Claudio Castaño pasó 23 de sus 45 años en prisión. Desde que recuperó su libertad, junto con un colectivo de personas formó una cooperativa textil que trabaja en red con varias organizaciones sociales y familiares de detenidos. Están unidos y organizados para ayudar a sus compañeros. Claudio estudia Derecho en la UBA y elige comenzar su historia con una consigna: «No queremos mano dura, no queremos represión. Queremos para los pibes trabajo y educación», reclama el hombre que hoy conjuga el estampado y la costura con las tareas administrativas en su cooperativa.

«Cuando estaba en la cárcel de Devoto conocí a Graciela Draguicevich, expresa política, cuando hacía una recorrida por el aniversario de la masacre del pabellón séptimo, ocurrida en marzo de 1978, donde tras un incendio agentes del Servicio Penitenciario Federal ametrallaron y asesinaron a varios detenidos. Ella es la presidenta de la Mutual Sentimiento. Le dije que tenía ganas de hacer algo cuando estuviera libre y quedamos en contacto. Salí y nos regalaron una máquina de coser: fue así como con otros compañeros empezamos a hacer remeras. Ahora tenemos nuestros clientes y una tienda en la planta baja de este edificio. La sociedad se tiene que dar cuenta de que no hay que invertir en nuevas policías y cárceles, la solución está en hacer colegios y crear fuentes de trabajo», explica Claudio, mientras muestra la sede de la Red de Cooperativas de Liberados y Organizaciones Sociales en Contexto de Encierro, ubicada en Federico Lacroze 4181, en el barrio porteño de Chacarita.

Los pilares sobre los que se sostiene esta red son el trabajo colectivo, solidario, horizontal y con espíritu cooperativo para afrontar los obstáculos que se presentan, tanto para las personas que se encuentran privadas de su libertad así como también para aquellas liberadas y sus familias. En el lugar funcionan desde hace cuatro años tres cooperativas textiles: Mujeres y Hombres Libres, Atalia y Esquina Libertad; y procuran armar otras dos. «Me pone contento porque los pibes salen y tienen un lugar: en la base de datos tenemos 365 personas registradas que trabajan en la red, y todo se hace a pulmón», enfatiza Claudio, quien considera que estas experiencias de esfuerzo y superación colectivas permiten superar las situaciones de violencia institucional que se dan en las cárceles.

Ayelén Stroker tiene 28 años y a su marido preso. Dedica su vida a militar por los derechos de las personas en situación de encierro, y junto con otras personas da charlas de orientación en autogestión. «Nuestra cooperativa se formó en 2011, en el penal de Devoto, primero con detenidos y después con personas que se fueron sumando y nos siguen acompañando. Desde que empezó el proyecto, el resultado es la inclusión social concreta –sostiene–. Acá trabajamos en conjunto con los familiares de los detenidos, es una experiencia hermosa. Adentro es muy difícil, te ponen trabas, nunca les gustó: empezamos con un taller pero siempre nos boicotearon, aunque fuimos incorporando nuevas estrategias para lograr permanecer en el espacio». Dice Ayelén que la idea siempre fue armar un proyecto «adentro y afuera», que además de ropa hacen productos de papelería, agendas y tarjetas, y que ese espacio «nos sirvió a todos para debatir las posibles soluciones a nuestros problemas. Porque cuando un detenido recupera la libertad, se encuentra solo y con una sociedad selectiva». De esa lucha cotidiana obtuvieron del Ministerio de Trabajo el reconocimiento para las cooperativas de liberados.

El colectivo autogestivo no decansa. El tercer sábado de cada mes organiza ferias donde las distintas cooperativas que conforman la Red, así como también productores amigos, venden sus productos, frutos de la economía popular y solidaria que construyen día a día. Tienen además un programa de radio semanal, titulado No nacimos delincuentes, en el que procuran «difundir la realidad que no muestran los medios hegemónicos de comunicación, que criminalizan a los pobres y hacen un mapeo social del delito». También intervienen en trámites de hábeas corpus en cuanto «amicus curiae», para ayudar a sus compañeros.

«La experiencia es buenísima. A través del cooperativismo se logra la inclusión social de las personas, y es verdaderamente así, acá los pibes se despiertan –concluye Claudio–. Yo salí hace cuatro años, y mi hijo Taiel se crió en este lugar. Siempre me preocupó que me tuviera que ir a visitar a la cárcel. Por suerte eso ya no es un problema».

Leyes para reformar, proyectos para resistir

Los exdetenidos que integran la Red participaron de las actividades de la Comisión de Asuntos Cooperativos de la Cámara de Diputados, en particular respecto del debate sobre la reforma del artículo 64 de la Ley de Cooperativas, que inhibe a las personas con antecedentes penales de ser parte del Consejo Directivo. El dictamen fue aprobado por unanimidad, pero aún no ingresó al Senado.

También realizan campañas para visibilizar sus reclamos contra el proyecto de reforma de la Ley 24.660 de Ejecución Penal, que busca limitar las excarcelaciones. Dos semanas atrás brindaron sus testimonios ante la Comisión de Justicia y Asuntos Penales. Desde la asociación civil y cultural Yo No Fui, que trabaja en proyectos artísticos y productivos en las cárceles de mujeres de Ezeiza y, afuera, con las que recuperan su libertad, consideran que la iniciativa «violenta el fin de la ley, que es la ‘reinserción’ social, y propone cambios aberrantes que socavan cualquier posibilidad de proyectar una vida diferente para las personas que se encuentran temporariamente privadas de su libertad, entre ellos, la eliminación de las salidas transitorias, la libertad asistida y la libertad condicional».

LOS VIMOS CONSTRUIR Y CRECER

Por Graciela Draguicevich*

Entrar una vez más a la cárcel de Devoto fue por lo menos impactante. Los olores, el sonido de las rejas, el eco de las voces, durísimo para quien pasó la dictadura detrás de sus rejas. No nos importaba nada, íbamos a reunirnos con los presos. No eran prisioneros de la dictadura, pero sí del mismo sistema que nos había apresado a nosotros. Los vi en el CUD (el Centro de estudiantes universitarios), tan jóvenes, tan ansiosos, tan enteros y con tantas ganas de vivir. Después de varias entrevistas adentro, vi el efecto milagroso que ejercía allí la educación. Ya no eran más clientes del Servicio Penitenciario o del sistema judicial, ni siquiera de la cana. Les habían enseñado a leer la sociedad en la que vivimos de una manera diferente, y lo punitivo del Poder Judicial.

Comenzaron a salir en libertad, calcados unos de otros. No había trabajo. Y en el barrio las relaciones estaban más podridas que nunca: mucha droga y poco código. No tenían como escapar. Resolvimos darles un lugar en la Mutual con la condición de que siguieran ayudando a sus compañeros de adentro y a los que van saliendo, y continuaran sus estudios. Hace más de cinco años que trabajamos juntos. Los vimos construir sus familias, los vemos criar sus hijos, crecer. No tuvimos ni una sola reincidencia.

Para nosotros es un gran orgullo, son nuestros compañeros, los queremos. La cárcel es una porquería que no sirve para resocializar, lo único que hacen es torturar gente. Es el peor sistema que inventó el ser humano: comete sus atrocidades sin problemas y nosotros pagamos sus altos honorarios. La única solución es la educación. «

*Presidenta de la Asociación
Mutual Sentimiento