En la aventura ucraniana de Occidente, con la que Estados Unidos pretendía humillar a Rusia mediante el uso de sus peones europeos, el tiro salió por la culata, quemando a todos. Además de ahondar la desconfianza entre los aliados, sirvió para probar la pobreza y las miserias, que no son la misma cosa, incubadas en los últimos años de convivencia entre los socios de la OTAN. Podría decirse que nadie confía en nadie. En ese contexto, aunque aún debe esperar para asegurarse que regresará a la Casa Blanca, Donald Trump (2017-2021) ya pesa más en la interna europea que el presidente  Joe Biden. Con ese halcón revoloteando el nido, y con la histeria desatada ante un imaginario ataque ruso a alguno, cualquiera, no importa cuál país europeo, Emmanuel Macron se postula para liderar el frente. Sin éxito.

Como ocurre desde febrero de 2022, el frente bélico del este europeo es el único eje sobre el cual giran los afanes guerreros de todos. De ese estado de histeria dirigencial colectiva surgió la necesidad, en las últimas semanas, de intercambiar datos y opiniones sobre el escenario militar. De lo primero surgió la idea de que Europa, más allá de Estados Unidos, debe dotarse de un plan para producir armas y municiones. El asunto es el cómo, porque de las cinco cumbres reunidas en febrero no quedó en carpeta ni una sola línea rectora. De las segundas, de las opiniones, quedaron expuestas más que nada las diferencias a la hora de planificar cómo sigue esta historia en la que los embarcó Biden, el anciano maltrecho que se parecía a un gorrión y resultó ser tan fiera como sus predecesores.

Plan de rearme

La Conferencia de Seguridad de Munich, estuvo presidida por el canciller alemán Olaf Scholz, pero no fue alemán el molesto mosquito que zumbó en los oídos repitiendo que ningún proyecto de fabricación de armas puede ejecutarse sin grandes recursos. Quedó explicitado que no hay pólvora –que Ucrania la consumió hasta agotar los polvorines occidentales– y que Europa no tiene autonomía en los desarrollos informáticos (depende de Estados Unidos). Y confirmó que falta consenso sobre los equipos que se necesitan y sobre qué base unificar la producción. Hoy la Unión Europeo tiene 27 sistemas de proyectiles, 26 de fragatas y destructores y 20 tipos de cazabombarderos. Según el director de la sueca Saab, Micael Johansson, “Europa no tiene un plan de defensa y necesitará mucho para coordinarlo”.

La cosa no pasa por lograr más pólvora y producir más, sino por hacerlo coordinadamente. “Cada país tiene sus normas de contratación, pide las armas con especificaciones propias. Hay que saberlo: aunque los bombarderos sean los mismos, su instrumental y su sistema de encriptado no son idénticos”, precisó Johansson y graficó: “El proyectil 155 milímetros de un fabricante no encaja en el cañón de otro. Falta lo que se llama interoperatividad”. En un informe conocido en Munich, la Agencia Europea de Defensa estimó que sólo el 18% de la inversión se hace de forma conjunta. “La cooperación entre nuestros ejércitos es mínima”, señaló Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, quien abogó por “alcanzar un nivel de acuerdos como el logrado para comprar y distribuir las vacunas contra el Covid”.

Alemania dio un paso al dotarse de un escudo antimisiles al que se sumaron otros países de la OTAN, pero no contó con el SÍ francés. Ese escudo emplea tecnología de Israel y Estados Unidos, y Francia insistió con que debe de ser europea. Macron sospechó sobre lo acordado por Alemania con ambos países y gana adeptos para  su campaña por la “autonomía estratégica”. Sin embargo, no logra la adhesión de los países de la frontera este de ambas entidades. Para el francés, así como Alemania es el pilar económico de la UE, su país debe ser el pilar defensivo. Eso implicaría que Francia pusiera su arsenal nuclear al servicio de la defensa común. Macron lo acepta, pero a condición de mantener el control del mismo.

En medio de estos debates, Suiza, ajena a la OTAN y a la UE, dio la sorpresa. Subida a la ola de histeria continental, y casi con los mismos argumentos de los que ven a Rusia hasta en la sopa, anunció que romperá con su histórica neutralidad y aplicará un alza sustancial en el gasto de defensa. Llegará en los próximos cuatro años a un impresionante 19% de su producto bruto interno (PBI), más de nueve veces más de lo que dictan los países de la OTAN, que sueñan con un 2%. El anuncio de la ministra de Defensa, Viola Amherd, se conoció tras el cierre de la cumbre de Munich y sorprendió gratamente a la industria armamentística, que desde el fin de la Segunda Guerra no tenía a Suiza entre sus “buenos” clientes. Entre 1989 y 2023 Suiza era un ejemplo. Su gasto militar había caído del 1,5% al 0.8% del PBI.

La cumbre de París

Cerrando la sucesión de cumbres europeas de febrero, el lunes 26, Macron reunió en París a la crème de la crème de la Europa occidental, y hecho un verdadero duro rompió con su tradición de “fofo”, como entre los suyos se llama a los negociadores.

Diez días después de la actitud conciliadora exhibida en Múnich, el francés exhortó a sus pares a «tener entre las prioridades la idea de que, pronto, deberemos enviar nuestras tropas a Ucrania, porque Rusia no puede ganar esta guerra». Nunca, ni tan rápidamente, un líder de semejante entidad recibió una respuesta tan contundente, desde Alemania hasta Italia. Desde un «es delirante» hasta «es una idea a tomar con mucho cuidado».

Internamente, nadie fue benevolente. La ultraderechista nazi Marine le Pen reaccionó con un impactante «el presidente juega a la guerra y lo hace con la vida de nuestros hijos», y el izquierdista Lean-Luc Mélenchon dijo que «el presidente es un irresponsable, porque sabe que entrar en una guerra con Rusia es hablar de una guerra entre potencias nucleares, es hablar del fin».

Mientras recibía las primeras descalificaciones, se ganaba una catarata de elogios. De la industria frigorífica, de los productores rurales, de los gastronómicos, todos porque había firmado un decreto por el que prohibió el uso de los términos jamón, bife, falda, escalope y entrecot para denominar productos de origen vegetal. Hablaba de “la salchicha vegana o el bacon vegetariano, que generan confusión entre los consumidores”.