Alejandro Bercovich: «El apoyo unánime a Milei que se ve en el sector empresario engloba incluso a los que están perdiendo plata»

Por: Alfonso de Villalobos

En su nuevo libro "El país que quieren los dueños", da cuenta de la cosmovisión de la clase dominante, su relación con el gobierno y los motivos de su incapacidad para consolidar un proyecto de desarrollo nacional autónomo.

Alejandro Bercovich es economista de la UBA. Comenzó en el oficio periodístico en la Agencia Télam donde le tocó presenciar la crisis de 2001. Como redactor de economía recorrió varios medios y, a pesar de su perfil ideológico, pudo acceder a la crema del empresariado con quienes mantiene un trato cotidiano y respetuoso desde hace ya más de dos décadas en las que se sucedieron varios gobiernos.


Acaba de publicar “El país que quieren los dueños” de Editorial Planeta. Es su tercer libro que, en esta oportunidad, publicó en colaboración con economistas e investigadores con los que pretende dar cuenta de la cosmovisión de la clase dominante argentina, su vínculo con el actual gobierno y los motivos que explican su incapacidad para consolidar un proyecto de desarrollo nacional autónomo.

-‘El país que quieren los dueños’ parte del concepto de que gobierna la burguesía. ¿Cómo explicas que, con un gobierno de derecha, la presentación de un libro con un título, digamos, ‘marxista’, haya convocado a más de mil personas?

-Puede reflejar una búsqueda de la sociedad de referencias que no encuentra en la política en un contexto en el cual la oposición aparece muy desorientada, sin proyectos, sin candidatos y cruzada por internas. Contra lo que cree Milei los periodistas tenemos audiencia y mucho cariño del público. Hay cosas que se dicen en algunos pocos medios, uno de ellos es Tiempo Argentino, que reflejan inquietudes bastante extendidas.

-El libro insiste con explorar la relación entre Estado y empresarios. Pero dice que éstos critican, por ejemplo, la “hipertrofia estatal” como si el Estado les fuera ajeno. Cita una parte del Manifiesto Comunista donde dice que el Estado es un “comité para la gestión de los asuntos de la burguesía”… ¿Cómo es esa tensión en Argentina? ¿Es un Estado capitalista o un Estado contra los capitalistas?

-Esa tensión cruza la hipótesis central del libro. Efectivamente, el Estado para los empresarios fue históricamente una oportunidad de negocios, una forma de administrar sus tensiones y una rueda de auxilio para la acumulación que hacían en sus negocios.

-Y para garantizar la reproducción del sistema que los beneficia…

-Exacto. En términos de seguridad, represión, legislación y de regulación. Pero el Estado en los últimos 20 años empezó a disputarle, al menos según su punto de vista, un nivel del excedente que consideraron inaceptable. Entonces, más que una rueda de auxilio para la acumulación, empezaron a ver en el Estado a un rival. Y se negaron a sostenerlo. Primero construyendo una trama de formas societarias que ocultaron su patrimonio fuera del país y después apoyando un proyecto que deliberadamente venía a achicar el Estado de manera brutal y con una velocidad que ellos jamás imaginaron que fuera sostenible políticamente. Lo que al principio al gran capital le parecía inviable terminó siendo muy atractivo. Esa disputa es interesante porque está cruzada por sus prejuicios, sus anhelos y por lo que imaginan que tiene que ser una sociedad funcionando bien. Pero también porque ese apoyo tan unánime a Milei que se ve hoy en el sector empresario engloba incluso a los que están perdiendo plata y los que están viendo que sus empresas se destruyen.

-Pero el empresariado y el FMI iban con Massa y no apoyaron a Milei hasta el día que asumió…

-No era lo que decían. Tengo motivos para decir que en el ballotage lo apoyaron cerradamente.

-¿Es por pragmatismo o es ideológico? ¿Creen que con las reformas que prometen en un momento van a cobrar las mieles de lo que ahora están sufriendo?

-Se entronca con un una corriente mundial que puede ser de origen ideológico, pero que también tiene una base material muy concreta. Los magnates del mundo decidieron, a partir de la generalización de las finanzas y de la hiper desigualdad que impuso la crisis de 2008, avanzar en embestir contra los trabajadores hasta en sus condiciones más elementales de vida. Nancy Fraser dijo que ya no alcanza con la explotación y que ahora lo que hay es un despojo. Atentan contra la reproducción del planeta y la reproducción de las propias personas. Esa embestida tiene un componente ideológico pero también material. Eso se combina en Argentina con una renuncia, y es la hipótesis central del libro, de esos grandes capitales a encabezar un proceso de desarrollo autónomo. Es algo que ya vieron los teóricos de la dependencia en los años 50 y 60, pero que ahora toma la forma de una resignación, como de un ‘Argentina ya fue, no sirve más’. En parte refleja que se emanciparon antes del lugar donde hacen la plata pero también porque se frustraron igual que la sociedad con las dos grandes narrativas políticas que orientaron la democracia en el siglo XXI en Argentina, que son el macrismo y el kirchnerismo. El corazoncito de los magnates empezó a latir para el lado de Milei apenas se planteó la primera vuelta fallida para Sergio Massa porque veían en Milei la posibilidad de esa embestida más decidida que Massa no iba a poder garantizar porque iba a asumir muy condicionado por su marco de alianzas y por la expectativa que había generado en la campaña

-¿Ese bloque está homogéneo o dividido? El tipo de cambio está afectando en parte al campo y muy claramente a la industria…

-Están esperando. Hay un componente disciplinario indiscutible que tiene que ver con las leyes laborales y las normas de despido. Pero lo que más explica la apuesta casi unánime por Milei tiene que ver con una reconversión que el macrismo quiso empujar pero que, recién 8 años después, parece haberse consumado. Paolo Rocca, que sufre como siderúrgico porque vende menos en el mercado interno y porque lo amenaza un socio político de Milei como Trump con sus aranceles y la restricción del mercado norteamericano, ahora es también un petrolero poderoso en Vaca Muerta. Es un Estado que ayudó a la reconversión de determinados empresarios a los que ahora no les resulta necesario y no quieren que se entrometa en la discusión de cómo se administra el excedente.

Foto: Mariano Martino

-Coincidís en que el acuerdo con el FMI es incompatible con cualquier proyecto de desarrollo nacional. Pero ¿qué pasa si Argentina rompe con el FMI?

-El Fondo es un condicionante externo y también interno para los países. Establece condiciones y acciones previas para cada desembolso y metas estructurales que tienen que cumplirse. Es un condicionante interno porque muchas de esas metas, que supuestamente son para hacer más eficiente la economía del deudor, son cambios que favorecen a los patrones en detrimento de los trabajadores. Restringe el margen de maniobra de los gobiernos e inclina la balanza en las relaciones sociales internas del país deudor.

-Mi pregunta no apunta a los condicionantes que pone el FMI en el acuerdo sino al escenario que se crearía si Argentina decidiera romper…

-Más que pensar si se puede romper la pregunta es si se puede no hacerlo y seguir existiendo como país independiente. Es evidente que el FMI va a pisarle la cabeza a la Argentina en nombre de los intereses del capital más concentrado. Es muy difícil pensar que romper pueda ser una decisión aislada de una movilización popular. No es un problema técnico, es un problema político. Las consecuencias a las que expondría a la población requieren que estemos muy abroquelados para tomar esa decisión.

-En tu documental contrapones al FMI el modelo portugués. Pero esa salida en el marco capitalista se tradujo en una reforma laboral con más precarización. Una transferencia de los trabajadores en favor de la burguesía…

-Portugal fue el contraejemplo de Grecia en una Europa asolada por la crisis de 2008. Muestra un resultado mucho más favorable al pueblo que el de Grecia, en un contexto en el cual los países más endeudados, los PIGS, tomaron casi unánimemente políticas de ajuste. El país que menos ajustó fue el que se sacó de encima al FMI gracias a una coalición de la izquierda con la centroizquierda que le puso un límite. Después el capitalismo se impone y claro, en un país chico como Portugal, aislar todas las consecuencias de un vendaval que venía de Wall Street, era imposible. Lo interesante es ver la catarata de frustraciones que generó que Grecia cediera a la extorsión de la troika que duran hasta hoy. Grecia sigue siendo un Estado fallido que nunca terminó de estabilizarse. Creció el narcotráfico y la delincuencia organizada. Portugal sigue ahí y la disputa permanece abierta. El problema que tenemos nosotros es que estamos ante la perspectiva de meternos en el espiral griego del ajuste.

-En la actualidad hay diversas críticas por el impacto del atraso cambiario en la balanza de pagos y en la industria… El peronismo no lo explicita, pero cuando se critica ese atraso se infiere una devaluación. ¿Hay salida a ese círculo vicioso?

-La ecuación no se puede resolver ni sobrevaluando ni entrando en una espiral de devaluaciones. En un contexto de gran restricción de divisas hay que pensar qué hacer para que los dueños cubran su parte del costo en la Argentina. Hubo un shock hiper desigualador con la devaluación con la que arranca Milei y su gobierno pero que se monta sobre casi 15 años de estancamiento y diez de deterioro salarial. En el medio hubo un gobierno peronista completamente impotente para revertir el daño que había hecho Macri y cruzado por un montón de internas que expresaban también la fragilidad de esa propuesta política y social.

-En el libro aludís al ‘empate hegemónico’ de Juan Carlos Portantiero, una vieja categoría con la que pretende explicar por qué Argentina no controla la inflación, va de devaluación en devaluación y no consolida un modelo de acumulación… ¿Ese empate incluye el poderío del movimiento obrero?

-La embestida apunta a que el empate hegemónico se convierta en goleada y procura la desorganización de los trabajadores. Ese carácter contencioso y desafiante que tuvo siempre la clase obrera tuvo que ver con su organización en sindicatos. Es muy atípico en el mundo y en América Latina que la clase trabajadora tenga esta cobertura sindical y que los salarios se pacten colectivamente en paritarias de modo tan mayoritario. Es algo muy extraño y, en parte, explica la dificultad del capital para dominar. Esa organización es lo que se quebró en los ‘90. La ocasión que encuentra Milei para convertir el empate en goleada tiene que ver con aquella desorganización. Milei es tributario de la dictadura y del menemismo y aprovecha el fracaso de todas las alternativas del medio que explican la frustración del electorado y que este modelo, esta vez, haya ganado en elecciones y no con una dictadura. En el libro hay un capítulo que destaco especialmente que es el de Juan Odicio. Es historiador económico, profesor en la UNAM y economista de la UBA. Bucea en los proyectos de país que tuvieron los dueños a lo largo de la historia y muestra hasta qué punto la genealogía de los que laburan con Milei se cruza con la de las dictaduras. Es un viejo anhelo de la oligarquía argentina el que expresa Milei.

-En la entrevista que te hicieron en la Feria del Libro en Bogotá planteas, en oposición a la supuesta ‘utopía de los audaces’, la ‘utopía de los moderados’… ¿Incluís al peronismo? ¿Crees que es una utopía que, por ejemplo, Kicillof saque adelante al país?

-Lenin escribió que hacer política es avanzar a tientas entre dos precipicios. El desafío que tenemos los que queremos que Milei no termine de consumar este reseteo regresivo del país es no caer en ninguno de los dos precipicios. Uno es el del pragmatismo total que abona a la hipótesis de los fachos de que nosotros somos parte del statu quo contra el que Milei grita. Pero los que hoy denunciamos a Milei denunciamos también el shock regresivo de los últimos 50 años. Pegarnos a los que administraron estos 50 años de decadencia es un peligro. Le da la razón a él de que todos formamos parte del mismo establishment. ‘Myriam Bregman y Horacio Rodríguez Larreta son todos comunistas’. El otro precipicio es el del purismo. Ahí lo que puede pasar es que esta derecha genere transformaciones regresivas muy duraderas, profundas y muy difíciles de revertir.

-¿Es una fatalidad que este gobierno termine como en 2001 o puede encontrar un “estrecho desfiladero” que, con las reformas estructurales y el RIGI, genere un ingreso de capitales que termine ofreciendo una salida en sus términos?

-Lo que es indefectible es que, con Milei, nosotros terminemos mal. Si él termina mal vamos a pagar las consecuencias y si termina bien nos van a sacar más de lo que ya nos sacaron. El desafío es plantarse y enfrentarlo. Hay muchos adversarios de este shock regresivo que creen que una corrida cambiaria puede sustituir a la lucha de clases y la verdad es que no. Puede desestabilizar, pero va a estabilizarse de vuelta en la medida en que del otro lado siga habiendo desorganización, atomización y desorientación.

-El gobierno está en una asonada contra el periodismo. ¿Hay vínculo entre esta ofensiva y la economía o es puro distraccionismo?

-Las dos cosas. Es parte de la batalla cultural que llevan adelante los fachos de todo el mundo. Por otro lado, es una estrategia con aspectos calcados a la que usaban los ultraderechistas antes de la Segunda Guerra. También es útil para lo inmediato que haya cosas de las que no se hable.

-Imagino que acordás con que la economía es política. ¿Qué pasa si viene alguien y te dice ‘basta del sillón cómodo del periodista que critica, tenés que agarrar una cartera, ser diputado o legislador’?

-Me lo ofrecieron varias veces y la respuesta fue que mi sillón no es nada cómodo. Me la juego todos los días por decir estas cosas en contra de gente que no quiere ser nombrada. Soporto muchas presiones y aporto desde donde estoy. Eso no quiere decir que descarte nada a priori.

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