Brenda Becette acaba de publicar un nuevo libro de cuentos, un género, si es que la noción de género tiene aún alguna vigencia, en el que logra una precisión quirúrgica. Con una escritura en apariencia transparente logra transmitir climas de angustia producidos por amenazas que se ocultan sobre la claridad misma. Se trata de Llamarada (Emecé) que reúne nueve relatos inquietantes en los que el clima de zozobra nunca se genera a partir de lo explícito.

«En Llamarada –dice acertadamente Esther Cross– encuentro el ojo experto, el pulso para contar y dosificar información y silencios. Las historias están contadas con un decir calmo, en dominio, donde la claridad no anula nunca el misterio».

En la escritura de Becette, el apocalipsis no necesita trompetas para anunciarse. Subyace a las palabras de manera silenciosa aunque, de alguna forma, logra anticiparse en un sedimento angustioso que no se sabe de dónde proviene. En ella, los infiernos carecen de la fanfarria ostentosa del fuego aunque el título del libro sea Llamarada. También el frío quema de manera subrepticia y lesiva sin hacer anuncios obvios.

Lo primero que me llamó la atención de tus cuentos es que los paisajes no son meros escenarios, sino que tienen protagonismo y son suburbanos y poco convencionales. Antes de describir un personaje lo sitúas en un paisaje muy concreto. ¿Es una estrategia consciente de escritura o algo que te sale naturalmente?

–No, no es una estrategia, me sale así. En general, pienso al personaje ya inmerso en el lugar y el lugar lo afecta. Especialmente lo hago con el protagonista o la protagonista, que siempre está en una situación de lucha o trata encontrar la manera de salir de algún problema que no tiene que ver con la naturaleza, pero sale de él con otros y ayudada por la naturaleza. El paisaje, como decís, juega. Son lugares fuertes, especialmente, el paisaje natural.  Luego están los cuentos de familias, que siempre transcurren en casas, en interiores, pero siempre son un poco suburbanos. La ciudad no me inspira demasiado. Por el contrario, me abruman la ciudad, la capital y su ruido.

–Sos de Campana, ¿no?

–Sí, soy de Campana y viajé por varios lugares tanto urbanos como no urbanos. Pero cuando escribo las historias las ubico en lugares más bien agrestes, un poco difíciles de transitar. Mi imaginación va por ahí.

–Además, son lugares extraños para la mayoría, por ejemplo, una mina, donde transcurre el primer cuento. ¿Conocés una mina?

–No, pero tengo familiares y amigos que son científicos de diferentes tipos y me interesan las noticias sobre descubrimientos ambientales. Hay varios sitios donde difunden esas noticias y no es que estoy pendiente todo el tiempo, pero cada tanto las miro. A veces, encuentro alguna cosa que me interesa y digo: «me gustaría hacer algo con esto». Algo me queda resonando y comienzo a investigar un poco para generar el verosímil. Quiero saber más  porque el personaje va a estar ahí y va actuar ahí. Y si es además un profesional, tiene que saber.

–Quizá sea por eso que todos los cuentos, incluso los que no tienen que ver con lo natural como, por ejemplo, el último, tienen algo apocalíptico que va por debajo. Las palabras, siendo muy claras parecen conllevar algún peligro inminente que puede ser natural o provocado por el ser humano. Siempre se insinúa implícitamente alguna amenaza. ¿Cómo te surge esto?

–Es que soy una pesimista respecto del género humano. Creo que todo va empeorando y que es culpa de él. El libro anterior, La parte profunda que salió publicado en México ganó el Premio José Emilio Pacheco, El premio se llama «Ciudad y naturaleza» porque está auspiciado por la Universidad de Ciencias Ambientales de Guadalajara. En  ese volumen anterior había escrito cuentos más cortos y apocalípticos que los de Llamarada, muchas distopías en las que casi siempre el culpable es el ser humano.

Sus personajes tienen que sobrevivir en un lugar totalmente hostil y hacer lo que pueden, pelearse con sus semejantes para comer y no morir, para tratar de sobrevivir. Algunas de sus distopías luego se hicieron realidad. Siempre tuve la idea de que todo se va a destruir, se va a perder, que las ciudades van a ser escombros y va a haber pestes como fue la pandemia de Covid, que se va a acabar con lo que queda de bosques, de selvas, de agua. Eso me preocupa porque lo veo y eso es lo que corre por debajo de los cuentos.

–En Llamarada el único cuento en que eso no sucede esto es el último.

–Sí, es el único que tiene un final positivo, si bien también tiene algo apocalíptico. Está basado en algo que leí acerca de los camarones. Se descubrió que algunos mutaban de sexo, se transformaban de machos en hembras. Investigaron y descubrieron que se debía a unos parásitos que se les pegaban y que les producían una transformación completa tanto química como morfológica, porque se achicaban y tenían la forma de los camarones hembra. Los seres del mar, de las profundidades, siempre tienen una evolución fantástica que no coincide con lo que uno cree sobre ellos. Me informé, vi un par de películas, todo quedó resonando y se me armó una historia.

–¿Por qué te da optimismo que los camarones muten?

–Porque hay un entendimiento entre los dos personajes principales que dejan afuera al que quería hacer negocios con algo que podría cambiar la evolución. Existía el riesgo de que ese descubrimiento en vez de usarse para algo que le sirviera a la humanidad se convirtiera en un producto.

–¿Escribiste este libro con alguna idea rectora o los cuentos se fueron acumulando espontáneamente?

–Se acumularon. Son como una evolución del libro anterior. Son más largos y de temas diversos. De todos modos, creo que tienen un tono común. Veo en ellos un grupo heterogéneo pero creo que los cuentos «pegan» entre ellos. 

–Sí, se percibe que el libro tiene una unidad. El último cuento es algo diferente, pero se enmarca bien dentro del resto. 

–Me di cuenta de que era diferente, de que se despegaba un poquito de los otros, por eso lo puse al final. 

–¿Cómo es tu proceso de escritura?

–Depende, pero en general aparece una idea que comienza a crecer en la mente. La verdad es que no sé bien cómo es el proceso. Es algo que se va armando, se van pegando cosas y de pronto tengo una idea para empezar a escribir. Algunos cuentos se escriben más rápido que otros. El segundo, por ejemplo, «El hueco en la ligustrina», lo escribí casi de un tirón.

–En ese cuento no hay una amenaza de la naturaleza, sino de otro tipo.

–Claro, ese cuento pertenece al grupo de los cuentos de familia y lo que da miedo, lo que resulta amenazante es, precisamente, la familia. La amenaza aquí es descubrir al monstruo dentro de la familia. Es un cuento con niños y tal vez para un adulto la amenaza es menor. Hay allí un tema de escala. Pero en los cuentos tanto los niños, como las mujeres en viaje y los científicos hacen lo que tienen que hacer para sobrevivir.

–Esos son cuentos con una doble territorialidad, la del espacio y la del cuerpo. ¿Es algo buscado?

–Creo que es buscado en algunos cuentos y en otros no, pero igualmente cuando los leo me parece que van para el mismo lado de aquellos en que el efecto es buscado. Hay una misma corriente de ideas, especialmente en lo que se refiere a las mujeres. Para una mujer que viaja sola a lugares extraños, un tanto hostiles, donde siempre hay hombres, el cuerpo es un tema muy importante. De pronto, al perder esa capa de urbanismo obligado de las ciudades llenas de controles, todo se vuele salvaje.

–Claro, por ejemplo al leer el cuento «En la mina» sentí todo el tiempo una tensión respecto de lo que podía pasarle a una mujer en medio de tantos hombres en un lugar alejado. Pero el final no va por ese lado.

–Sí, creo que eso tiene que ver con el pasado de la protagonista que tiene una crianza evangelista, protestante que no tiene que ver con la Iglesia Evangélica de hoy, sino con una Iglesia antigua que todo el tiempo machaca sobre la culpa. Su culpa hace que ella crea que tiene que salvar algo que finalmente se termina hundiendo como todo el mundo se esperaba. Ella ofrece su cuerpo en sacrificio.

–Pero cuando se plantea el escenario de una mujer sola entre hombres, por lo menos yo como lectora pensaba que el cuento iba a terminar de una forma distinta.

–Es que, cuando hay una mujer entre tantos hombres en un lugar como una mina, por más avances del feminismo que haya, en la realidad esa idea se cruza. Ninguna mujer, por fuerte que sea, se queda tranquila en esa situación y piensa «acá no va a pasar nada». Pero, en este sentido, en el cuento no pasa nada.

–Pero el lector no puede ignorar lo que se juega en esa situación.

–Claro que no. Lo que hace la protagonista es una zambullida porque es su trabajo y quiere volver al mundo científico y laboral.

–¿Llamarada reúne cuentos que escribiste a través de cuántos años? –Tres o cuatro. Varios los escribí en pandemia y alguno incluso antes pero había quedado sin terminar. Continué con su escritura hasta principios del año pasado.  

Sobre la formación lectora

–¿Cómo te formaste como lectora?

–En mi casa siempre había libros. Aprendí a leer y a escribir muy chica. Mi papá me enseñó en mi casa y cuando comencé el colegio ya sabía hacerlo desde hacía rato. En casa siempre había libros que eran suyos, historia, mucha novela inglesa.

–¿Tu padre se dedicaba a la historia?

–No. Fue uno de los primeros que se ocupó de sistemas y programación en los años ’60 y’ 70. Pero le gustaba mucho leer. Había libros de historia porque le gustaba y también mucho policial inglés. A mí mamá también le gustaba la lectura, especialmente los policiales de Agatha Christie, entonces nos dedicábamos a juntar todos sus libros y eso a mí me divertía muchísimo. Tenía siete u ocho  años cuando los leía y me gustaba esa emoción que me daban sus historias. Los sentaba a todos para contarles quiénes eran los posibles culpables.

–¿Creés que la amenaza solapada que hay en tus cuentos pueda venir de ahí?

–Probablemente, pero a mí me gustaba mucho también Chesterton. Tengo varias ediciones en español y en inglés de todos los relatos del padre Brown como fetiche. En mi casa había también muchos best sellers de los años ’80. A la vuelta vivía mi tía que tenía libros de Simone de Beauvoir y de las hermanas Brontë. Me quedaba mucho allí y los leía a la hora de la siesta

Diseño y literatura

–¿Tu formación como escritora, además de leer mucho, cómo se dio? ¿Fuiste a un taller?

–No, para nada. Soy diseñadora de indumentaria egresada de la UBA y trabajé toda la vida de eso.

–¿Y cómo se conjuga el diseño con la literatura?

Y…a mí me gusta el diseño.

¿Algún tipo de diseño en particular? 

–No, el diseño en general. En una época pintaba. No sé qué será la creatividad pero es como si saliera de un pozo, como si de ese mismo pozo pudiera emerger una cosa o la otra. No lo podría explicar científicamente, pero es así. Diseñar y escribir me parecen actividades similares. Cuando escribo tengo muchas ideas visuales y no son de ropa.

–¿Seguís diseñando?

–Lo hice hasta el año pasado. Incluso tenía mi propia marca de ropa, pero siempre trabajé en empresas, en marcas, en ropa deportiva o informal. El año pasado tuve mucho estrés porque el diseño es  un trabajo muy desgastante y paré. Me dediqué a escribir luego de haber trabajado más de 20 años en eso.