Las columnas sindicales, identificadas con colores distintos según el gremio, se entremezclaron al llegar a la Plaza de Bolívar con las banderas rojas de la izquierda, las amarillas del progresismo y con las verdes y rojas del movimiento indígena, que se había trasladado a la capital colombiana desde distintas regiones del país. La cumbia que propalaba el escenario principal chocaba con el sonido de trompetas y redoblantes de los diversos grupos de musiqueros que acompañan cada marcha y con las vuvuzelas de personas sueltas, familias y grupos de jóvenes que se enredaban en un andar anárquico y armónico a la vez.
Desde que gobierna Gustavo Petro, las movilizaciones del 1° de Mayo son más de apoyo que de protesta, como fueron durante toda la historia de este país, signada por un largo ciclo de gobiernos oligárquicos y liberales. “No sé si es un festejo porque falta mucho por hacer, pero estamos acompañando a Petro, él sí quiere cambiar Colombia y no lo dejan”, sintetizó Gloria, que viajó en transporte público desde el sur de la ciudad para participar de la movilización.
Esta vez, la coyuntura dispuso un argumento extra para que la marcha sea colorida, musical, entusiasta y multitudinaria: Petro definió la contradicción principal de la política colombiana en torno a una Consulta Popular que decida sobre la más importante de las reformas rechazadas por la oposición en el Parlamento, que se propone restituir derechos laborales vulnerados durante el gobierno del ultraderechista Álvaro Uribe en 2002. Eligió hacerlo, además, presentando la consulta en el Día Internacional de los Trabajadores, con imponentes movilizaciones en todo el país en su respaldo y con un fuerte discurso que combinó el tono pedagógico con apelaciones a la lucha.
El senador Iván Cepeda, una de las figuras más respetadas de la izquierda colombiana, marchó en medio de la multitud. En diálogo con Tiempo, sintetizó el sentido de la disputa:
–En Colombia todavía tenemos formas de trabajo que son de la esclavitud, hay trabajadores que son siervos de la gleba, que son considerados como desechables.
– Se necesitan más de 13 millones de votos para aprobar la consulta, ¿cree que van a lograrlo?
–¡Claro! Y nos tienen mucho miedo por eso.
Derechos laborales, salario justo
La Consulta Popular es un mecanismo de democracia participativa previsto en la Constitución de 1991, de la que Petro siente especial orgullo porque fue resultado de negociaciones con la guerrilla del M-19, donde inició su militancia. Para que el resultado sea vinculante debe ir a votar un tercio del padrón electoral, poco más de 13 millones de personas.
Es un desafío difícil de alcanzar. Sin embargo, Petro no tiene margen para otra estrategia distinta a la confrontación. Aun cuando la mayoría de sus propuestas son reformas que darían como resultado una legislación apenas similar a la de otros países como México, Uruguay o Argentina, para el poder económico y para la derecha colombiana cualquier cambio es demasiado. Fiel a su historia, el presidente está eligiendo, además, llevar adelante esa confrontación convocando al pueblo.
La consulta consta de 12 preguntas. Algunas de ellas son tan básicas que resulta difícil pensar argumentos para su rechazo. Por ejemplo: ¿Está de acuerdo con que las personas puedan tener los permisos necesarios para atender tratamientos médicos y licencias por periodos menstruales incapacitantes? ¿Con establecer un régimen especial para que los empresarios garanticen los derechos laborales y el salario justo a los trabajadores agrarios?
Las otras preguntas refieren a que la jornada laboral “dure máximo ocho horas”, que las empresas deban contratar “al menos dos personas con discapacidad por cada 100 trabajadores”, que las pymes reciban “incentivos para sus proyectos productivos”, que los jóvenes aprendices “tengan un contrato laboral”, que a trabajadores de plataformas “se les garantice el pago de seguridad social”, que se elimine “la tercerización e intermediación laboral”, que trabajadores informales “sean formalizados”, que se promueva la estabilidad laboral “mediante contratos a término indefinido”.
Petro llegó a la Plaza de Bolívar portando la espada de Bolívar “desenvainada”, tal como había prometido. Es un símbolo potente y sensible para el pueblo colombiano: hace 220 años, un joven Simón Bolívar había jurado a su maestro Simón Rodríguez, en el Monte Sacro, que esa misma espada no sería envainada hasta que su pueblo fuera liberado. En un tono y una radicalidad discursiva que está un paso delante del resto de la dirigencia (incluidos los líderes sindicales, ya que de derechos laborales se trata), Petro dejó planteada la disputa de fondo: “Hay democracia en Colombia, o cambiamos las instituciones. Es la hora del pueblo, ¡ni un paso atrás!”.
Si más de 13 millones de colombianos y colombianas lo acompañan en esta cruzada, seguramente haya petrismo para rato. Si no se logra ese piso, el primer gobierno progresista de la historia de Colombia tendrá serias dificultades, de cara a las presidenciales de 2026, para sostener su continuidad.