no perdona ingenuos.
Las redes sociales difunden memes con presidentes del Sahel con mate y documentales independientes en YouTube de streamers como Wode Maya, un ghanés con millones de seguidores. Se habla de libertad como quien discute la formación de un equipo de fútbol en el pan y queso del barrio. Se sufre, también, los embates de grupos armados y atentados, pero la narración oficial insiste en el progreso. “No somos héroes, ni mártires, ni peones. Somos autores”, murmura una joven en el mercado central, mientras corta cebollas y mira a las cámaras con la naturalidad de quien ya aprendió a esquivar promesas.
TRES. Burkina Faso, hasta ayer secundario en los manuales de estrategia internacional, exige asiento propio y levanta la mano en foros donde antes escuchaba sin opinar. La jugada no busca agradar ni ofender, simplemente se despliega, despierta interés y fastidio en la misma medida.
Las historias de independencia nunca cierran del todo; siempre dejan margen para el regreso a la mesa de negociación. Ibrahim Traoré, con su andar de estudiante universitario y uniforme de fajina, resume el cansancio y el anhelo africano. La prensa occidental lo etiqueta dictador, renovador, peligro público; sus seguidores lo definen como el heredero auténtico de Sankara. Un San Martín de negro.
Traoré, a quien en la capital la mayoría llama «Excelencia», asistió a Moscú para el día de la victoria y se colgó una medalla de la “Gran Guerra Patriótica” (Segunda Guerra en occidente) bien visible antes de dar entrevistas televisivas y apretar la mano de Vladimir Putin. Juega, claro, con uno de los dos bandos del nuevo orden mundial. Tal vez por eso sea imposible leer buenas noticias en los medios eurocéntricos.
Así, Burkina Faso y sus socios del Sahel bailan entre la audacia y la necesidad, conscientes de que el futuro no espera a los tímidos. Cada paso en la arena geopolítica puede dejar huella… o enterrarlos en la primera arena movediza que aparezca. Pero, al menos lo intentan; y si tropiezan, podrán decir que fue con estilo. «
Los tres líderes del Sahel
Ibrahim Traoré (Burkina Faso) asumió el poder en septiembre de 2022 tras un golpe que depuso al gobierno anterior. Con apenas 34 años, combina el uniforme militar con una fuerte retórica antiimperialista y nacionalista, reivindicando el legado de Thomas Sankara. Su gestión se centra en la soberanía económica, la expulsión de fuerzas extranjeras y el impulso de la independencia energética y tecnológica.
Assimi Goïta (Malí) se convirtió en presidente en mayo de 2021 luego de liderar dos golpes de Estado en 2020 y 2021. General de carrera, Goïta suspendió la constitución y redefine las instituciones nacionales bajo un poder militar fuerte. Su discurso insiste en la lucha contra el terrorismo islamista y la reconstrucción de la estabilidad interna, aunque su gobierno ha sido criticado por limitar la democracia y reprimir a la oposición.
Abdourahamane Tchiani (Níger) tomó el control en julio de 2023 tras un golpe de Estado que desplazó al presidente civil Mohamed Bazoum. Como jefe de las fuerzas armadas, Tchiani lidera una transición militar con promesas de restaurar el orden y defender la soberanía nacional frente a la influencia extranjera. Su mandato genera incertidumbre política y preocupación internacional por el rumbo democrático del país.