Andrés Neuman viajó desde España, donde llevaron a sus padres, ambos músicos, los trágicos avatares de la historia argentina cuando él era aún un niño. Desde entonces, vive allí, más precisamente, en Granada. Fue la presentación de su último libro la razón que lo trajo de regreso a su tierra natal. Se trata de Isla con madre, un título que resultaría también adecuado para un cuadro. Es un poemario escrito 18 años atrás, mientras cuidaba a su joven madre a la que la enfermedad se llevó prematuramente de este mundo.
Especificar que se trata de un libro de poesía es quizá una concesión al afán clasificatorio a que responde la división en géneros literarios. Cuando Andrés Neuman escribe lo que se ha dado en llamar prosa, también hace poesía. Basta con leer Anatomía sensible o el díptico dedicado a su hijo integrado por Umbilical y Pequeño hablante para comprobarlo. Pero incluso en una novela como Hasta que empieza a brillar dedicada a la vida de María Moliner se nota ese amor por la etimología como raíz poética de la palabra que en un caso devino diccionario y, en otro, está en una persecución constante de que esa raíz poética se revele en textos diversos.
La poesía no es en Neuman una forma literaria, sino una forma de percibir el mundo, como si el lirismo formara parte sustancial de su ADN.

Andrés Neuman
–No sé si existe una forma “técnicamente objetiva” de leer pero si existe, no la he adquirido a pesar de los muchos años que hace que me dedico a este oficio. Isla con madre me emocionó hasta las lágrimas, como si estuviera hablando de mi propia historia. Yo cuento eso como un valor del libro, aunque no esté contemplado por la teoría literaria. Me pareció un libro fantástico en su síntesis, en su condensación.
-Me encanta que rompas las normas del decoro porque la poesía que nos interpela nombra esos temblores, juega en esos bordes y suele transgredir también. Además, no nos impotan las convenciones de la teoría literaria, sino qué le pasa a quien lee y qué le pasa a quien escribe. Es importante la emoción y también la conmoción en el sentido de que son dos personas que se mueven juntas.
Acompañar a alguien en un movimiento, ése es el significado etimológico. Me interesa la emoción que es cuando uno hace movimiento hacia fuera y encuentra a alguien junto a quien con moverse. Y eso me parece tan elemental como sagrado. De modo que te lo agradezco. Me dijiste que en algún momento lloraste leyendo el libro. Yo creo que hay un malentendido cultural.
-¿Cuál sería ese malentendido?
-Existe la costumbre de atribuir la tradición hímnica a lo colectivo y la elegíaca, a lo individual. Hemos sido entrenados en la creencia de que los himnos se cantan coralmente y las elegías se susurran. Sn embargo, las pérdidas, los duelos, el trabajo con la memoria de lo perdido son más universales que cualquier himno, es común a la experiencia humana de cualquiera. Todos hemos perdido, estamos perdiendo, perderemos a alguien. Todos hemos cuidado, estamos cuidando, cuidaremos a alguien y, si tenemos suerte, seremos cuidados.
Entonces colectivizar la elegía por medio de la belleza y la precisión de la palabra me parece que podría ser una aspiración ritual y colectiva de la poesía. Muchas veces el llanto, igual que la palabra poética. puede ser ese puente que pluraliza, que nos permite conjugar en plural las emociones que parecían singulares.

-Llama la atención lo extremadamente sintéticos que son los poemas y que logres expresar tanto a través de la brevedad.
– Traté de que estos poemas fuesen lo más sintéticos posible, precisamente, para tratar de equilibrar o contrapesar la fuerte emoción y la intensidad amorosa que ya está, en un punto, desesperada. Se trata de acotar con precisión un perímetro que es abismal. Eso es una especie de torsión imposible, pero la poesía también se dedica a eso, a hacer posible lo que parecería expresivamente imposible.
Pero además, en el caso de la génesis de estos textos, esa brevedad se vuelve más plástica y le rinde tributo a las condiciones materiales de escritura del librito, porque resulta que estas notas las fui tomando hace mucho tiempo mientras cuidaba, acompañaba y despedía a mi madre que murió muy joven, a los 54 años.
-Realmente muy joven.
– Cayó enferma poco después de cumplir 50 años. A mi familia y a mí nos tocó cuidarla cuando aún era muy joven. Hubo, además, una circunstancia que me dejó muy impactado y desde entonces sigo pensando en eso.
-¿Qué fue?
– Poco antes de de que sucediera esto que te cuento, mi papá se enfermó y mi mamá, mi hermano y yo lo cuidamos.
Pero mi papá se recuperó bien y, afortunadamente, sigue caminando por el mundo. Un par de años después fue mi mamá la que enfermó y mi padre, mi hermano y yo la cuidamos. Es decir que en el transcurso de relativamente poco tiempo el cuidado pasó a cuidador y la cuidadora pasó a cuidada. Me dejó muy en carne viva la pregunta quién cuida a quién No sabemos nunca quién es el personaje más frágil o vulnerable de la historia.
De hecho, en su momento escribí una novela que ficcionalizaba estas inquietudes que se llama Hablar solos. No hablade mi madre, pero sí es una historia de ficción construida a partir del estudio de un personaje que cuida.a su familia, que se enfrenta a un proceso de enfermedad de su cónyuge y se sumerge en contradicciones éticas, emocionales y hasta físicas al hacer ese trabajo de cuidado. La novela era -es-una ampliación del diálogo con mi madre.
–Vos escribiste los poemas que conforman Isla con madre mientras cuidabas a tu mamá. Eso les da intensidad, pero a veces, escribir sobre caliente no es lo que resulta mejor. De hecho, los publicás muchos años después de haberlos escrito. ¿Cómo fue reencontrarte con ellos y trabajarlos?
-Mientras cuidaba a mi madre fui tomando nota en verso de todo aquello que era improbable o imposible que nos dijéramos. De esa manera iba completando el diálogo íntimo con el ser querido y, a la vez, era una forma de enfrentar mejor el proceso que estábamos viviendo.
Fueron unos dos años de tomar notas y siempre era en papelitos muy pequeños. No era una época de smartphones todavía. Tenía una lapicera y agarraba el pedazo de papelito que se pudiera. Muchas veces eran papeles rotos, doblados y cortados. Los iba metiendo en una bolsita y esa bolsita la guardaba en una cajonera de mi escritorio. Esa bolsita se fue llenando de papeles que parecían una especie de collage accidental o una especie de piñata del duelo porque al cabo de los años esa bolsa estaba repleta de papelitos. La guardé en un cajón y ahí quedó. Ni pasé los papelitos en limpio. No estaba tratando de hacer un libro ni mucho menos.

-¿Y cómo te decidiste a sacarla de allí?
-Al principio me parecía algo demasiado delicado como para exhumar, así que ni siquiera los releí.
Pero después fue pasando el tiempo y al cabo de unos años ya me parecía como demasiado tarde, algo entre lo terrible y lo innecesario. Así que se convirtieron en una misión indefinidamente pendiente. Me acostumbré a que ese cajón no se abriera hasta que nació mi hijo.
-Justamente iba a preguntarte eso, qué influencia tuvo el nacimiento de tu hijo en el hecho de que volvieras a conectarte con esos papeles.
-Esto se enlaza, aunque no lo parezca, con la síntesis, porque con el nacimiento de nuestro hijo se reabrió otra etapa del duelo. Me estoy dando cuenta de que el duelo no se abre o se cierra, sino que procede por capas. Hay capas más superficiales y capas más hondas del duelo. Cuando cerrás la primera podés volver a ser funcional, pero eso no quiere decir haber hecho el duelo, sino, simplemente, que todo relato tiene su estructura y sus capítulos y un duelo es un relato interior Me di cuenta de que había cerrado el duelo como hijo, pero se abría el duelo como padre.
Me resultaba insoportable e incomprensible que mi hijo no pudiera conocer a mi madre. Eso me arrojó a una zona del duelo que yo desconocía Entonces ahí me pareció que tenía que abrir el cajón del escritorio, revisar esos papelitos cuyos contenidos no recordaba en absoluto.
-Esos papelitos tenían además un costado metafórico, eran roturas, precariedad, fragmento…
– Justo eso es lo que te iba a decir respecto a la brevedad y a la síntesis. Los fui pasando lenta y laboriosamente en limpio y lo que hice fue respetar su carácter fragmentario y balbuceante en lugar de unificarlos.
Lo que hice fue mantenerlos desmenuzados, desmembrados porque sentí que tenían una cualidad balbuceante y que, de algún modo, reflejaban la dificultad con la cual nombramos lo que más nos importa.
Además, tenían un cierto desamparo infantil y, para mi sorpresa, estaban voseados Por razones del exilio de mi familia, el vos es un pronombre muy querido que sólo uso en Argentina y con mi amigos de Argentina.
Mi mamá nació de vos y se murió de tú. Me impresionó el hecho de que esas notas estuvieran tomadas con el pronombre materno. Eran poemitas que trataban de invocar a mi madre con la lengua materna, con mi dialecto materno.