La coyuntura actual encaja con el concepto que, en 1967, desarrolló el filósofo francés Guy Debord en su ensayo La sociedad del espectáculo, a saber: «Todo lo que alguna vez fue vivido directamente ahora se ha convertido en una mera representación». Pues bien, a partir del 10 de diciembre pasado hubo en el país una sucesión de imágenes oscilantes entre el humor involuntario y el horror.

Había que ver al flamante presidente, Javier Milei, disfrazado de militar en Bahía Blanca, tras el temporal huracanado que se desató después de que él invocara a «las fuerzas del cielo». O durante la lectura de su desaforado DNU por cadena nacional, junto a sus principales colaboradores, tiesos, impávidos, y en perfecta formación, al mejor estilo Goya. O monitoreando la televisación del despliegue represivo contra manifestantes desde una sala policial llena de pantallas, en la cual su mayor preocupación fue taparse la papada con su mano derecha.

Pero en ese mismo momento, se produjo otra escena –transmitida por todas las señales de noticias– que parecía calcada de la última dictadura: la del hall de la terminal del ferrocarril Roca, en Constitución, por cuyos altavoces una voz meliflua e impersonal advertía una y otra vez: «El que corta no cobra. Si te están obligando, podés denunciar anónimamente al 134».

Dicho sea de paso, eso generó un pequeño chisporroteo entre la ministra de Capital Humano, Sandra Petovello, y la de Seguridad, Patricia Bullrich, ya que ambas se atribuían la ocurrencia. Pero el asunto no pasó a mayores. Aun así –según confió una fuente gubernamental a Tiempo–, el asunto habría sido ideado nada menos que por el doctor Carlos Manfroni, a quien Bullrich acaba de rescatar del ostracismo para convertirlo en su asesor.

Bien vale reparar en su figura.

Ante todo, este sujeto de 71 años representa un puente entre la ministra y la vicepresidenta Victoria Villarruel, distanciadas por incompatibilidad de ambiciones –esta última anhelaba controlar las áreas de Seguridad y Defensa–. Sucede que Manfroni escribió con ella el libro Los otros muertos. Las víctimas civiles del terrorismo, además de ser un viejo compinche de Bullrich.

Pero, sobre todo, es un dinosaurio de fuste, cuyo currículum incluye al menos una memorable trapisonda.

Fue en octubre de 2019 cuando saltó a la luz el caso del espionaje ilegal a por lo menos 22 jueces que tramitaban expedientes de alto impacto político. Entre ellos había dos integrantes de la Corte Suprema (Ricardo Lorenzetti y Juan Carlos Maqueda), además de magistrados del fuero federal y de los tribunales orales. Todo indicaba que aquella fue una práctica orgánica y muy extendida del régimen macrista, dado que la pesquisa del asunto –instruida por el juez federal Rodolfo Canicoba Corral– determinó que su metodología consistía en ingresos no autorizados al sistema de la Dirección Nacional de Migraciones (DNM) desde los siguientes organismos del Estado: la Unidad de Información Financiera (UIF), la AFIP, la Procuración General del la Nación (PGN), la Policía de la Ciudad, la Gendarmería, la Prefectura, la Federal y el Ministerio de Seguridad. La cuestión es que las “consultas” correspondientes fueron solicitadas a las bases informáticas de aquellos organismos con el password de Manfroni, quien ya entonces era un alfil de Bullrich.

Se trataba de un individuo desconocido por el público. En parte, porque su condición de funcionario fue durante 27 meses el secreto mejor guardado por Bullrich. Hasta el 25 de marzo de 2018, cuando quien escribe este artículo consignó que él dirigía, casi en la clandestinidad, el área de Investigaciones Internas del Ministerio.

En este punto, es necesario evocar el motivo de semejante discreción.

Habían transcurrido sólo 72 horas desde la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada cuando el gremio ATE lo denunció por recabar datos sobre «la filiación política, ideológica y sindical» de los trabajadores del Ministerio. El inquisidor acababa de ser nombrado subsecretario de Articulación Legislativa por Bullrich.

En paralelo, Horacio Verbitsky exhumaba textos que Manfroni supo publicar alguna vez en el pasquín fascista Cabildo. He aquí dos párrafos: «La libertad y la democracia son obra de la hedionda Revolución Francesa, que para peor también fabricó el amor a la Humanidad, puro onanismo intelectual» y «El rock conduce al desesperado deseo de la muerte e induce al suicidio, como lo demuestran las letras de Spinetta, Moris y Charly García».

La respuesta del ex Sui Generis no se hizo esperar. En una carta abierta enviada al secretario del Sistema de Medios Públicos, Hernán Lombardi, soltó: «Merezco una disculpa. Yo compuse ‘Los dinosaurios’, luché contra la dictadura. ¿Y un boludo está en contra de la Revolución Francesa y del amor? ¡No cuenten conmigo, ignorantes!».

Pésimo debut el de Manfroni. Al día siguiente renunció.

Pero su paso al costado fue en realidad una impostura. Nunca se fue del Ministerio. Y en el mayor de los sigilos fue puesto al frente de la Dirección de Investigaciones Internas, una función desde la cual, para alivio de la población civil, únicamente perseguía a policías descarriados.

Aun así, públicamente, él solía quejarse una y otra vez del motivo de su falsa abdicación: «Juzgar a alguien por lo que supuestamente escribió hace ya cuatro décadas y que ya no piensa, es una real injusticia».
En tal cambio de postura no falta a la verdad: del nacionalismo católico de ultraderecha saltó hacia el neoliberalismo católico de ultraderecha.

Abogado de profesión, el tipo dirigió la Fundación de Ética Pública –un cenáculo de cuadros del establishment–, además de participar en actividades del Servicio de Informaciones de la Embajada de Estados Unidos (USIS), dictó en la Universidad Católica cursos sobre «corrupción y terrorismo» auspiciados por dicha embajada. También es columnista del diario La Nación; en sus artículos acostumbra a exigir «mano dura» debido a la hiperinflación de inseguridad, y con cierta insistencia exhibe su empatía hacia la enmienda de la Constitución norteamericana que autoriza la tenencia irrestricta de armas a civiles. Pero nada lo turba más que los juicios por delitos de lesa humanidad. Tal contrariedad hizo de él un encarnizado referente de la llamada «memoria completa», siendo su gran obsesión el procesamiento de antiguos militantes de organizaciones revolucionarias que sobrevivieron al terrorismo de Estado. Un anhelo que comparte con la señora Villarruel. Cabe destacar asimismo que, en 2003, fue candidato a vicejefe de Gobierno porteño por un partido llamado Unión para Recrear, siendo la cabeza de fórmula nada menos que Bullrich.

Sin duda, aquel viejo lazo explica que ahora comparta con ella este nuevo desafío ministerial. De hecho, él la acompañó en su reciente reunión con las cúpulas de las fueras federales de seguridad.

En aquella ocasión, Bullrich les prometió: «Voy a protegerlos frente a las injusticias por casos que no corresponden».

A su lado, Manfroni sonreía de oreja a oreja.

En fin, escenas oscilantes entre el humor involuntario y el horror. «