Sobre la tierra colorada crecen incógnitas y respuestas para indagar el universo y conocerse a uno mismo. El artista plástico Andrés Paredes, de Apóstoles, Misiones, traduce la naturaleza litoral, la cosmogonía guaraní y la de los pueblos jesuíticos en los múltiples materiales de la muestra Un puñado de tierra en el Museo Sívori (Infanta Isabel 555). “Representa todo un ciclo del hombre en el planeta -dice-: echar raíces, la trascendencia, la búsqueda personal y lo finito de la vida”. Y remata: “Éste es el cierre de una larga búsqueda”.

Andrés Paredes, nacido en 1979, alude al fin de su investigación “sobre la mancha de tierra colorada que une Misiones, Corrientes, el sur de Brasil y el sur de Paraguay, donde crece la yerba mate, que es un poco mi marco teórico”, dice. Y el título Un puñado de tierra “es una cita de un poeta paraguayo, ​​Hérib Campos Cervera, que habla de la tierra desde el destierro: de lo que significa para nosotros ese mismo lugar donde uno fue feliz”.

Andrés Paredes explora la filosofía de la tierra colorada

Así, la tierra roja recorre los distintos elementos de la muestra en el Museo Sívori, que estará hasta el 30 de noviembre: las mariposas conviven con las orquídeas, los cuarzos artificiales con las bolsas de semillas, las mesas en formas de hongos con las cesterías y los aromas a lavanda y yerba mate con un bestiario inspirado libremente en la visión guaraní del mundo: ese muestreo de animales está desplegado en el friso de veintidós metros, hecho de tierra colorada, con el que abre la muestra: “Yo tomo algunas leyendas y mezclo algunos personajes que son parte de ese universo”, dice Paredes.

Andrés Paredes explora la filosofía de la tierra colorada

Ahí aparecen un picaflor con alas de mariposa, que lleva las almas de los difuntos al cielo, o un tapir alado con su estela refulgente en el cielo: “Según la visión guaraní, ahí está representado el camino del tapir, que para nosotros es la Vía Láctea”, cuenta Paredes. También hay un tucán con cola de serpiente, un coatí con un cuerno y otros animales fantásticos según la mirada guaraní. “Es como una idea del cielo en la tierra, que en vez de estar en el suelo está puesta sobre la pared como si fuese una gran mancha: un gran gesto de tierra desplegado. El friso también habla del tiempo y de qué pasa después de que abandonamos este plano”.

Andrés Paredes explora la filosofía de la tierra colorada

Un puñado de tierra tiene curación de Sandra Juárez y puede visitarse los lunes, miércoles, jueves y viernes de 11 a 19 y los sábados, domingos y feriados de 11 a 20: la entrada sale 10.000, pero también 2.000 pesos para residentes argentinos y/o extranjeros con DNI (los miércoles es gratis).

Una de sus grandes instalaciones se compone de raíces con semillas, orquídeas y lavandas “y llevó un trabajo enorme -cuenta Paredes-, porque hay elementos hechos en cestería, y después hubo que teñir y coser las telas y rellenarlas con estas semillas y con lavanda. También hay orquídeas que vinieron de Montecarlo, Misiones: todo se armó en el Sívori”.

Andrés Paredes y una instalación con semillas

Esas bolsas de semillas cuelgan del techo, en forma de racimos: “Hubo que construir esa escultura in situ, suspendida, con la fuerza de la gravedad, y cosiendo una tras otra con un andamio. Fue un trabajo que llevó mucho tiempo”, describe Paredes. Y se conecta con otra de las instalaciones de la muestra Un puñado de tierra. Se trata de “Materia vibrante”, con una cueva compuesta por cristales cultivados por él mismo “con una solución química de bórax y filamentos que simulan cuarzos”.

Andrés Paredes explora la filosofía de la tierra colorada

¿Cómo fue el proceso para componer la cueva en el Sívori? “Primero hubo que construir todos los cristales y después pegarlos en estas estructuras que están iluminadas: el efecto es un artificio -explica Paredes-. La idea es que cuando la gente entre a esa sala encuentre un hallazgo geológico, como si ingresara dentro de una cueva de fantasía, con luces especiales y cristales de colores. Ahí yo hablo de la espiritualidad de la piedra”.

Otra de las grandes instalaciones de la muestra es “Volverse tierra”: consiste en mesas en formas de hongos, que contienen más de 350 mariposas disecadas -del mariposario de Santa Ana-, cráneos animales de barro, tacurúes (hormigueros cónicos) y otros objetos. “‘Volverse tierra’ está trabajada con diferentes tonos de arcillas naturales -repasa Paredes-. Hay cinco especies de mariposas y para traerlas hubo que hacer toda una gestión en Misiones. Y los hormigueros fueron donados por la municipalidad de Apóstoles”.

Son innumerables los detalles de Un puñado de tierra: los visibles y los insinuados. “A mí me gusta poner siempre algunos detalles ocultos -revela Paredes-. Por ejemplo, todas las salas están acompañadas por un jardín interno y dentro de él hay unas especies de insectos inventados, que yo hago con restos de otros. Ellos hablan, justamente, de esta posibilidad de redefinirnos. Pero la idea de la transformación está presente en toda la muestra: en los animales del friso, en las semillas que van a ir brotando, en los cristales o en las propias orquídeas”.

Andrés Paredes explora la filosofía de la tierra colorada

Una vez que se sale de la cueva de cuarzos hay una serie de pinturas informalistas que Paredes realizó con su mano izquierda, con base de cemento, barro y pigmentos naturales de distintas ciudades: Oberá, Areguá, Atacama y Cachoeira. “Me inspiré en el informalismo misionero -dice-, que tiene mucho de orgánico, con distintos elementos. Ese punto de la muestra habla del tránsito en la vida, de habitar y recorrer el espacio antes de llegar al fin del ciclo. También hay una pintura que representa a San La Muerte: tiene un tocado guaraní de plumas y un reloj de arena”, concibe Paredes.

Y vuelve a sus conceptos iniciales para Un puñado de tierra: “Esta obra habla en general de que si tenemos conciencia de la finitud de la vida siempre es mucho más fácil aprovechar el momento presente”. Así, esta exposición “invita a pensar en cuestiones existenciales”. Allí mismo está el sentido de la cueva: “La materia vibrante, lo inerte, tiene en sí una energía, y el estar adentro de una cueva habla de esa posibilidad de descubrirse uno mismo. Se puede decidir entrar allí, y animarse al desafío, o seguir de largo. Esa es la decisión que tenemos que tomar en la vida”.