En un contexto desolador, en el país y en el mundo, desde Ecofeminita cerramos el año convencidas de que es necesario y urgente discutir la alternativa a este modelo del “sálvese quien pueda”. Discutir cuidados, trabajo y desigualdad de género, de ingresos, de racialización, no es una agenda “solo de mujeres”, sino una discusión central sobre cómo se sostienen nuestras vidas.

En la Argentina de Javier Milei, atravesada por el ajuste, la represión sistemática a las y los jubilados, la insistencia en recortar el presupuesto a las personas con discapacidad, la educación y la salud, junto con la eliminación de programas sociales y el deterioro de las condiciones de vida, esa discusión es urgente para todos, todas y todes. 

Pero el 2025 no fue solo un año de retrocesos. También fue un año de disputa cultural abierta. Un año en el que quedó claro que el ajuste no avanza sólo con decretos y reformas, sino también con relatos, con sentidos comunes y con modelos de subjetividad que buscan naturalizar la precarización de la vida. En ese terreno, desde Ecofeminita decidimos intervenir con la convicción de poner datos donde otros ponen odio, y evidenciar lo que el discurso libertario necesita ocultar. 

La ultraderecha no solo ajusta, también te dice cómo vivir 

Uno de los aprendizajes centrales del año fue entender que la ofensiva de la ultraderecha no se limita a recortar derechos. También propone qué tipo de personas necesita para llevar adelante su modelo de “sálvese quien pueda”. En el caso de los varones necesita su proyecto político. Un varón autosuficiente, aislado, que no cuide ni reclame, que tolere jornadas interminables en la búsqueda de ser “el mejor” y salarios que no alcanzan. Un varón que resuelva individualmente problemas que son estructurales. Y sino, que deje de existir. Que se salve o que se muera.

Esa narrativa se expresa a través de los criptobros, gurúes de “alto valor”, machos alfa, discursos de autosuperación extrema y desprecio a las mujeres y las disidencias. Lejos de ser marginal, en Argentina esta retórica es amplificada por el propio presidente, todos sus seguidores y por figuras como Agustín Laje, que señalan al feminismo como causa del malestar masculino mientras acompañan un modelo económico que precariza la vida de las grandes mayorías. Sí, quieren convencer a los varones de que la culpa de su pérdida de lugar de proveedores es de las mujeres y no de un salario que ya no alcanza para mantener un grupo familiar. Aunque en tiempos de pluriempleo, en muchos casos no alcanzan ni para la canasta básica de una persona.  

A lo largo del año, desde Ecofeminita investigamos estas narrativas con Ecofemibot, una herramienta que nos permitió analizar cómo se construyen, amplifican y coordinan discursos de odio en redes sociales. Detectamos estrategias claras como consignas repetidas artificialmente, inversión victimaria, ridiculización como forma de silenciamiento, apelación emocional para evitar el debate, pánico moral y narrativas conspirativas, junto con el uso del secularismo estratégico para presentar posiciones conservadoras como neutrales o técnicas.

El objetivo de su batalla cultural es profundamente político. Una reforma laboral regresiva necesita varones que no cuiden, no se organicen y no reclamen sus derechos. Un modelo neoclásico necesita que las personas culpen a otras personas de su entorno por sus males así nunca cuestionan el modelo en sí mismo.

Cerrar el año, abrir el futuro

La crisis del proveedor y la grieta en el relato reaccionario

En paralelo, publicamos junto a Oxfam el informe “El cuidado nos une: de la carga individual al derecho colectivo”, centrado en masculinidades, paternidades, cuidados y vínculos con los feminismos. Allí aparece una tensión clave que es la crisis silenciosa del mandato del proveedor.

El ideal del “hombre proveedor” nunca fue universal, pero funcionó como norma cultural. Incluso en Argentina, es recién en los 90s, con el neoliberalismo menemista, cuando las mujeres se suman de manera masiva al mercado laboral ante salarios que no alcanzaban en sus hogares. Hoy, la idea de un único proveedor directamente no cierra con la realidad material. La caída del salario real, la informalidad, la precarización y la pérdida de derechos laborales hacen muy difícil sostener un hogar con un sólo ingreso.

Sin embargo, esa crisis no se tradujo automáticamente en igualdad. Mientras las mujeres se incorporaron masivamente al mercado laboral, los hombres no ingresaron en igual medida a los cuidados, y las políticas (cuando existen) no interpelan esa responsabilidad. En nuestro informe, más de la mitad de los padres encuestados tomó entre uno y cinco días de licencia, y casi el 88% se declara insatisfecho con el tiempo que pudo dedicar al cuidado. El deseo de paternar está, pero los derechos no. Y, sobre todo, no aparece la demanda colectiva porque los mandatos de género siguen pesando más que los deseos. 

Los varones también cambiaron

El informe muestra una doble vara. Entre hombres, se siguen valorando la autosuficiencia, la fortaleza, la capacidad de resolver sin ayuda y la potencia sexual. En cambio, cuando piensan qué valoran las mujeres, aparecen la escucha, la comunicación emocional y el cuidado. Esta tensión estructura comportamientos porque muchos hombres quieren cuidar más, pero sienten que su reconocimiento entre pares depende de no hacerlo.

También aparecen señales alentadoras. Cuando se les pregunta qué características deberían fomentarse entre ellos las palabras que más se repiten son empatía, emociones, solidaridad, comunicación, cuidado y respeto. Y frente a los discursos de los “machos alfa” la mayoría no se identifica con ellos.

A su vez, 6 de cada 10 varones afirman que los feminismos les puede mejorar la vida, y solo una minoría lo rechaza contundentemente. Lejos del relato que intenta instalar la ultraderecha, el vínculo entre hombres y feminismos no está cerrado. Está en disputa. Por eso, a raíz de este informe, nos preguntamos: ¿quién va a disputar el sentido de la masculinidad en tiempos de precarización y ajuste?

Trabajar, ¿para qué?

Si algo dejó claro este año es que el problema no es sólo cuánto se trabaja, sino cómo y para qué. En un contexto de ingresos que no alcanzan, el pluriempleo se volvió una estrategia de supervivencia cada vez más extendida. Trabajar más horas ya no garantiza vivir mejor. Por el contrario, erosiona el tiempo, la salud y los vínculos, y profundiza las desigualdades existentes.

Esta sobrecarga no se distribuye de manera equitativa. Para las mujeres, el pluriempleo suele combinarse con dobles y hasta triples jornadas laborales: trabajo remunerado, trabajo de cuidados no remunerado, y trabajo comunitario en comedores, merenderos y espacios barriales que sostienen la vida en donde el Estado ni aparece. Pretender jornadas laborales que puedan llegar a las 12 horas en este contexto no es neutral, ya que implica excluir aún más a quienes ya cargan con una sobreexigencia estructural.

Por eso, pensar una salida requiere correr el eje: ¿Cómo puede ser que en más de 100 años dónde creció exponencialmente la productividad de las y los trabajadores se nos pida más de 8 horas de jornada laboral? ¿Por qué estas mejoras en el rendimiento del trabajo no redundan en una mejora para quienes trabajan? No necesitamos trabajar más horas, sino trabajar menos, de manera más equitativa y vivir mejor entre todos, todas y todes. Eso implica repensar el mercado laboral en Argentina, implica la necesidad de extender las licencias maternopaternales y prohibir las jornadas interminables.

Necesitamos mejores ingresos que permitan reducir el pluriempleo, potenciar el trabajo con derechos y no avanzar en la legalización de la informalidad, y mayor inversión pública en salud, educación y cuidados.

Lo anterior supone discutir de frente cómo se distribuye el ingreso. Es imposible pensar esto por fuera de un modelo de país que vuelva a priorizar las condiciones de vida, con foco en el crecimiento del mercado interno. Mientras el debate público se concentra en ajustar a quienes viven de su trabajo, bajo el lema de “no hay plata”, se achica la recaudación del Estado para bajar los derechos de exportación que paga el sector agroexportador y reducir las alícuotas que pagan los más ricos a través de Bienes Personales (el único impuesto que grava la riqueza en nuestro país). Es decir, mientras licuan jubilaciones, imposibilitan prestaciones básicas a las personas con discapacidad, echan empleados públicos y desfinancian la educación y la salud, es este gobierno el que se ocupa de que el ajuste sea continuo, achicando la caja del Estado para las próximas generaciones. 

Hay que avanzar en una una reforma tributaria progresiva, que vuelva a gravar la riqueza, las grandes fortunas y se usen esos ingresos para mejorar la economía doméstica y mejoren efectivamente las condiciones de vida de las mayorías.

En este marco, disputar la masculinidad en alianza con los feminismos no significa recentrar a los varones, sino evitar que sigan siendo la base subjetiva de un modelo que naturaliza la precarización, la autosuficiencia forzada y el desentendimiento del cuidado. Habilitar otros modos de vincularse, cuidar y organizar la vida cotidiana es parte de esa transformación.

Cerrar el año, abrir el futuro

El 2025 fue un año duro, pero no fue de puras derrotas. Un año en el que logramos evidenciar cómo operan las narrativas reaccionarias, mostrar sus estrategias y marcar sus límites. En pos de visibilizar los triunfos, el año comenzó con un Milei dando un discurso antifeminista y homofóbico en Davos y gracias a la movilización del 1F no pudo volver a mencionar estos dichos.

Este año también se lograron la Ley de Emergencia en Discapacidad gracias a la lucha de las y los familiares y personas con discapacidad, también la Ley de Financiamiento Universitario, que no sería posible sin las masivas manifestaciones en todo el país. Todo esto quiso ser borrado por el gobierno con el presupuesto para el 2026, pero no pudieron. Luchar sirve. Ahora se trata de convertir todo el diagnóstico de problemas en propuestas concretas, en organización y en horizonte político.

Desde Ecofeminita cerramos el año con las convicciones claras: frente al ajuste, más cuidados; frente a la precarización, más derechos; frente a la concentración de la riqueza, redistribución; y frente a la masculinidades ultraderechistas, feminismos organizados disputando cómo queremos vivir.

Poner la vida en el centro no es un eslogan, es una necesidad urgente y una apuesta política para los años que vienen. 

La nota es parte de la alianza entre Tiempo Argentino y Ecofeminita, una organización aliada que trabaja para visibilizar la desigualdad de género a través de la elaboración de contenidos claros y de calidad.