Perséfones atraviesa la plaza. Lleva una bolsa en la mano y nada más. No tiene monedas para viajar ni sabe de la existencia de la Sube. Estuvo cuatro años presa y acaba de salir de la cárcel. Afuera, el mundo se muestra abrumador, doloroso e inabarcable.

Hecha de silencios, el personaje que interpreta Deborah González, lleva adelante una historia impactante y conmovedora. Se trata de Atenas, la nueva película pensada y dirigida por César Gónzalez y que viene a completar su trilogía villera junto a Diagnóstico Esperanza y Qué puede un cuerpo. “Esta película tiene un presencia más fuerte de mujeres. Intenté no quedarme con una sola historia y poder contar otras historias que no necesariamente se deben cruzar, si no que se pueden contar de una manera más colectiva”, explica a Tiempo Argentino el mismo el joven y prolífico cineasta y poeta.

En la mitología griega, Perséfones es la reina del inframundo. En Atenas, de César González, es una chica de 20 años que intenta reinsertarse en un mundo pleno de hostilidades que intentan responder una pregunta: «¿No es una pesadilla si además de mujer naciste pobre y recién salís de la cárcel?». Con producción de Pensar con las manos, tendrá su estreno comercial este jueves en el cine Gaumont. 

“Muchas amigas me decían que había hablado mucho de los pibes y nada de las pibas. Así que me puse a pensar en mi mamá (una de las protagonistas del largometraje) que estuvo presa”; cuenta. “Hubo una situación que vivía con mi mamá y que de grande recién pude analizar. Cuando víviamos en una casilla y éramos tantos, ella a veces estaba con el estado de ánimo explosivo y cuando se enojaba decía. ‘Pero me hubiese quedado allá adentro que adentro estaba más tranquila’, de adulto, charlando con ella de eso, llegamos a la conclusión que es más difícil salir de la cárcel que entrar. Y uno dice, “es la libertad” pero no, eso es falso ¿Cuánto hay de real y de tangible en esa libertad? ¿Cuánto hay de esa definición que se cumpla en los hechos? Cuando entrás, tenés todo claro. Sabés que de tal hora a tal hora vas a estar en una celda, que a tal hora hay requisa… Te dicen la vas a pasar mal y que te vas a pudrir como una rata y efectivamente eso sucede. Ahora, cuando salís te dicen que sos libre. Pero sos libre de qué. Para qué. Si a una persona que no estuvo presa le cuesta encontrar un trabajo imaginate a una persona que ahora tiene el estigma de los antecedentes”, reflexiona.

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–Eso que decís, difiere bastante de acuerdo a la clase social

–Sí. Indaguemos en el sentido común de las palabras y de nuestro vocabulario más cotidiano en cuanto a lo estrictamente político. Cuando se habla de un genocida, por ejemplo, se dice que tiene que ir a “cárcel común”. Es decir, allá donde meten a los pobres, en esa cárcel. Tenemos naturalizado en el lenguaje mismo que hay depósito específico de una clase específica. ¿A quién se llama preso político? A cierto personaje que cumple con determinadas condiciones… Ahí es importantísima aquella frase del Indio Solari, “todo preso es político”, los otros presos ¿no lo son? No podemos naturalizar que la cárcel común es la cárcel de mierda porque es donde van los pobres y las pobres. En mi experiencia, puedo decir que he visto que en los pabellones comunes estábamos los que habíamos cometido el mismo tipo de delito con la condición estricta de provenir de un segmento social específico. He visto a pibes que atropellan o matan, son clase media o clase alta y por eso van a pabellones vip o pabellones aislados. Hay cárcel común pero con privilegios. Hasta en los abismos más profundos de la sociedad ves a la diferencia de clase.

“Ahora sí, se te terminó la joda”, le dice una psicóloga a Perse, la protagonista de Atenas. La joven de 20 años que recién sale de la cárcel, llega al Patronato para tener la entrevista con la profesional quien pone especial énfasis en que la chica debe cambiar de vida. “Hay algo que termina emparentando a los sectores progresistas con la derecha y con los sectores más reaccionarios y es el sentido común, misógino que siempre se representa en ‘Doña Rosa’. Siempre es ella mirando el noticiero, pero se olvidan que también existe el sentido común en el progresismo”, expresa González. “Ese personaje representa un poco a esa persona más progresista que va a trabajar a una cárcel. Van a trabajar con una remera de los zapatistas, por ejemplo, con otros clichés del progresismo. Y ellos te dicen “no te victimices”, una palabra que tanto se usa. Y yo creo que hay que aprender a aplicar la deconstrucción de la que habla Jacques Derrida y que es estrictamente del lenguaje. ¿Acaso no sos víctima? Porque primero tenés que aceptar la condición de víctima porque si no creés que estás viviendo algo hermoso. Para poder construir un discurso anti explotación tengo que saber que soy un explotado. El personaje de la psicóloga cree que así ayuda. Este personaje está planteado así de literal, pero en la vida real lo profundo es que, en general, te lo dicen sin ser literales, te lo hacen sentir con una mirada, con gestos. Acá está así porque quería eso para el espectador, que no haya entrelíneas para poder pensar y problematizar con las ciencias sociales”, critica el director y poeta.  

–El encuentro con la psicóloga muestra uno de los puntos más tensos de la situación de Perse, ¿se pensó así?

–Uno tiene que reivindicar la presencia del Estado, sobre todo cuando estamos en un momento como el actual, en que no te dejan respirar, en el que está todo tan triste y en el que quieren una vida horrible para el pueblo. Pero en la película también se ve que no se termina solo con la presencia del Estado. Se resuelve uno de los problemas pero se mantienen muchos otros, y no hay que callarlos. Esos espacios tienen que ser mejores y más sensibles, sin tanto verticalismo abrupto y sin eso de “yo te salvo y vos me lo tenés que agradecer”. Son lógicas que por lo menos se tienen que actualizar. Y siendo también consciente que hoy hay una ausencia cada vez más notoria de las contenciones institucionales del Estado.

–En cuanto a lo técnico, hay un trabajo de planos que le da un plus a tu trabajo como director, ¿cómo surgió ese planteo?

–Viene de lectura de varios directores, hay una mirada de Sergei Eiseintein en Iván el Terrible, pero también de lo que dice John Cassavetes y es que el rostro es el mapa del alma humana; o Gilles Deleuze quien decía que el primer plano carga con la cuestión afectiva. A mí me parecía que no sólo en el primer plano, si no en el montaje de ellos. La decisión fue porque no me conformaba con algunas cosas. Es una película de la que escribí el guión muy narrativo y muy cerrado. Si leés el guión al resultado de la película habrá quedado un 25%. Había un final feliz, pero me fui encontrando con otras cosas mientras filmaba y editaba. Arranqué como una película narrativa clásica pero sabía que no podía editar algo así. Quería que sea narrativa pero a la vez no puedo que sea solo eso, no me sale, no es el cine que más me gusta. Miro muchas historias, miro cine latinoamericano, también veo cine experimental,  y quería poner un pie en la narrativa y en lo experimental y que no sea forzado. Quería que sea parte del todo pero a la vez, que fragmente.

–En este film llevás al extremo la construcción poética de tu mirada, ¿vos lo notás?

–Hay algo instalado de que lo poético pertenece a un universo distinto al de la realidad y terminamos asociando lo poético con el mundo de los sueños porque tenemos todo universalizado en el arte. En mi caso, está para reivindicar que la realidad está llena de poesía y que se puede construir realismo en el cine con poesía y no necesariamente con la imagen más común de lo abstracto o poético. Mis libros son poesías que hablan de cosas bien concretas. Trato de no cerrarme y de incorporar elementos al campo dialéctico.

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–En estas épocas, el poder político habla del sistema penitenciario como algo ideal para solucionar algunas problemáticas y en ese contexto aparece la baja de edad de imputabilidad. ¿Cómo se incorpora este película dentro de ese debate?

–Se incorpora como una forma de oponerse y dejando en claro algo que me parece muy importante: ojo con creer que el arte es inocente o que el cine no tiene nada que ver con la conyuntura. Porque así como mis películas respaldan esa oposición a ese proyecto o es una forma de resistencia al discurso de mano dura, también hay películas o series que apoyan lo que dice Patricia Bullrich y que están hechas por directores que se consideran anti macristas o recontra de izquierda pero que sus personajes son siempre súper malos y súper violentos. Así le das la papa en la boca a los sectores reaccionarios de la sociedad. Hay que terminar con la ingenuidad del artista donde vale todo. Ojo con ese cliché instalado de que si una película denuncia algo es menos artístico. Me la paso leyendo críticas de cine y destacan “es una película que no denuncia”. Es decir, que es una película indiferente y esto es una cualidad… Se lee en todas partes, en todas las críticas, hay un criterio universal. Una película que trata estos temas la ven de costado, como que la poesía está en otra parte. Entonces, si, cuidado con los que creen que están en la vereda opuesta pero con sus películas le hacen la campaña a la baja de imputabilidad, a la mano dura, a que echemos inmigrantes. No lo saben, pero lo hacen.

–¿Qué esperás para este estreno?

–Pienso en trabajar nomás. Desde lo artístico, esta película está lista desde 2016, fue durísimo terminar la etapa administrativa del INCAA, debo plata a medio mundo, ya me había dado por vencido con la posibilidad de estrenar en un cine y no hubiera sido posible sin la ayuda de la productora Pensar con las manos. Sin embargo, poder encontrarnos ahora viene bien. Es un momento de  mucha angustia, la macro política uno la ve traducida en cuerpo, en la vida de las personas, y esta es una forma de demostrar que estamos vivos. Más que neoliberalismo esto es un neocolonialismo o colonialismo 2.0. No sólo los pobres desde lo económico sino también desde lo metafísico, desde la autoestima.  

Atenas tendrá su estreno comercial el jueves 7 de febrero en el cine Gaumont, avenida Rivadavia 1635.