Alguna tarde o noche de los primeros años del recién estrenado siglo XXI. Si no recuerdan como era el circuito -o si no lo llegaron a conocer- lo describo rápido. Podía escucharse en un bar, un kiosco, una plaza, una tribuna, una esquina. Podía contarte algún pibe o alguna piba que tenía acceso privilegiado a la banda. O, podía pasarte, que ese anuncio del Suplemento Sí! que decía “banda sorpresa invitada” sobresaliera y te hiciera sospechar. Se corría una bola, y si el portador del rumor era confiable, o si confiabas en tu intuición, el paso siguiente consistía en activar de inmediato la operación llamada. Hago una recreación. Imagínense una pantalla partida en dos, como en una película de agentes secretos, y una conversación telefónica breve y seca entre un novato y un veterano del que apenas se sabía un apodo. Más o menos así:

Joven: Tengo una información. ¿Alguna señal de que van a estar?

Señor Misterioso.: Tocarán. 

J.: ¿Por qué?

S. M.: No chamuyan. 

J.: ¿Por qué?

S. M.: Son La Renga.

Así, de acuerdo a la ocasión y al evento, ibas a sacar la entrada a Locuras o a La Estaka o simplemente te mandabas. Me acuerdo de Cementos; de Obras; de un Hangar (o un nombre similar); de Plaza de Mayo en un acampe piquetero; del Obelisco en un festival en contra de la guerra de Irak en el 2003; de recitales por la fábrica Zanon; y hasta la información de una participación en el “Festival de la dignidad” en el año 2005 en Bariloche (cuando se conmemoraba el décimo aniversario de la trompada que Alfredo Chaves le puso a Astiz) y más cercano, y menos color sepia en el tiempo, la irrupción súbita y confirmada a último momento, en el Festival por los 30 años de democracia en la Plaza de Mayo. Estos y muchísimos etcéteras más.

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Hoy es sábado 11 de abril, apenas ilumina el día un sol medio vacío, y ya estamos en el nuevo fin de mes. En unas horas, La Renga va a meter 30.000 personas en el playón del Estadio Único Diego Armando Maradona de La Plata. Un recital que recuerda en su organización, que hace presente, aquella memoria sensible de los boca en boca con la actualización obligada a la era de las pantallitas. Confirmación, anuncio y venta de tickets con pocos días de antelación. Un recital casi sorpresa, relámpago, con ese logo que tan bien envejece luciendo en las redes y en el escenario: LMDS (Los Mismos de Siempre) X Bahía Blanca, con el 73 fundiéndose en brazos que se entrelazan y con el propósito de donar lo recaudado (1000 millones de pesos) al Hospital Municipal Leónidas Lucero. También se podía colaborar en la transmisión por YouTube (1)

Si alimento a la IAra, para ponerle un nombre amable, con fragmentos de crónicas anteriores y la hago procesarlas. Es probable que no salga algo muy diferente de esto. Pero siempre, cuando de las vidas laburantes y sus fuerzas vitales se trata, hay algo para añadir. Por ejemplo, el predictivo que de manera automática completa: “El rito de los bolsillos sangrando” tendría que tener una frase más ahora que adquiere una versión sacrificial extrema y en género gore. Voy a ir agregando escenas y a profundizar en las descripciones prometiendo que no son visiones generales creadas por inteligencia artificial. Dejo que el teclado predictivo, otra vez, complete que estos banquetes son principalmente de las hijas y los hijos desafortunados; de pibes y pibas que no se criaron en casas con bibliotecas universales y familias profesionales, etc. Ahora incorporo algunos datos más. Ponele que hay un corte etario con muchísimos menos sub-21 que más 50 y que la franja de los treinta y poco a los cuarenta y tantos es la más amplia. Otros datos más (para los cuales podría haber utilizado como fuente el Registro Nacional de las Personas, pero no se si sobrevivió al “afuera”), permiten sostener que tenemos todas y todos nombres comunes y silvestres. Madres, padres, tíos, tías, abuelos y abuelas no tenían el berretín de la búsqueda de autenticidad y presuntuosidad al momento de nombrar a sus descendencias. Escuchas Lea y se dan vuelta dos; escuchas Cristian y giran tres como en una coreografía y así: Sergios, Sebastians, Natalias, Maxis, Rominas, Diegos. Unos años para abajo llegaron muchas Florencias, Micaelas, Nicolás y así. En nuestra generación, esa reiteración (Lea 1, 2, 3; Cristian 1, 2, 3) nos permitió desarrollar una gran astucia al momento de apodarnos para poder discernirnos y comunicarnos mejor (No daba llamarnos: L1, C2, S3, M4). Para ordenar la información, de manera provisoria, en la figura geométrica triangulo, agreguemos que hubo muchos sobremimados por Mamá y mirados de costado, ignorados o incomprendidos por Papá. Igual, mejor salgo rajando de la relación entre sociabilidad familiar y trastornos en la vida adulta.

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Cuando estés acá

Ahora una mano, a pocos metros de la valla, sostiene un DNI tarjeta y luego de unos segundos lo arroja hacía adelante. Un warflashback del 2002. Creo que venía de regalo junto con la entrada para el primer River que hicieron, en noviembre de aquel año. Era un mini cede llamado Documento Único. Traía tres canciones: “Dementes en el espacio”, “Detonador de sueños” (que estaba convencido que en este recital había sonado y entonces disparó originariamente esta evocación) y “Hielasangre” (que “resurgió”, al igual que otras canciones, en estos “tiempos oscuros” y que sirve “a modo de conjuro protector”, según mencionó Chizzo en los shows del año anterior). El packaging me parecía fascinante y todavía lo debo tener guardado en algunas de esas cajas que conviene no revisar. Era apenas más grande que el documento libreta, que aún llevábamos en el bolsillo trasero de los jeans, color caqui, tenía en donde iba el número punzado el nombre de la banda y decía República Argentina y Los mismos de siempre, debajo de una imagen de un animal medio monstruoso del que se asomaban unos rayitos. Qué idea acertada. Estamos en carne viva, con el caparazón arrancado, y ese simbolito recuerda una pertenencia que nos une y nos permite pensarnos como un pueblo argentino.

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Ahora es sábado al mediodía. Estoy en la fila de los coreanos con un pack de birras frías que, en unas horas y mientras hacemos la previa en un lugarcito piola en el que nos ubicamos negociando con Doña Trapita, iremos sacando despacito de la conservadora. Las canciones están buenísimas. Gracias por estar siempre. Los queremos mucho. Son una re compañía. No están hablando del terrible recital que se mandó La Renga porque todavía no empezó, pero la descripción me sirve igual. La cajera está escuchando Radio Disney y la oyente agradecida se presenta como María de Avellaneda o Laura de Lomas de Zamora.

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Ahora un diálogo interno bien confuso sobre las tensiones entre rock, cultura, sociedad, novedad, antigüedad, etc. (Puede omitir lector o lectora, escroleando párrafos en itálica)

Somos la novedad y no estamos acá ni allá. Somos el año 2025 y somos su banda de sonido. Somos lo mejor. Nos podés ver en un festival y sacarte fotos aesthetic. Podes seguir nuestras vidas en las redes sociales. Nos podés ver en un vivo o clipeados o estremiados o posteando sin parar lo que se siente ser la novedad. Somos el rock. Somos críticos o somos cínicos. No importa. Somos la novedad y lo más importante es que lo sabemos.

La Renga tiene una canción que es también eslogan y escracho: “Inventa un mañana”. Quien está bien enrolado en el presente, tomado por sus fuerzas ambiguas, sabe que es un mismo movimiento: inventar un mañana requiere inventar un pasado. Inventar un pasado es narrar de otra manera recuerdos vívidos que aún destellan, recuerdos flasheados, recuerdos implantados, recuerdos desbloqueados, recuerdos aleatorios de mundos olvidados: breves historias de vida, de esquina, de esa generación que se volvió, como pudo, adulta en cada barrio. En ese pasado, inventado: imaginado, hay un virtual fondo anticíclico para las crisis que será siempre, primero, subjetivo. Inventar un pasado también es otra forma de inventar lo nuevo.

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Ahora estamos adentro, en la explanada, ya pasamos los incontables retenes de seguridad; cada cegador subrayado de fibrón amarillo flúor que percibo de lejos, marca, señala, una derrota. Un recuerdo, cada cacheo, de lo perdido. No podemos quejarnos. Falta menos de media hora, ponele, para que arranque el recital y estoy buscando una cervecita más. Por que para ese yo que se asoma (con mayor o menor descaro) esas latas son magdalenas. Pero antes de dirigirme a ese cartel gigante, escala publicidad de autopista, que dice CERVEZA y que encima tiene titilando un dedo gigante y luminoso que lo señala, releo lo anterior y siento que faltan más datos de quienes estamos acá. Hay muchos más oficios y empleos en economía de servicios que títulos de licenciaturas o tecnicaturas (aunque también las hay). Pero esperen. Para que no sea todo tan impresionista me voy a acercar a preguntar como periodista. A qué te dedicas, vos: “Hago varias cosas en este momento…Estoy trabajando en A, y también en B, y vendo en C.”. Decime en una palabra porque estoy usando muchos caracteres y además pensa que puede no comprenderse el multirebusque. “Entonces poné: Emprendedor”. Vos: “Enfermera”. Vos, sí, vos, el que está con ella: “Yo laburo en IVESS, viste, con la camionetita que tiene el + AMOR – SODIO atrás, la conoces, repartimos botellones y…” (como habla este muchacho, por favor. Sodero y listo). Vos: “Laburo en una estética”. Vos: “Estudio”. Vos: “Hago mantenimiento en…”. Vos: “En este momento estoy laburando con un amigo en Z porque donde estaba se cortó el laburo”. Vos: … (No contesta y mira con cara de malo. Voy a responder por él porque me pareció verlo afuera. Te llamaré: “Pichón de barra”). Vos: “Docente”. Vos: “Ya sabes, boludo, lo contaste en la crónica de Racing el año pasado. Estaba laburando en el Centro de Descarga de F. y estaba tecleando. Ahora me rajaron y hago DIDI”. Vos: “Yo estoy yendo a laburar a Barracas en una…pero pará, ¿por qué me preguntas?, estamos en el tren a Plaza Constitución y el recital terminó hace dos días. Además, no fui. Volvé y seguí con la descripción que la estaba leyendo”. Ahora sí hay alguna información más concreta. Quiero seguir preguntando porque dos me dicen que mañana se tienen que levantar re temprano para ir a laburar, pero escucho un casi imperceptible: Zshhh. En algún lugar, no muy lejano, destaparon una lata y voy magnetizado a su encuentro. Ah, no les conté, lo del cartel gigante era publicidad engañosa. Cuando te aproximabas a la fila, en letras muy chicas, tamaño nombre de una calle, decía: “Sin alcohol”. Cerca me pasa y me deja girando, con una velocidad no humana, un flaco que se pierde entre la multitud a paso rápido y tambaleante, sosteniendo unos vasotes con un líquido color primera orina matinal para análisis de laboratorio. Esa escena abrió un pequeño debate sobre los efectos de esa falsa cerveza en un cuerpo embriagado. Resumiendo. Alguien dice que es un placebo y que si el flaco no lo sabe en una de esas la toma y sigue re en pedo. Otro dice que seguro ni se fijó en la letra chica del cartel. Mientras estamos charlando, un yo suelto gira la cabeza 360 grados hasta que detecta al fin un latón verde. Son las dos chicas que habían hecho el ruido mágico y le convidan un trago. Les pregunta cómo la pasaron, a la lata, y una le responde que la pregunta correcta no es cómo, sino: dónde y no te lo voy a decir. Se sueltan unas carcajadas que rompen el aire y se van hacia arriba, se pierden cerca de las torres de iluminación. Luego de agradecer y pegar la vuelta al punto de encuentro me quedé pensando que si escribía esta crónica tendría que agregar que tenían una gardenia o alguna de esas flores en el pelo, unas gafas de sol redondas, collares de abalorios y provenían de San Francisco (Solano). Habían llegado a La Plata haciendo auto o microstop. 

Cuando estés acá

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Ahora estamos a unos metros de uno de los Puntos de Hidratación en donde quedamos en encontrarnos. Había decidido con poca fuerza de voluntad y mientras jugamos a adivinar la canción de apertura, quedarme acá, lejos del escenario, y que este Punto de Hidratación sea también mi punto de vista y de escucha del recital. Suenan los primeros acordes, agrego acertando: “Tripa y Corazón” y “A tu lado”. Termino de decir eso y siento que me levanta por los Uomo, con una fuerza inaudita, una tenaza gigante que terminaba el brazo mecánico de una grúa. Me deja unos segundos pataleando y moviendo las manos en el aire, como un bebé al que le hacen el avioncito, y antes de que me agarre el cagazo me hace sobrevolar el campo como un drone y siento que tengo un punto de vista flotante. Luego me desliza con cuidado al centro de la olla que se abre. Disipo las nubecitas de vapor humano con las manos y aterrizo en un hueco que me hace un grupo de pibes. Quedo a metros del escenario sin ninguna intención. Solo una fuerza de un superyó pasado que en estas ocasiones se sigue imponiendo y doblegándome. Acá es todo alegría y desborde: se vive el necesario pogo exfoliante. Está la sombrilla infinita de Caraza, el trapo de palo de Merlo Norte y todos los de siempre. Ya me ubico. Voy a agregar algunos datos más. Pasan algunas canciones, estamos a cada rato tocándonos los bolsillos, palpándolos, lo que hace que sea un pogo de pingüinos siempre a punto de tropezar o tropezando uno al lado del otro, esquivando las manos con los dedos en V horizontal que devienen pinzas de extracción quirúrgica e indolora de celulares. Se ve un muchacho que se agarra la cabeza y la cara a lo Bilardo. Cuando se hace un silencio grita: “LAS LLAVES DEL AUTO TENÍA EN LA RIÑONERA. Con lo demás hagan lo que quieran”. No quiero cargarle dramaticidad ni hacer sensacionalismo con la escena, pero creo que también agregó: “Que lo uso para laburar, loco, las llaves”. Alguien levanta la riñonera. Festejos. Es. Se la pasan. La abre. Vacía. Continúa el pedido. Varios otros y otras se toman la cabeza. La experiencia del robo del celular en medio del recital te corta el mambo (no voy a poner “de la botella” porque sería una frase demasiado obvia). Te acordas y te lamentas. Te olvidas y cantas. Te acordas y te tapas la cara como si hubieses errado un penal en una final. Se te mete una escena de parada de bondi a la mañana bien temprano, a la noche bien tarde, o a la hora de los moños. Se te mete una escenita cotidiana y pensas en el préstamo o la cuotificación para reemplazarlo (y todas las apps a cerrar y todos los trámites a realizar, etc.). Sostener este berretín. Este recital tarjeteado. Pagado con el sudor de tu frente. El dolor de tus riñones. De tu tendinitis. De tu espalda. De tu afonía. De tu cabeza casi quemada. Ahora miro a este que tengo atrás y un yo se le acerca con cara de orto. Si estás haciendo la mímica de la canción nomás y no pegas una frase de una trilogía que incluye: “Somos los mismos de siempre”; “El juicio del ganso” y “El rey de la triste felicidad”, permitime que tu reacción me haga pensar: este para que afano fino (Ahora que lo escribo se me ocurre una propuesta para los próximos recitales. Un convenio con las empresas de celulares para que junto con la compra de la entrada haya un porcentaje importante de descuento para comprar telefonitos en infinidad de cuotas. No hace falta que sea tan literal la consigna: “Hay vida fuera de las pantallas”, che).

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Ahora está finalizando el recital y antes de “Panic Show” -y luego de un set list conmovedor que incluyó clásicos al palo y nada de discurseo al pedo- los agradecimientos y las palabras justas. Chizzo, que, desde los primeros recitales en enero del 24, tuteo y aplicó con el nombre de pila al presidente que nos está retorciendo como remera mojada, en esta nueva intro a la canción que integra la banda de sonido del ajuste en versión criminal, hizo énfasis en el acá y ni siquiera le dedico un “Che”. Dice que acá está el pueblo argentino poniéndole el hombro y luego de una breve pausa: “Acá están los verdaderos leones”. No hizo falta agregar nada más. Ni siquiera soplar un cansado cantito ni saltar y mover hacia arriba el cuerpo pesado. El enunciado: un gesto, cae como un efervescente y se escucha una especie de rugido real, potente; una especie de aliento sostenido a Nosotros mismos que se festeja con una vitalidad puramente animal y no verbal. Como si en esa frase estuviera condensada toda la fuerza del recital. Acá están los leones. Escucho y tergiverso: los luchones y las luchonas. O los lauchones y las lauchonas. Acá están, en su mayoría, las vidas luchonas que reciben esas palabras como una palmada en la espalda o en el pecho, a lo Timoteo Griguol. Acá están los verdaderos leones. Acá está un pueblito concreto. Un pueblito salido del interior, de las vísceras de esa versión argentina del rocanrol de los barrios que nos parió y que tiene una memoria y un archivo de varias décadas. Quienes estuvimos acá, y ya cantamos los cuarenta, sabemos que no fue un evento más, suelto, empujado por una solidaridad santimarateista. Sabemos, que además de “apoyar la causa”, como se escucha desde el micrófono, ese fondito de seriedad que flota en la atmósfera cuando llega el final, esa sobriedad que baja del escenario en un recital compacto y contundente, y sin lugar para el boludeo, lo hacen un banquete histórico más de una banda que desde hace más treinta y cinco años está en la ruta y sabe desplegar y ejercitar un músculo de reflejos intactos. Nos vamos, con los trapos de palo ondeando alto, “Hablando de la libertad”, con la imagen final de Tete con una remera, que también aparece en las pantallas de fondo, exigiendo Justicia x Pablo Grillo.      

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Ahora estamos afuera del playón, comiendo el mismo Paty de carne color mertiolate de siempre, pero en una versión con menos espesor, apenas un poco más que unas fetas de un fiambre extraño. La novedad es el pan medio dulzón que lo envuelve. Según mi amigo, que paga los 5000 pe y me deja pensando que con eso no hacemos ni un bajo guiso, el sabor es porque debe estar hecho con los restos de pan dulce que no vendieron en las fiestas del año pasado. No es una mala hipótesis. Al menos me sirve para llamar fruta abrillantada a ese pedacito solido incrustado en la masa que trague sin saborear. Ahora ya estamos en el auto. Pasamos cerca de una de esas patrullas gigantes, a las que se sube por una escalera. Le preguntamos a un policía si por esta salimos a la autopista o hay que dar la vuelta. El flaco mira con cara de orto y ni amaga a responder. La flaca que está al lado, con más ganas de hacer videos de TikTok que de brindar servicio a la comunidad, nos manda a cualquier lugar. Mientras nos alejamos, lo último que escucho en fade out es una frase de “A donde me lleva la vida” que está sonando fuerte en uno de los micros.