En días en que nuevas oficialidades practican el olvido, se afirman negacionistas o incluso también hay de los que reivindican el terrorismo de Estado, resulta clave hacer memoria, para saber la verdad y hacer justicia. “El maestro que prometió el mar” es un film reciente de la directora catalana Patricia Font que  ficcionaliza en torno a una emotiva experiencia (real) que protagoniza un maestro ( Antoni Benaiges) interpretado maravillosamente por Enric Auquer. Cruza historias dentro de una familia con la trama de un pueblo, Bañuelos de Bureba, en Burgos, donde hay un docente que transforma la vida de varios niños y niñas, sellando con su pedagogía una marca indeleble en sus biografías. Además de germinar curiosidad y deseo por el conocimiento, así como el placer por jugar y preguntar, dignifica las ideas republicanas de una España convulsionada por tensiones políticas, solo un rato antes que se imponga el franquismo. Con una dictadura que intentará borrar maestro y pedagogía emancipatoria para imponiendo el terror para negar y olvidar, y el disciplinamiento de la delación y la crueldad.

Ya sea en España un siglo atrás o en nuestro país en la actualidad, cooperación, autogestión y solidaridad son parte de lo que se desea desterrar desde viejas y nuevas derechas que hoy gozan de oficialidad.

Este es  el argumento de esta conmovedora película que una vez más nos cuenta como un maestro  hace de la escuela el mejor lugar.

Pasarán generaciones, tronarán las milicias un párroco y la complicidad de » la gente de bien” pero nunca podrán detener la memoria de lo que implica aprender a jugar, a amar el saber cuando se mezcla con libertad felicidad y solidaridad.

Estamos frente a una película que  construye su trama en la imperiosa necesidad de una joven mujer que intenta saldar una historia y hacer justicia en el seno de la identidad de su familia  pero se enlaza y descubre que la misma está atravesada con la historia de todo un pueblo donde había una escuela y un maestro que se transformaron en una única y revolucionaria ocasión  que seguirá latiendo aunque la quieran olvidar.

La historia de la democracia es también la historia de la escuela, donde cada tanto y en alguna esquina entran en tensión  lo más conservador y vigilante de cada sociedad con lo que intenta transformar el miedo en libertad y declarar de supremo interés el derecho a soñar. O también desafiar los límites de la letra prolija que se repite de memoria en  “esa letra que solo con sangre entra”  para animarse a soñar el mar y convertir un grupo de niños y niñas en poetas y  narradores que piensan por cuenta e  imprenta propia y publican libros que ni la mas franquista hoguera puede  desterrar.

Cuando hay maestro, es imposible abolir el derecho a soñar.