Tradicionalmente, en nuestro país, la inflación estuvo vinculada alternativamente a una o más de las siguientes causas: depreciación de la moneda nacional mediante bruscas devaluaciones que van a precios; inflación de costos, tradicionalmente vinculados a fuertes aumentos de tarifas energéticas y combustibles; incrementos salariales que desatan la carrera empresaria por recuperar rentabilidad, dando forma al proceso conocido como puja distributiva; y la inflación «importada» vinculada a los aumentos de los alimentos que exporta la Argentina en los mercados internacionales, lo cual termina impactando en los precios internos salvo que se tomen medidas de «desacople».

El debate sobre la inflación durante 2021 toma singular importancia porque se da en un contexto en el que no es alimentada por los factores que habitualmente la explican. La tasa de devaluación interanual durante septiembre fue del 30%, es decir 23 puntos por debajo de la inflación, lo cual constituye una dinámica de apreciación que lejos de alimentar la inflación debería estar aplacándola. Si tomamos el tipo de cambio financiero, el llamado Contado con Liquidación, la variación interanual fue del 20%. No parece haber allí motivos que expliquen el alza de precios.

La otra posibilidad es que los precios estén aumentando traccionados por tarifas y combustibles. Pero las tarifas residenciales aumentaron solo un 11% nominal, mientras las industriales lo hicieron en un 49%, ambas por debajo del IPC. Y en materia de combustibles, la nafta súper que comercializa YPF aumentó un 46%, también por debajo de la inflación.

La ortodoxia económica suele atribuir la inflación a un incremento de la demanda que, al no poder ser cubierto por la oferta, empuja los precios, y al aumento del circulante producto de la emisión estatal. Sin embargo, si analizamos la utilización de la capacidad instalada, vemos que se ubica por debajo del 63%, lo cual deja claro que existe margen para incrementar la producción y la oferta. Y con respecto a la emisión, la base monetaria, se incrementó en un 27%, el circulante un 29% y el llamado “M2” aumentó en un 41%. En todos los casos muy por debajo del IPC del 53 por ciento.

En realidad, posiblemente en este caso estemos ante una inflación sustentada en la combinación de aumentos en el mercado internacional de alimentos y la capacidad de ciertas empresas oligopólicas de trasladar esos aumentos al mercado interno. 2021 fue un año de fuertes aumentos en los precios internacionales de los alimentos: un 75% acumulado en aceites, 38% en azúcar, 30% promedio en cereales, 10% en carnes. A estos fuertes aumentos en dólares hay que sumarles la capacidad de un puñado de empresas de fijar precios en el mercado interno dados los elevados niveles de concentración. A las políticas de desacople de precios internos respecto de los internacionales hay que sumarles medidas que apunten a reducir los niveles de concentración en la industria alimenticia. «