Una fruta que parece vieja, pero al probarla resulta exquisita. El paisaje más bello surgiendo de la nada, apenas detrás de unas piedras que son iguales a cualquier otro montón de piedras. La persona menos afín, a la que nunca le habrías prestado atención, convertida en el amor de tu vida. Esa sensación de asombro ante lo inesperado es bien conocida y seguro todo el mundo la ha sentido al menos una vez.

Los buenos libros a veces también se ocultan detrás de lo obvio, pero al final lo verdaderamente importante en ellos no es lo que sus sinopsis adelantan. Ven a bailar conmigo, la novela del estadounidense Russell Hoban, publicada por editorial Sigilo, es justamente eso: un libro saludablemente engañoso.

Estructurada como una novela de amor tardío, Ven a bailar conmigo cuenta la historia del encuentro entre Christabel y Elías, quienes en apariencia pertenecen a conjuntos que difícilmente se intersecan. Ella tiene 54 años y desde hace más de 20 es la vocalista de una banda de rock, pero con el éxito suficiente como para que ella y sus compañeros aún puedan vivir de sus discos y conciertos. Él tiene 62, es médico especializado en diabetes y también hace más o menos dos décadas que vive solo y está seguro de que nunca se ha enamorado en la vida.

Una historia de amor improbable donde la pérdida puede ser el punto de encuentro

Christabel es vivaz, una mujer de acción, una máscara bajo la cual se oculta una pesimista que cree ser portadora de una mala suerte que ataca a quienes tiene más cerca. Elías en cambio es más cerebral, suele meditar mucho sus decisiones, aunque también cree en las coincidencias. Sin conocerse, un día se cruzan frente a un cuadro del pintor francés Odilon Redon.

La novela transcurre en el lapso de nueve días, entre el 21 y el 30 de enero de 2003 y Hoban la organiza a partir de capítulos breves, que siempre comienzan indicando la fecha y en los que los personajes se van pasando la voz narradora de uno a otro. En ocaciones la que cuenta es Christabel, en otras es Elías y a veces son otros personajes los que se hacen cargo del relato durante algunas páginas.

A partir de ese recurso, el autor teje la trama con la información que cada uno aporta. En el balance, los momentos que los protagonistas comparten no son tantos, en comparación con las elucubraciones de sus propios discursos internos, que conforman la mayor parte del texto.

¿Solamente una novela de amor?

Ambos personajes son verosímiles a partir de la ternura que destilan sus inseguridades. Si Christabel muestra los dientes de su sarcasmo ante la posibilidad de enamorarse, no es porque lo crea imposible. Al contrario, sabe muy bien que aquello es probable y a lo que en realidad le teme es a perderlo una vez más, como siempre le ocurre. Del otro lado, Elías se debate entre el impulso de convenserse que intentarlo vale la pena y la dificultad de romper la inercia de su propia soledad.

Hoban utiliza los temores de sus personajes como puentes para acercarse y encariñarse con ellos. La condición necesaria para que eso ocurra es atreverse a cruzar y conectar o, aún mejor, identificarse con los miedos y las neurosis que exhiben, incluso a pesar de ellos mismos.

Siguiendo esa línea, mientras parece que la novela gira en torno a las posibilidades de que ese amor finalmente exista, el autor aprovecha para trazar otros caminos por los que transitan cuestiones menos obvias, pero esenciales para que todo lo demás vaya ganando espesor narrativo. Porque si al comienzo Ven a bailar conmigo exhibe un tono ácido y ligero, que se sostiene sobre todo en la mirada del mundo que se expresa a través de Christabel, de a poco se va oscureciendo. Como si al alejarse de la superficie, las sombras de lo profundo comenzaran a teñir cada rincón del relato.

Sobre el final, tras escuchar una canción que la conmueve, Christabel descubre que de lo que habla aquella melodía sin decirlo, es de la pérdida. “La pérdida nos define”, le responde su eventual interlocutor, que también parece hablar de Ven a bailar conmigo. “De eso se trata todo. Cualquiera que opine distinto no sabe de lo que habla”. Quizás recién después de aceptar esa idea, aquel amor improbable finalmente se vuelva posible.