Compañeros de viaje devela en clave de melodrama las persecuciones al comunismo y a las sexualidades diversas durante la segunda mitad del siglo XX y la falta de políticas sanitarias frente a los infectados por VIH/sida en los años ochenta en Estados Unidos. Una historia de amor ambientada en tiempos oscuros en donde cualquier semejanza con los discursos esgrimidos por y las promesas electorales de la dirigencia actual local no parece mera coincidencia

“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo” presagió Marx con inefable optimismo al comienzo del Manifiesto comunista (1848). La frase destinada a hacerse célebre fue -hegemonía cultural estadounidense mediante- rápidamente extrapolada al continente americano y se volvió consigna de signo político contrario. En efecto, la idea del comunismo como aparición demoníaca y como uno de los mayores peligros a la civilización occidental y cristiana fue una de las pesadillas más recurrentes que alimentaron la paranoia estadounidense del siglo XX. Desde allí, se extendió por toda América. Posiblemente sean carne de diván los motivos que llevaron a que una corriente de pensamiento siempre sometida a la represión y a la división, y que gobernó tan pocas veces y por poco tiempo haya y siga provocando agresiones de tal intensidad hasta convertirse en el enemigo número uno y en uno de los principales focos de los discursos de odio de las ultraderechas de las cuales Milei es un ejemplo local contemporáneo. La otra gran amenaza al american way life fueron las sexualidades alternativas a la heteronormatividad. Compañeros de viaje, el melodrama furor del streaming actual, se adentra en sendas obsesiones a partir de una conmovedora historia de amor truncada entre dos varones, Hawk y Skippy, que se desarrolla a lo largo de treinta años.

 La serie de ocho capítulos se centra en dos oscuros momentos históricos  paradigmáticos de la persecución a la izquierda y a la homosexualidad en Estados Unidos: el llamado macartismo de la segunda posguerra y el neoliberalismo desatado de Ronald Reagan que convirtió a la epidemia del sida en los ochenta en un nuevo dispositivo de marginación para la comunidad gay. De esa manera, la ficción recorre políticas y metáforas sociales siniestras que marcaron la segunda mitad del siglo XX y que, curiosamente, son nominalizadas con diferentes tonalidades del bermejo: el «Red Scare” (terror rojo o pánico al comunismo), «The Lavender Scare” (“terror lila” u odio hacia gays y lesbianas) y la «peste rosa» (el sida pensado como mal originado por y como castigo a la promiscuidad de la comunidad marica). Con los tres calificativos -comunista, homosexual, sidoso- se terminó de plasmar un tipo ideal del apátrida subversivo de fin de siglo:  aquel que no debía formar parte de la comunidad nacional y que, por ende, constituía el prototipo de la vida culpable, precaria y pasible de ser exterminada. 

Basada en la novela homónima de Thomas Mallon, la narración de Compañeros de viaje se remonta a 1952 y al encuentro azaroso entre dos muchachos: el concupiscente, frío y algo despiadado Hawk Fuller (notable interpretación de Matt Boomer) y el tímido, vulnerable, enamoradizo e idealista Tim “Skippy” Laughlin (encantadoramente encarnada por Jonathan Bailey). Pero, lo que empieza como un mero “flechazo” entre dos opuestos que se atraen y una apasionada revolcada, termina con el necesario enamoramiento que precisa todo melodrama y la consiguiente redención a medias del malvado Hawk.

Sin embargo, hay épocas en las que impera la maldad y se manifiestan poco proclives al amor. En base a eso, los muchachos son víctimas tanto de sus represiones personales -las ambiciones políticas de Hawks y el catolicismo de Tim- como del contexto social: el triunfo presidencial de Eisenhower y la persecución liderada por el senador Joseph McCarthy (Chris Bauer) y Roy Cohn (Will Brill) contra todo lo que suene a sexualidades disidentes y su proclividad a las “listas negras” y los consecuentes despidos de trabajo, censuras, terapias hormonales y encarcelamientos. Tampoco ayuda el hecho de que los jóvenes enamorados sean afiliados al conservador Partido Republicano. Esos y otros tantos motivos llevan a Hawk a optar por el camino de la doble vida y a su conveniente casamiento heterosexual con Lucy (Allison Williams), la hija del senador para el cual trabaja.

Entre los méritos del serial se destacan las estéticas de alto voltaje en las escenas de sexo gay. En una época que -como las que retrata la ficción- asoma un tufillo global de moral conservadora y de cancelación y en el que en el ámbito local afloran discursos contra el matrimonio igualitario (comparado con “tener piojos” por la actual canciller) o contra los besos entre varones (que provocan nauseas en autodenominados libertarios),  la belleza de los cuerpos desnudos y la explicitud de la cópula anal recupera la rebeldía que alimentó los sueños de Pier Paolo Pasolini.

Pero, en los géneros en que Ron Nyswaner -director y creador del show y artífice de genialidades tales como Philadelfia y Homeland– alcanza cúspides de magnificencia es en la crónica histórica y en el melodrama. Respecto al primer género, los itinerarios de los personajes principales y de otros secundarios no menos interesantes llevan a registrar eventos tales como las protestas contra la guerra de Vietnam en los años sesenta, el hedonismo de la época disco de los setenta, la irrupción del sida y tópicos como el racismo o el auge de diferentes tipos de drogas.

Compañeros de viaje

De Ron Nyswaner. Con Matt Boomer y Jonathan Bailey. Disponible en Paramount+.