Arranca temprano, a las 6:30, y se pone a estudiar, como aprendió de su amigo, ídolo y hermano Hugo Fattoruso. Muy atrás quedaron aquellos años en los que Daniel Maza empezó a salir con su bajo comprado en cuotas con su primer trío, conchabo que alternaba con un trabajo más formal en talleres mecánicos. Llegó a la Argentina a principios de los ’80 y su primer trabajo fue como soldador: «Haciendo silenciadores de auto en el taller de Manolo y Alejandro, que se llama El caño 14. Esa gente me ayudó de una manera que no te podés imaginar». Como botón de muestra enumera: le alquilaron una casa cuando sólo hacía tres meses que lo conocían y al otro día de dejarlo en su nuevo hogar, apareció una camioneta cargada de muebles y comestibles, vajilla, un colchón y frazadas que le había preparado la madre.
Poco después empezaría a tocar con Luis Salinas (durante más de dos décadas), Horacio Fontova, Celia Cruz, Mercedes Sosa, Hugo y Osvaldo Fattoruso y muchos más.
–¿En qué barrio de Montevideo naciste?
–En el Cerro (Villa del Cerro), barrio de frigoríficos, de gente laburante. Y también de playas. Teníamos un clásico que era Cerro y Rambla, que estaba a dos cuadras. Yo soy hincha de Cerro. Y barrio de tablado, de carnaval, de murgas, había un club cada dos cuadras más o menos, cada uno con un boliche.
–¿Te gustaba el fútbol?
–Totalmente. Llegué hasta la cuarta y fui suplente, jugué en la reserva de Cerro. Hasta que un día mi viejo me dijo: «O seguís con la escuela o vas al fútbol. Si te dedicás al fútbol todo bien, pero si no estoy pagando esto que es carísimo». Entonces decidí ir a la escuela y seguir jugando al fútbol en el barrio. Pero de ser profesional, nada.
–¿Dónde descubriste la música?
–La música estaba en mi casa desde que nací. Cuando era chico mi papá tenía un pasadiscos y yo me ponía los vinilos de (Alfredo) Zitarrosa, que tocaba con las guitarras que estaban buenísimas. Yo agarraba la escoba y hacía que tocaba la guitarra, me pasaba un par de horas en eso. Después vinieron los Olimareños, que era otra onda: ahí me agarraba una panera que tenía mi vieja y me la ponía en el pecho y hacía que era como el acordeón porque la panera tenía agujeritos. Una Navidad mi papá me dice: «Mirá que voy a la casa de Papá Noel a hablar con él. ¿Qué vas a querer para el arbolito: una guitarra, un acordeón o una panera más grande?». Y en ese momento lo primero que me viene a la cabeza fue una amiga que tocaba el acordeón, yo lo veía al padre cargando el instrumento de un lado para el otro, y ahí dije «una guitarra». Entonces Papá Noel me trajo una guitarra Sentchordi, de industria uruguaya.
–¿Cómo llegaste al bajo?
–Tenía 13 años más o menos. Y con el hijo de Carmelo, que era el Oscar, y con mi primo, el Rudy Alvarado, se nos dio por armar un trío, pero los tres teníamos guitarra eléctrica. Uno tenía que tocar el bajo, pero ninguno quería. Y a mí se me ocurrió hacer un sorteo: «el que pierde toca el bajo, sin pataleo», propuse. Perdí y empecé a tocar el bajo con la guitarra, con las cuerdas de arriba. Hasta que un día teníamos que tocar en El Salón Lituano. Ahí ellos me dijeron «o te comprás el bajo o te echamos». Y ahí compramos un bajo en 36 cuotas, lo compró mi vieja, estuvimos tres años pagándolo en el Palacio de la Música. Alternaba el bajo y la guitarra hasta que en un momento me quedé con el bajo y no me despedí nunca más.
–¿Por algo en especial o por default?
–No, me atrapó. El bajo es el mejor instrumento del mundo.
–¿Por qué?
–Hay mucha gente que no lo sabe, pero baila con el bajo. Piensa que baila con la batería o con el que toca las congas. Cuando pasan los tipos por tu casa con el auto, con la música fuerte, lo único que escuchás es el bajo. Me acuerdo que tocando con Celia Cruz y le dije al director: «Loco, está muy fuerte el bajo». Y me dice: «No, no, no, no, está bien así, esta noche vamos a hacer una prueba». Y a la noche estábamos tocando y la gente bailando, y en un momento él me dice: «Pará de tocar». De repente paré y todo el mundo dejó de bailar. La músicas sin bajo no tiene gollete, más allá de alguna excepción.
–¿Tenés un momento que dijiste: «gracias a Dios y a todo el universo que me hizo músico y bajista»?
–Un momento muy determinante fue cuando el Osvaldo Fattoruso me llamó y me dijo: «Bo, Maza, tengo un laburo para el trío». «Bueno», le dije. Hasta ahí tocábamos El Daniel Maza Trío (con Osvaldo Fattoruso y Abel Rogantini). «Dale, vamo’ arriba –le dije– ,¿dónde es?». «Acá en Punta del Este, hay mil dólares para cada uno». «Yo nunca vi mil dólares», le digo. «Bueno, le aviso al Abel para que guarde la fecha», agregué y me respondió: «¿Al Abel para qué?». «No me decís que es para el trío», le consulté. «Pero para el Trío Fattoruso», me dice. Y ahí silencio mío. «¿El Hugo Fattoruso, vos y yo?», le digo. «Sí», y otro silencio más mío. Yo toqué con Celia Cruz, grabé con Mercedes Sosa, con gente de Brasil, de Perú, de todos lados, pero ese momento en el que vi que iba a tocar con el Hugo y el Osvaldo fue una cosa que me estremeció todo cuerpo. «