El concepto de sexo tántrico está inspirado en el antiguo hinduismo y plantea una modalidad erótica lenta y duradera, casi en trance, que privilegia el placer espiritual por sobre la angurria física. Pues bien, el presidente Javier Milei ha confesado públicamente ser uno de sus practicantes. ¿Hubo algún otro jefe de Estado que le hablara al pueblo sobre sus preferencias en la cama?

El tipo se exhibe sin frenos. Y lo que oculta también lo exhibe: desde su papada hasta sus aversiones más atávicas, en una permanente «desregulación» (una palabra que le encanta) de su vida privada.

Milei carece por completo de sentido del ridículo. Desde su llegada a la presidencia, se considera el personaje más importante del planeta. Y la certeza de haber consumado ese logro sin otra herramienta que su empeño transformó sus complejos físicos y mentales en una fría arrogancia, torpemente expresada, como en una comedia negra.

Sin duda, su visita al colegio Cardenal Copello –en su doble carácter de exalumno y primer mandatario– fue al respecto una representación única. Ya transcurrieron tres semanas desde entonces, pero la singularidad de ese evento aún es asombroso y, además, revelador.

Sublime –desde el punto de vista televisivo– fue cuando la cámara tomó un primer plano de la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, justo al lloriquear desde un asiento de la primera fila, emocionada por las palabras del primer mandatario.

En cambio, en la cara de Milei, al ofrecer una suerte de clase magistral a los alumnos, no había una pizca de añoranza ni emoción. Pero sí revanchismo hacia un pasado con el cual, al parecer, tiene cuentas que saldar. 

Fue una de las pocas veces que no leía sus dichos, que incluían diatribas anticomunistas e invocaciones a las «fuerzas del cielo», aligeradas con chistes sobre la sexualidad de los burros. Pero hubo algo que lo fastidió sobremanera: el desmayo del pibe abanderado que adornaba la izquierda del atril.

Milei sólo lo miró de soslayo y, sin interrumpir su discurso, le dedicó al caído un chascarrillo alusivo (muy festejado por el auditorio). Nunca antes los rasgos psicopáticos de un gobernante quedaron tan expuestas como esa vez.

Claro que no siempre reacciona con tan aterradora frialdad.

En este punto es necesario retroceder al ya remoto 23 de junio de 2018, cuando, en la ciudad salteña de Metan, dio una conferencia en la sede local del Colegio de Abogados de la Provincia, no siendo, por ese entonces, más que un pintoresco panelista de TV. Ya se sabe que en tal ocasión, súbitamente, montó en cólera ante una pregunta formulada por la periodista de Info Salta, Teresita Frías, a quien le prodigó una andanada de insultos a viva voz. También se sabe que, a raíz de ello, la fiscal del fuero de Violencia de Género, Susana Redondo Torino, le inició una causa, la cual se disiparía al disculparse el acusado por su exabrupto. Y que el expediente fue archivado sin notificar a la víctima, quien no tiene acceso a sus páginas, dado que el juez Carmelo Paz lo tiene guardado a cal y canto. Desde luego que su actual hermetismo es comprensible: la fiscal y él no podían imaginar hace casi seis años que ese «loquito» se convertiría en el presidente de la Nación.

 Una lástima. Porque aquel expediente atesora una alhaja documental: el informe de una «valoración” suscripta por el psicólogo de la Corte Suprema de Salta, Pablo Carrizo Saavedra, donde consigna el «peligro» y los «indicadores de riesgo» que evidencia Milei «para sí o para terceros», según supo revelar el periodista Hugo Alconada Mon el 29 de agosto en el diario La Nación.

Había que verlo, recientemente, en otra disertación que, probablemente, será recordada en el futuro, la del IEFA Latam Forum, ante la elite económica del país, donde llamó la atención su expresión jubilosa cuando, con la mirada inyectada en sangre, anunció el despido de 70 mil empleados estatales. Parecía la reencarnación del mismísimo Calígula.

Bien vale reparar en este personaje que gobernó el destino del Imperio Romano entre los años 37 y 41 (d.C). Y sin disimular el vínculo amoroso con su hermana, Drusila (con quien, incluso, llegó a convivir en pareja), ni la gran devoción que le profesaba a su caballo, «Incitatus», al que llegó a construirle una caballeriza de mármol y marfil, además de concederle el cargo de cónsul, para así burlarse de los miembros del Senado, a quienes detestaba.

¿Acaso el bueno de Conan es nuestro Incitatus de entrecasa?  Pues bien, tanto su presunto fallecimiento –dicen que en algún momento de 2018–, como el paradero de los cinco mastines, que Milei mandó a clonar con sus células en la empresa texana Via Gents Pets, son un secreto de Estado. Y al punto de que hasta el Wall Street Journal se interesó en esta cuestión con el siguiente título: «El nuevo presidente de Argentina ama a sus perros. A la gente, menos». Por un lado, de Conan él habla como si estuviera vivo. Por otro, ¿qué diablos pasó con sus nietos de cuatro patas (cómo él los llama)? Porque los caniles que hizo construir en la Quinta Presidencial de Olivos quedaron inconclusos y en abandono. ¿Acaso fueron sacrificados o están escondidos en algún lugar mantenido bajo absoluta reserva?

«Tengo fotos de ellos, pero no las muestro», le contestó al periodista del WSJ, para así dar por terminada la cuestión.

Otro misterio de su existencia que él mantiene bajo absoluta reserva es su relación sentimental con la imitadora Fátima Florez. Un tema de su esfera privada, claro, pero que provoca la atención de los programas de chimentos, a cuyos cronistas no les cierra su verosimilitud 

¿Se tratará de una impostura para «normalizar» la figura de ese hombre acomplejado, sin más familia que su amada hermana Karina?

Es notable que tales misterios–frívolos, si se quiere–prevalezcan sobre otras–diríase–disfunciones que Milei exhibe sin pudor, cómo su obsesión por pulverizar el Estado que él encabeza; o cómo su propósito de lograr el «déficit cero» a costa de la destrucción del tejido social; o cómo su objetivo de rifar al mejor postor los recursos estratégicos para así cumplir compromisos espurios que él, además, no se preocupa en disimular; o cómo el placer que siente ante el sufrimiento que causa. Un placer tan lento y duradero, casi en trance, como el del sexo tántrico.  «