María Cecilia Barbetta acaba de presentar en nuestro país su última novela, Nocturno esplendor (Emecé). Es argentina, pero vive desde hace mucho tiempo en Alemania. Desde allí añora dolorosamente su lugar de origen, pero escribe en alemán. Su novela, que se publicó en 2018 en Alemania, fue traducida al español por otro escritor, Ariel Magnus. Tras la aparente contradicción no hay tal cosa. Aquí podría aplicarse perfectamente la famosa frase de Pascal: «El corazón tiene razones que la razón no entiende». Por su parte la literatura, como el corazón, tiene sus propias razones y Barbetta las explica en esta nota.

Nocturno esplendor transcurre entre los años 1974 y 1975 en Villa Ballester, o quizá sería más correcto decir en una recreación literaria de ese barrio. Allí, una alumna ejemplar de un colegio de monjas, Teresa Gianelli, trata de convencer a los vecinos de que reciban en sus casas la imagen de la Virgen que brilla en la oscuridad.

Son los tiempos de una Argentina violenta signada por el gobierno de Isabel Perón y el salvajismo de «El brujo». La novela está habitada por numerosos personajes nacidos de la frondosa imaginación de Barbetta. Y aquí una paradoja que no es sólo aparente: seres de papel y tinta resultan entrañablemente humanos.

–Escribís en alemán.¿El alemán se convirtió en tu lengua materna?

–No. Es una pregunta muy linda porque va al punto respecto de la forma en que yo hago literatura. Mis antepasados son italianos y libaneses. En mi familia no hay ninguna conexión con el alemán más que el hecho de haber vivido en Villa Ballester y haber tenido cerca un colegio alemán. De casualidad yo estudié en ese colegio.

–Pero tu mamá trabajaba en el colegio alemán.

–Sí, trabajó allí toda la vida, pero sin saber alemán. Hizo sólo un cursillo para poder entenderse con sus colegas.

–¿Qué enseñaba?

–Economía, algo que a mí me parece aburridísimo. Mi hermano es sociólogo, mi padre, contador público nacional.  Todos nosotros disparamos para para lugares distintos. A mí me encantaba la materia Castellano, me parecía bellísima. Me gustaba leer, me gustaba escribir, me gustaba jugar con las palabras.  Durante todo el colegio tuve clases de alemán, incluso con profesores que venían de Alemania. Y mi idea siempre fue ser maestra o ser profesora, incluso trabajé como docente de alemán. El tema de la escritura vino después de haberme ido con una beca a Alemania para hacer un doctorado en germanística, en literatura alemana. El alemán siempre me gustó mucho y se transformó en algo súper necesario a la hora de escribir novelas.

–¿Por qué?

–Me preguntaste antes si el alemán se había convertido en mi lengua materna. Como dije, no es así. Tengo una teoría respecto de mi relación con ese idioma.

-¿Cuál?

-Tiene que ver con que, a la hora de escribir una historia, considero siempre que tengo que volver a la Argentina que es el lugar donde nací y crecí. Es paradójico, pero el alemán me posibilita una distancia frente a esa necesidad y, a la vez, me permite acercarme sin que la intensidad de mis sentimientos me lastime. Los sentimientos de añoranza son muy agudos y trato de resguardarme. El alemán es como una capa que me hace invisible o una piel que me protege. Desde el punto de vista de la escritura también me permite ver algo más de la Argentina, mirarla de una forma diferente, descubrir cosas que antes no había visto. Yo lo domino muy bien, pero el alemán es y seguirá siendo toda mi vida un idioma extranjero, no mi lengua materna.

–¿Por qué te fuiste a vivir a Alemania?

Me fui en busca de algo totalmente utópico que era alcanzar la perfección en un idioma extranjero. Quería hablar y escribir como una alemana y, claro, al crecer y volverme más madura descubrí que eso es imposible y lo más lindo es que me di cuenta, además, de que tampoco es necesario, que ese enamoramiento con el alemán conlleva también otro tipo de añoranza, la de querer atrapar algo que siempre se me va a escapar. Pero que el alemán se me escape en algunas oportunidades es muy productivo a la hora de escribir acerca de algo que uno cree conocer muy bien por estar situado en la Argentina. Me acuerdo de un programa de televisión que había en mi niñez en la Argentina. Me gustaba el título, El país que no miramos, pero no me acuerdo ni lo que mostraba. Es que a veces, cuando uno vive en un lugar se acostumbra y deja de ver cosas que son muy bellas y muy interesantes. Es más fácil verlas a la distancia y verlas con nuevos ojos. El alemán es como una nueva mirada que es la mirada del lenguaje. Creo que el héroe de mis novelas es el lenguaje, un lenguaje que se yuxtapone a otro. Por otra parte, entendí que mi vida está compuesta por dos mundos diferentes, que soy la mezcla de dos culturas, aquella en la que nací y que siempre va ser la cultura propia y la cultura extranjera que me acompaña en cada regreso al país, lo que no se produce sólo cuando me tomo un avión hacia Buenos Aires, sino también cuando viajo con la fantasía, cuando rescato momentos. Yo nací en el 72, pero al volver con la fantasía, al volver con un lenguaje nuevo pueden cobrar vida incluso cosas que no viví, pero que puedo vivir en la literatura. Eso me eso me encanta.

–Tu novela habla de una familia de clase media que vive en Ballester. Me parece que que al escribir en alemán se producen dos cosas. Por un lado, una mirada extrañada y, por otro, esa mirada extrañada hace que el relato salga del costumbrismo. Es un relato muy torrencial, muy barroco. ¿Vos lo ves así?

–Absolutamente. La gente siempre busca un cajoncito donde meter al autor. Yo no quepo en ninguno, porque lo que hago es algo raro: soy una escritora argentina que escribe sobre Argentina en alemán. Es cierto que la novela tiene que ver con Villa Ballester, que menciono nombres de calles, de negocios. Pero lo que trato de hacer de manera permanente es desdibujar los límites de los lugares. Nocturno esplendor está plagado de imágenes de distintas culturas, no solamente de la cultura alemana. Por ejemplo, en mi último viaje a Guadalajara hice un paseo por el Panteón de Belén que es el cementerio más viejo de ese lugar. Allí me enteré de una leyenda que es la del árbol del vampiro. Hay una tumba que tiene un cerquito, pero ese cerquito está ya casi explotado por las raíces enormes de un árbol gigantesco.  Dicen que ahí está enterrado un hombre que era un vampiro y para matarlo le clavaron la típica estaca en el corazón y de ahí brotó ese árbol. La historia me pareció hermosa y en la novela la situé en la Plaza Roca en Villa Ballester. Esa plaza realmente existe, pero la dirección que puse no es la correcta, está corrida tres cuadras porque me gusta la calle San José de Flores que describo en la novela. Me parece que tiene un nombre hermoso. Entonces todo ese Ballester de Nocturno esplendor que parece descripto de manera tan minuciosa, en realidad, es otra cosa. Eso me interesa como una poética de escritura.

Foto: DPA

–¿Y a qué lector le hablás de Villa Ballester?

–En principio a los lectores alemanes. Alemania se está convirtiendo o ya es un país de inmigrantes, por lo que este tipo de posturas me parecen interesantes. Alfred Jarry dijo algun vez algo así como que las palabras son un poliedro de ideas, tienen distintas caras y cada una presenta una realidad totalmente distinta y eso es lo que me gusta. Por eso no me parece mal escribir en un idioma que no me permite poner las cosas a punto, porque me obliga a dar un rodeo.

–Hablás de Villa Ballester pero, en realidad, estás fundando una ciudad tan ficcional como, por ejemplo, la Santa María de Onetti, y esa es una posibilidad que te da la lengua.

–Sí. Mis novelas siempre se desarrollan en un tercer lugar que no es Argentina, aunque la mencione, y tampoco es Alemania. A mí me gusta usar imágenes bien concretas y no quiero olvidarme lo que dijiste del lenguaje barroco porque el barroco es algo que amo. Soy increíblemente barroca. Me encantan las oraciones largas, me encantan los adjetivos y eso tiene que ver con el rodeo del que hablé antes. Yo nunca termino de contar algo porque creo que lo interesante es, precisamente, eso: no terminar de contar. Esto lo entendí después de haber sufrido mucho por no poder llegar al punto. No puedo llegar porque me falta la palabra, porque me falta la expresión, entonces aprendí a ser feliz acercándome sin llegar nunca. Cuando uno va envejeciendo, trata de de ser feliz con lo que puede, con lo que tiene, y de ver cosas lindas también en las imposibilidades. Creo que no llegar nunca también trae aparejado algo lindo: uno sigue añorando, sigue esperando. Es como cuando uno espera al gran amor. Cuando lo tiene, uno es feliz, pero por ahí se olvida de que lo tiene.  Cuando lo espera, en cambio, uno se esfuerza y anhela.

–Los objetos que están en toda la novela también tienen que ver con lo barroco.

–Sí, me gustan los objetos, coleccionar cosas, tal vez porque perdí todo, porque me tuve que ir con una valija y dejar todo. La novela es una habitación llena de objetos.

–¿Qué coleccionás?

–Cosas raras, objetes trouvés que le gustarían a Liliana Porter. A veces recojo cosas que para la gente son horribles. En el baño tengo, al lado del jabón, tres esculturas pequeñas de tres niños. A uno le falta un brazo, a otro, la cabeza. Una amiga mía quedó horrorizada, pero para mí es un objeto bellísimo que encontré en un mercado de pulgas. Mi exmarido es artista plástico y creo que también por eso veo mucho arte. Me inspiro mucho con el arte.

–Respecto de tus personajes, creo que tenés una actitud de ternura hacia ellos. ¿Coincidís con esto?

–Sí, es que los quiero. Y eso no tiene que ver con Alemania, sino con Argentina. Añoro este país y me gusta volver, pero me cuesta menos volver en la fantasía que volver en la realidad. En la novela no hay grandes rufianes ni grandes héroes, son gente común como la que tuve en mi entorno cuando vivía aquí con mi familia. Como tardé ocho años en escribir la novela, viví mucho tiempo con estos personajes. A pesar de que se trata de ficción, trato de construir personajes que sean humanos

Política y ficción: el lado más oscuro de la magia

«Me interesó que la novela tuviera un trasfondo político –dice María Cecilia Barbetta–. Esto se relaciona con lo que sucedió en 2010 en la Feria del Libro de Frankfurt. En  esa oportunidad, el país invitado fue Argentina y muchas de las novelas que se tradujeron al alemán se desarrollaban en la época de la dictadura que comenzó en 1976.A mí me interesó entonces ahondar el periodo anterior con la esperanza de entender yo misma cómo se desató esa dictadura. Y la verdad que el desafío fue mucho más grande de lo que había pensado en un principio. Lo político me interesaba, sobre todo, como disparador de mis propias historias. Pero la situación política de ese momento era ya tan novelesca, que eso también fue un desafío. ¿Cómo hacer ficción sobre una etapa en que el cadáver embalsamado de Eva Perón volvía  al país, quedaba en el gobierno una presidenta que de política no sabía nada y que hablaba con los muertos y el hombre que era su mano derecha creaba la  triple A? Había leído un libro de historia cuyo nombre no recuerdo, que tenía un capítulo que se llamaba «La magia en el poder» y se refería a ese período. Me pareció algo interesante mostrar los aspectos negativos de la magia, sus costados más oscuros».

Crear el tercer lugar

–Vos decís que en tus novelas los espacios que creás no son ni Argentina ni Alemania, sino un tercer lugar. ¿Por qué?

–Hay una imagen de un crítico de la literatura alemana que me gustó mucho. Él hablaba del principio del cine y explicaba el tema de lo que se llamó la fantasmagoría. Decía que se usaban dos linternas mágicas para crear climas fantasmagóricos y que cada una de esas linternas proyectaba sobre una pared un trasfondo distinto. Entonces, las dos imágenes se unían para crear una escena que no era ni la primera imagen ni la segunda, sino una yuxtaposición de ambas. Creo que a Villa Ballester la recreo no sólo con la pantalla de Argentina y el idioma alemán en que fue escrito el original, sino también  con un montón de otras inspiraciones, cosas, objetos, personas,  negocios que encuentro de casualidad en los viajes que hago. Surge así un lugar casi utópico para decirlo con una palabra de la novela. Es un lugar que no existe en ningún mapa, un lugar que no es aprehensible, que está y, a la vez, no está, y eso me gusta.