Frecuentemente puede resultar arbitrario determinar cuáles son los hechos que marcan el comienzo o el fin de una época histórica. Por ello, no redunda del todo ilegítimo intentar caracterizar la década del noventa o, mejor dicho, los “noventa” -que en términos económicos, culturales, políticos y sociales fueron más de diez años- a partir de los vaivenes de la relación amistosa entre Diego Armando Maradona y Guillermo Coppola.

Ese parece ser uno de los propósitos -quizás el principal y mejor logrado- que persigue Coppola, el representante, una de las apuesta del año de Star+. En efecto, los seis capítulos de la miniserie escrita y dirigida por Ariel Winograd  (Cara de queso, El robo del siglo) cubren un arco temporal que puede coincidir con aquello que llamamos “los noventa”:  la ficción se remonta a 1985 y comienza a desarrollarse en 1986, los últimos años de la primavera alfonsinista que hallan su coronación con el triunfo argentino en el Mundial de Fútbol en México. En ese momento, parecía que los sueños democráticos se iban a consolidar, que todo era posible. Sin embargo, más pronto que tarde, se comenzó a instalar la utopía de signo contrario de la que probablemente no nos hayamos recuperado nunca y a cuya sombra todavía seguimos viviendo: el nefasto neoliberalismo. A su vez, el distanciamiento entre Maradona y Coppola en 2003 con que termina la serie son concomitantes con el fracaso del modelo, la crisis del 2001 y el intento de un nuevo proyecto bajo la era Kirchner

Los años de auge de la amistad entre Guillermo Esteban Coppola (que, cual Diego Armando, recupera su segundo nombre a partir del serial) son simultáneos a la estética noventosa de la pizza con champagne, a la fiesta desmesurada derivada del mundo ilusorio orquestado por la política cambiaria “un peso, un dólar” impuesta por Cavallo, a la corrupción estructural, al declive de las instituciones, a la farandulización de la política y al ensalzamiento del prototipo del “chanta argentino” que se erige como héroe nacional. Si bien, esos fenómenos se aglutinan y encuentran su correlato en la década menemista, comienzan a forjarse tras la desilusión social y económica que siguió a la euforia de aquel glorioso 1986. Sin ir más lejos, en 1987 se agotan definitivamente el espejismo del Plan Austral y empiezan los planteos militares en Semana Santa. Por ello, uno de los aciertos de la serie -y no el único- es hacer comenzar el relato en ese momento y en describir a Coppola como uno de los hijos y los símbolos paradigmáticos de ese naciente, luego triunfante y finalmente decadente proceso neoliberal.

Coppola, el representante tiene el acierto de contar la intensidad de una relación de amistad con el mérito de que uno de los amigos -Maradona- no es interpretado por ningún actor y de hecho nunca aparece (salvo fuera del campo visual, en imágenes de archivo o en algunos flashbacks de documentales con las declaraciones más populares del genial futbolista). Esta decisión no puede caracterizarse como menos que maravillosa: Maradona es omnipresente y el hecho de no aparecer en escena es la única manera de que Coppola (que siempre vivió a la sombra del talento futbolístico) pueda brillar y contar su versión de la historia.

La fiesta parecía no tener fin.

Para este último objetivo, no se puede menos que destacar la magnífica interpretación de Juan Minujín que logra captar la esencia, el espíritu e incluso los gestos (aunque no los imite ni los parodie) del representante de futbol argentino por antonomasia. Contribuye también a la calidad y al entretenimiento de la biopic que se recuperan aquellas anécdotas que, con inefable encanto popularizó el propio Coppola en diversas oportunidades mediáticas -la Ferrari negra de Maradona, el mundo de la noche desmesurada, la supervivencia en la cárcel, los caprichos maradonianos aunque tuviera al frente al Papa, a Fidel Castro o a Pelé- que forman parte de la mitología popular. Una de las pocas deficiencias que pueden atribuírsele al retrato es que peca de cierta autocomplacencia con el personaje principal. Es decir, si bien Coppola es descripto como un picaflor empedernido y un embaucador capaz de convencer hasta a las piedras, es sobre todo un amigo leal que no se excede en ningún consumo problemático ni  participa de ninguno de los grandes desmadres del Diego. Sólo está ahí para protegerlo y solucionarle los problemas.

Susana Giménez, Yuyito y Coppola.

Para aprehender el clima de época, se recurre a escenas filmadas con las tecnologías y la estética y se apela a marcas publicitarias y propagandas comerciales del tiempo en que transcurre la narración (Movicom, Gativideo, Aries, entre otras).  Pero, sobre todo, el serial nos logra sumergir en la escena noventosa merced a la aparición de personajes más o menos perdurables que brillaron al punto de volverse símbolos del momento: Alejandra Pradón (Anabel Guerrero), Susana Giménez (María Campos), “Yuyito” González (Mónica Antonópulos), Daniel Scioli (Federico Barón), Teté Coustarot (Teté Coustarot), Karina Rabolini (María del Cerro), Carlitos Menem Jr. (Agustín Sullivan) y Poli Armentano (Joaquín Ferreira), el compañero de juergas de Coppola trágicamente asesinado. También contribuye una banda sonora -que suele cerrar cada episodio- y que se presenta a partir de algunas canciones-símbolo: “Me das cada día más” de Valeria Lynch y “Gomazo” aquel hit que popularizara el programa Ritmo de la noche entre otras.

Con capítulos que constituyen historias cerradas en sí mismas y se centran en hechos emblemáticos de una época que se jactaba de glamorosa e irradiaba frivolidad, obscenidad, violencia, mal gusto y vulgaridad (la Ferrari Negra de Maradona, las conquistas sexuales de sendos amigos apelando a estrategias desaforadas, el trágico asesinato de Poli Armentano, el “jarrón” que llevó a Coppola a la cárcel, la despedida del fútbol de Maradona), Coppola, el representante no solo logra un interesante retrato de este icónico personaje argentino, de su carisma, de sus dotes de chanta, noctámbulo, mitómano y mujeriego empedernido, sino que también describe un brillante panorama de época y narra divertida y nostálgicamente el comienzo y el fin de una amistad (eso si las amistades tienen fin) como si fuera una historia de amor. «

Coppola, el representante

Dirección y showrunner: Ariel Winograd. Guión: Emanuel Diez. Con Juan Minujín, Mónica Antonópulos, Mayte Rodríguez y Joaquín Ferreira. Disponible en Star+.