“Yo creo que la picaresca está en el gen del oficio de periodista. Está en su ADN. Sin la picaresca, el periodista es un empleado administrativo que escribe lindo (en el mejor de los casos)”, dice Sergio Olguín en el prólogo de El periodismo es lindo porque se conoce gente. Y otras picardías (Ed. Marea) el último libro del maestro de periodistas Carlos Ulanovsky. Quien se autodefine como “hincha de Racing periodista y escritor, en ese orden”.
Se trata de un libro tributo, según palabras del propio Ulanovsky, de un reconocimiento al oficio con el que se ganó la vida durante 62 años y en el que aún persiste gozosamente.
En él nos cuenta de primera mano cómo eran las viejas redacciones nubladas de humo de cigarrillos anteriores a internet, las redes sociales y la inteligencia artificial. Por él desfilan medios y personajes que forman parte de la historia misma del periodismo argentino, decálogos, apuntes, recomendaciones y otras hierbas como anécdotas que Ulanovsky rescata antes de que naufraguen en el olvido.
Con prólogo de Sergio Olguín e ilustraciones de Miguel Pep, este libro reivindica la picardía no como una canchereada, sino más bien como una actitud necesaria en un periodista que consiste en hacer, sin desesperación, posible lo que parecía imposible, de resolver en tiempo y forma y con métodos genuinos una nota sobre un tema del que se ignora todo.
–Me pregunto cómo hiciste para escribir un libro con tanta información, tan heterogénea y que el texto fluyera.
-Ahí me parece que lo que funciona es el oficio. Siempre le digo a Ricardo (Se refiere a Ricardo Gotta) que las veces que me llama y me dice, «Che, tenés la contratapa del domingo», me siento y no sé de qué voy a escribir, pero al rato me sale algo. Lo atribuyo a que el oficio me tensó el músculo de la escritura. Este libro es también producto de cumplir el teorema de Verbitsky, que es: “Doce horas culo”. No hay otra manera. Si lo tengo que entregar el 31 de agosto, al día siguiente estoy trabajando y trabajo todo el día. Hay que sentarse a escribir todos los días. A mí me sirve, por ejemplo, ver cómo va creciendo la montañita de papeles a medida que imprimo.

-¿Cómo surgió este libro? ¿Te planteaste escribir un libro sobre qué?
-Puedo decir dos o tres cosas sobre eso. Una es que cuando hice Paren en las rotativas, había incluido dos capítulos que no salieron. Uno de los capítulos era sobre los hijos de periodistas, como es el caso de Gotta, que siguió la carrera de su padre. El segundo capítulo que no salió y que ni siquiera fue escrito, porque lo bocharon antes, fue sobre la picaresca del periodismo. La editora me dijo, «No, se va a alargar demasiado el libro», que ya era muy largo. Ya en ese momento tenía en la cabeza hacer algo sobre lo que yo pienso que es una de las herramientas principales de los periodistas, que es la picardía. Cuando en una redacción te tiran un tema que desconocés por completo y tenés que escribir 50, 60, 80 líneas, te las arreglás. Llamás por teléfono, vas al archivo, buscás un libro. Eso es puro oficio, pero, además, es una opción conceptual básica que debería tener toda escuela de periodismo.
–Mientras lo leía, en algún momento pensé: «Este debería ser un manual para las escuelas de periodismo».
-Ojalá, porque es algo muy, muy conceptual, pero también es muy práctico. Me encantaría, que un joven que esté estudiando periodismo diga, «Che, tenía razón este tipo. El periodismo es lindo porque se conoce gente.» Pero vuelvo a la pregunta. Creo también que uno de los orígenes es un chiste que le escuché decir a Timerman, no recuerdo si en Confirmado o en La Opinión. Y el chiste, que está en el libro, dice que era Navidad y que el jefe de redacción lo llama al redactor y le dice, «Che, fulano, escríbame 50 líneas sobre Jesús y el tipo le pregunta «¿a favor o en contra?» Creo que, de alguna manera, que el periodismo ha devenido en eso: el jefe de redacción dice, «A ver, fulano, escríbame 50 líneas sobre Scaloni», y el periodista responde «¿a favor o en contra». No sé si me lo había propuesto, pero lo que salió también es un homenaje a este laburo que me permitió vivir durante 62 años. No lo tenía como propósito pero me fue saliendo eso, la posibilidad de hablar de los maestros, de decir que no venimos de la magia, no, que venimos de gente que nos enseñó. No laburé con Roberto Arlt, no laburé con Roberto Santoro, no lo conocí. Pero sí lo conocí al García Lupo, lo conocía a Sdrech, lo conocía a Petcoff, Toda gente maravillosa, de los que aprendías con solo escucharlos hablar. Así que también eso es parte importante del libro, Estas redacciones donde uno aprendía y que tenían eso tan fascinante también me llevaron a mí a querer ser periodista.
-¿Siguen existiendo esas redacciones?
-No lo sé con exactitud. Lo sé solo por referencias. Nora Veiras, que está a cargo de Página 12, me cuenta que no, que ahora y desde hace tiempo, los redactores no tienen la obligación de ir, pueden trabajar a distancia. Eso tiene que ver con la precarización. Ese es un tema central. Las empresas dejaron de pagar remises o taxis y los periodistas resolvieron hacer las notas por teléfono, 20 o 25 años atrás. Y, de repente, la pandemia, finalmente, decidió todo. Desde entonces no hay obligación de que los redactores vayan a trabajar a la redacción. Pueden trabajar en su casa con la aprobación de los empresarios que dijeron: «Bueno, mejor, no los tenemos acá, no nos miran de mal talante, no nos hacen asambleas…».
-¿Cuándo empezaste a escribir o a imaginar el libro?
-Cuando fui a proponerle a Marea el libro, ya lo tenía bastante resuelto. Con muchos libros trabajé así: agarré una caja de cartón azul y empecé a tirar papelitos de cosas que iba leyendo, que me iban contando, cosas, que supe, cosas que conocí. Un día la caja estaba llena y dije: «Bueno, acá hay un libro.» Fui a Marea, lo propuse, me lo aceptaron y dije, «¿Cuándo hay que entregarlo? «El 31 de octubre», me contestaron. Me senté a laburar y lo entregué.
-¿Tenés varias cajas o tuviste una caja para este libro y otras para otros?
-Tuve muchas cajas. Mirá, me pasó una cosa rarísima. El 1 de marzo tuve el infarto, y me pusieron un stent. Pero antes de eso empecé a ordenar mi archivo de papel. A lo mejor presumía que me podía pasar y por eso empecé a ordenar el archivo de papel. Me encontré con una cantidad de cosas que ni siquiera sabía que tenía o ni siquiera recordaba. El libro Los Argentinos por la boca mueren que tuvo tres volúmenes también lo hice así, con una caja en la que iba tirando papelitos. Iba caminando por la calle y escuchaba algo, lo anotaba y ponía el papelito en la caja. Yo soy analógico nativo. Y trabajo de ese modo
-Entiendo tu método acumulativo. Lo que me llama la atención es cómo le das a todo eso una estructura, cómo le encontrás un eje.
-En este caso, el libro está ordenado por secciones. La sección con la que abre se llama «Vuelos de bautismo». Tiene que ver con textos que le pedí a jóvenes periodistas, algunos ya no son tan jóvenes. Fui trabajando de acuerdo al material. Tenía, por ejemplo, muchos decálogos, entonces dije, «Bueno, este es otro capítulo, los decálogos». También me ayudó bastante el editor de Marea. Esos textos cortos que se llaman instantáneas, por ejemplo, estaban a lo largo del libro y él me sugirió que los juntara. Y cuando los vi juntos dije, «Bueno, me gusta eso.» También está “Qué par de pícaros los dos”, que son homenajes a gente que conocí y que me enseñó.
-Así como dejaste dos capítulos de otro libro que alguna manera fueron germen de éste, ¿tenés algunos capítulos que no publicaste de éste que puedan dar origen a otros?
-Sí. En vida de Rogelio García Lupo, Alberto Rudni, Ricardo Alac tenían un grupo que hacía unos almuerzos. Fui a algunos de ellos, José Ignacio López hace unos almuerzos todos los meses con gente muy grande, básicamente de La Nación y de La Prensa, me hubiera gustado hacer un capítulo sobre eso.

-¿Que extrañás de las redacciones?
-Una de las cosas que perdí era la cena post redacción. Mandabas al diario al taller y toda la banda se iba a comer algo hasta la madrugada. Hoy eso es algo impensable. Trabajé siete años en Clarín, del ’83 al ’90. Extrañé a algunos amigos, extrañé el archivo de Clarín, un archivo de papel, fabuloso. Me pasaba horas allí. Estaba a cargo de un tipo súper eficiente que se llamaba Cañás. Sabía dónde ubicar todo. Y otra cosa que extrañé fue la hora de la cantina, 40 o 50 minutos antes del laburo, donde salían las mejores cosas, salían, digo, las risas, pero también las ideas.
-¿Qué lugar ocupa el humor en tu trabajo?
-En el fondo, me considero un humorista. En muchas ocasiones trabajé de eso. Los dos años que laburé en Satiricón fui muy feliz. Los dos años que trabajé con Guinzburg y Castelo en El ventilador fueron años divinos de reírme y reírme y también de provocar risa. Alguna vez imaginé que iba a hacer una empresa que se llamara Damos Risa Sociedad Anónima. Me gusta mucho el humor, pero me tomo el laburo muy en serio. «

Ula, el maldito
–¿Qué te planteás cuando tenés que hacer una entrevista?
-Primero que nada conocer al máximo a quién voy a entrevistar. Como entrevistador tuve épocas de ser detestable. Cuando entré a Confirmado Horacio Verbitsky me pidió que me hiciera cargo de una sección que se llamaba «Reportajes insolentes», que consistían en ir a ver un tipo para joderlo, ir a hacerle preguntas insidiosas, molestas. Leídos ahora esos reportajes insolentes suenan cándidos. Pero en ese momento tenían su fuerza. Hasta que un día lo fui a entrevistar a un psicoanalista que estaba de moda que se llamaba Fontana. Fui con un montón de preguntas que eran chismes de sus pacientes. El grupo Stivel se analizaba con Fontana. Una parte de su tratamiento era con LSD. Le hice dos o tres preguntas, entre otras, si era cierto que se comía las uñas y el tipo se brotó y me dijo que yo era un reportero hijo de puta y que me fuera, me echó.
Llegué a la redacción y le dije a mi jefe que no quería hacer más esa sección que me sentía mal, que no era para mí. Me escribí una carta que lamentablemente no conservé, pero en la que me decía, «Deberías haberlo resuelto de otra manera …”. Bueno, digo, pero lo resolví así. Tuve toda una época de periodista insidioso. En La Opinión tenía fama de crítico maldito. Eso se me fue sin hacer tratamiento láser con el exilio. En México creo que me recibí de persona adulta y todo lo que vino después me gustó mucho más.
Periodismo, cholulismo, curiosidad
–¿Cómo nació tu vocación?
–Yo hice la secundaria en el Mariano Moreno. Todos los años fui compañero de Rodolfo Terragno. Cuando estábamos en tercer año, Rodolfo inventó una revista estudiantil, pero no se relacionaba con lo que pasaba en el colegio, sino que era una revista estudiantil pero de interés general. Esa revista fue importantísima para mí, para mi vocación. Con la excusa de la nota conocí a un montón de gente que me interesaba conocer. Lo conocía a Dante Panzeri, lo conocía a Babsy Torre Nilson. Un día fuimos al viejo Canal 7 y conocimos a Pinky y a Augusto Bonardo. Conocí a Dalmiro Sáenz a Conrado Nalé Roxlo enpersona. Es cierto que el periodismo es lindo porque uno puede conocer gente. En el 85 trabajaba en Clarín y dije «Che, no lo conozco a Borges». Y con la excusa de la nota, lo conocí a Borges. Un día lo entrevisté a mi ídolo de adulto, Roberto Alfredo Perfumo. Bueno. No sé exactamente si llamarlo cholulismo, pero sí curiosidad.