Probar que los detenidos desaparecidos no eran una mera “incógnita” que carecían de entidad, como los había definido en su momento el genocida Jorge Rafael Videla, constituyó uno de los aspectos decisivos del Juicio a las Juntas de Comandantes de la última dictadura cívico militar. En ese sentido, el testimonio del antropólogo estadounidense Clyde Snow ante los magistrados que integraban la Cámara Federal resultó decisivo para establecer cómo debían identificarse los restos humanos de las víctimas del terrorismo de Estado.
Texano, cincuentón y con una extensa trayectoria en el campo de la criminología, Snow había llegado al país en 1984 junto con un equipo de científicos, contactados por las Abuelas de Plaza de Mayo, con el objetivo de asesorar a las autoridades que trataban de encontrar un método para identificar las tumbas NN que eran halladas en los cementerios del país.
Las fosas comunes llenas de cuerpos eran removidas por palas mecánicas y excavadoras, lo que implicaba una inevitable destrucción de evidencias. Los magistrados de distintas jurisdicciones le pidieron ayuda a Clyde para encontrar una forma de preservar los restos sin identificación que se hallaban en las distintas necrópolis del país.
La solución que propuso fue la de utilizar técnicas que eran propias de la arqueología. Había que excavar en las tumbas con recaudos que permitieran preservar huesos; hallar prendas y saber cómo limpiar casquillos de balas y proyectiles incrustados en los cuerpos. Se necesitaba personal adecuado y capacitado para realizar esas tares.

Snow convocó a estudiantes de antropología y arqueología para aplicar estas técnicas para poder identificar a los detenidos desaparecidos. En ese grupo que comenzó a trabajar con el texano en 1984 estuvo el origen del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
“La idea era formar una estructura que estuviera apoyada por el Estado y que permitiera buscar a los desaparecidos. Pero el gobierno radical no respaldó esa idea.
Clyde sintió que Eduardo Rabossi, subsecretario de DD HH de esa época no cumplió con lo que había prometido y se apoyó en nosotros que veníamos haciendo exhumaciones con él”, recordó en diálogo con Tiempo Argentino Luis Fondebrider, integrante de ese grupo de estudiantes que se congregó con influjo de Snow para realizar pericias entre tumbas y fosas comunes.
Patricia Bernardi, otras de las estudiantes avanzadas de antropología que asistió a ese llamado recuerda que, por disposición del juez Juan María Ramos Padilla, el grupo comenzó a trabajar con Snow en el cementerio de Isidro Casanova.
“Aplicábamos las técnicas que tenían que ver con las técnicas que se usan para buscar restos prehistóricos. A eso le teníamos que agregar la búsqueda de ropa y evidencias balísticas. Recuerdo que nos vigilaba la policía y había familiares de desaparecidos que andaban cerca de donde trabajábamos”, señaló Bernardi.
Y en esa línea, remarcó: “Así empezamos. Decidimos sumarnos después de varias reuniones que tuvimos entre varios estudiantes. Entendimos que debíamos comprometernos. Seguíamos una carrera social y era parte del aporte que teníamos que hacer en ese momento”.
El grupo trabajó en varios cementerios y morgues recabando información y realizando identificaciones. Una de ellas se realizó en el cementerio de Mar del Plata y fundamentó la declaración de Snow en el Juicio a las Juntas.

Dar testimonios en tiempos difíciles
El 24 de abril de 1985, el antropólogo estadounidense subió al estrado a testimoniar sobre el trabajo que venía realizando junto a ese grupo de jóvenes que se autodenominaban como “el cardumen” porque parecían tener la costumbre de ir juntos, unidos, de excavación en excavación por varios cementerios.
En Estados Unidos, Snow había trabajado en la identificación de soldados muertos durante la Guerra de Secesión y las víctimas de John Wayne Gaci, un asesino serial que mataba disfrazado de payado. Además, había colaborado en trabajos realzados en Egipto, en la tumba del faraón Tutankamón. Sus credenciales profesionales eran inobjetables.
En las últimas horas de esa jornada, Snow inició su testimonio con la asistencia de una traductora oficial. Era alguien acostumbrado a declarar en procesos orales y ante los jueces de la Cámara Federal supo exhibir sus dotes de hábil declarante.
Interrogado por los jueces, Snow contó su trabajo en los cementerios San Isidro, Isidro Casanova y Mar del Plata, donde hizo hincapié su declaración al brindar detalles sobre la identificación de dos detenidos desaparecidos: Néstor Fonseca y Liliana Carmen Pereyra.
Se bajaron las luces y se proyectaron diapositivas de los restos de las víctimas, sus cráneos y las marcas que evidenciaban huellas balísticas.
En el cuerpo de la mujer, que al momento de su muerte tendría unos 20 años, se hallaron restos de perdigones de itaka, un arma usada por las fuerzas de seguridad. Pudo constatarse por unas marcas en su pelvis que había estado embarazada y había dado a luz. Liliana había sido secuestrada el 15 de octubre de 1977 y llevada a la ESMA, donde se produjo el parto de su bebé. La trasladaron luego a Mar del Plata y allí se encontró su cuerpo.
“La declaración de Clyde terminó con la foto de la víctima y un aplauso de la gente que estaba presenciando la audiencia. Los abogados defensores no pudieron objetar nada y se retiraron de la sala”, recordó Bernardi.
La declaración terminó tarde, pasadas las 12 de la noche, y al otro día, Clyde y su grupo de estudiantes viajaron a La Plata, donde comenzaron a trabajar en la identificación de Laura Carlotto, hija de Estela de Carlotto, la titular de Abuelas.
“Clyde era un maestro, un tipo humilde con una gran capacidad de trabajo”, lo evoca Fondebrider. “Tenía un carácter muy jovial, pero era duro cuando se enojaba. Pero también sabía ser paciente y explicarnos todo lo que sabía”, apuntó Patricia.
En 1987, el EAAF se constituyó como un grupo autónomo y años más tarde se lo requirió en Filipinas, Guatemala, Chile y El Salvador, país en el cual realizó una inestimable labor para probar la responsabilidad del Ejército local en la masacre de El Mozote.
Visitó Argentina en muchas ocasiones y siguió colaborando con el EAAF. Trabó una relación especial y muy afectuosa con las integrantes de Abuelas de Plaza de Mayo. Clyde murió en 2014, pero su legado sigue vivo, en cada uno de los detenidos desaparecidos que son identificados para dejar de ser una incógnita. «