Los dolores eran insoportables. Ya no podía dilatar la consulta. Pero al médico no le pareció tan grave y, luego de una rápida revisión, mandó a Mollie a su casa con un diagnóstico de reumatismo y una receta de aspirinas. Cuando, el 12 de septiembre de 1922, la hemorragia en la boca acabó con su vida, todavía no había cumplido los 25.

Grace no sabía lo que había pasado con Mollie cuando se le aflojó el primer diente. Tampoco le dio mucha importancia. Quizás había mordido algo duro y no lo recordaba. La caída del segundo diente le resultó más preocupante. Cuando se le hinchó la mandíbula se dio cuenta de que necesitaba ir al hospital.

Mientras el médico miraba su radiografía, ella movía nerviosamente la pierna. No entendía por qué tardaba tanto. Y es que él no daba crédito a sus ojos. La mandíbula de Grace parecía un queso gruyere, llena de agujeritos que carcomían el hueso. Nunca había visto algo así. A Grace le costó dos años y nueve dientes encontrar al abogado Raymond Berry, el único que aceptó preparar la demanda. El juicio comenzó en 1928. El dolor duró toda su vida.

Pintura que brillaba en la oscuridad

Exactamente 30 años atrás, en 1898, Marie y Pierre Curie anunciaban al mundo el descubrimiento del radio. Su resplandor verde azulado era tan misterioso como fascinante y, rápidamente, este elemento se convirtió en una estrella. 

Se agregaba como ingrediente en dentífricos, cremas, agua mineral y hasta chocolate con la excusa de que, supuestamente, prevenía enfermedades o perpetuaba la juventud.

Incluso le dedicaron una hermosa canción: «The radium dance»

En 1902, Pierre y Marie le regalaron al inventor William Hammer muestras de sus cristales de sal de radio. Hammer combinó esta sal con pegamento y un compuesto llamado sulfuro de zinc. ¿El resultado? Pintura que brillaba en la oscuridad.

Nunca pares de brillar: chicas tragando radio por las ganancias del patrón

Durante la Primera Guerra Mundial, el ejército de Estados Unidos le encargó esta pintura a la U.S. Radium Corporation para pintar diales y brújulas. La llamaron ‘Undark’: al brillar, los militares podían consultar sus instrumentos en la oscuridad. Una ventaja indudable en tiempos de guerra. Pero, claro, ¿quién no querría relojes radiactivos en su casa? Rápidamente el producto se empezó a comercializar masivamente.

Y ¿quiénes se encargaban de la delicada tarea de trazar los pequeños números brillantes? Las chicas del radio, bajo el lema “Made possible by the magic of radium!”. A razón de un centavo y medio de dólar por cada dial, pintar las esferas luminosas estaba considerado un trabajo de ‘élite’ y conseguir un puesto se consideraba muy afortunado: el salario era más de tres veces el de un trabajo normal en una fábrica.

Decenas de jóvenes mujeres con sus manos pequeñas pintaban, con paciencia y prolijidad, las agujas y los diales de relojes. Cada dos o tres pinceladas, llevaban el pincel a sus labios y chupaban la punta para afinarla y no perder el trazo.

Los papers de las chicas del radio

—¿Esto hace daño? – fue lo primero que preguntó Mae, la mentora de Grace.

—No, no hay nada que temer – respondió Savoy, el gerente.

Mientras los varones en los laboratorios llevaban delantales de plomo y manejaban el radio con pinzas de punta de marfil, las chicas del radio no tenían ningún tipo de protección.

Doce números por reloj, más de 200 relojes por día y, con cada trazo, un poco de radio en sus cuerpos.

No sabían que, en la búsqueda de la precisión que la patronal les exigía, estaban firmando su sentencia de muerte.

Y así empezaron a aparecer los dolores, los tumores, los huesos quebrados.

Nunca pares de brillar: chicas tragando radio por las ganancias del patrón

Con las primeras muertes llegó la alerta, pero la empresa negó por años su responsabilidad (pese a que uno de sus fundadores, el químico Sabin van Sochocky, había reconocido ya en 1921 los riesgos de la radioactividad), falsificó informes y sobornó a médicos.

En 1925, se publicaron tres papers que, con mayor o menor grado de énfasis pero enfocándose específicamente en los casos de las “chicas del radio” y su salud y relevando mucha evidencia, mostraban el vínculo causal entre, bueno (y suena increíble tener que decirlo)… chupar radio diariamente y enfermarse. Y, sí.

Chicas fantasma

Mientras tanto, algo espeluznante ocurría: las mujeres se empezaron a dar cuenta de que ellas mismas brillaban en la oscuridad. Las apodaron “chicas fantasma”.

Para 1927 ya habían muerto más de 50. En 1928, algunas trabajadoras lideradas por Grace Fryer se agruparon para iniciarle juicio a la empresa. Llegaron hasta la Corte Suprema.

Finalmente, consiguieron una paupérrima indemnización: $10.000 (equivalentes a 183.000 dólares en 2024) y un pago anual de $600 (equivalentes a 11.000 el año pasado). La usaron para afrontar los cuidados de sus últimos días y sus funerales, porque ninguna de ellas sobrevivió más de dos años tras el acuerdo.

Justicia

Las ‘chicas del radio’ de New Jersey fueron tapa de los diarios. Cuando Catherine Wolfe en Ottawa, Illinois, leyó las noticias se horrorizó y convocó a sus compañeras de la empresa Radium Dial.

La pesadilla se repetía.

En 1938, Catherine desarrolló un tumor del tamaño de un pomelo en su cadera y, al igual que Mollie, perdió todos los dientes y la mandíbula. Llevó su caso a los tribunales y declaró desde su lecho de muerte. Así consiguió justicia.

Este caso tuvo un gran impacto en las leyes de derecho laboral en EE.UU. Llevó a la creación de la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional y, a partir de allí, se establecieron compensaciones para los y las trabajadoras y procedimientos de seguridad básicos.

En Ottawa, una estatua conmemorativa recuerda a estas mujeres. En Navidad, la cubren con una bufanda roja para que no sufra frío.

1620 años

Grace, Catherine y sus compañeras seguirán siendo “chicas fantasma”: el radio tiene una vida media de 1620 años y permanecerá en sus huesos hasta que, finalmente, su brillo se apague.

A poco de una nueva conmemoración del Día Internacional de los y las Trabajadoras, y en un contexto internacional en que, ahora con una explicitud descarada, la libertad (carajo) de las empresas sigue anteponiéndose al bienestar y la salud de las grandes mayorías populares, la pregunta es si la historia de las chicas del radio perdurará más que su brillo.