Los primeros minutos de La Habana de Fito dejan en claro que lo que se verá a continuación es el relato de una historia de amor. El amor entre un artista y una ciudad, donde la segunda salvó al primero en 1987 y el primero, en agradecimiento, ofrendó un concierto a la segunda en 1993 para cerrar la fabulosa gira de presentación de su fabuloso El amor después del amor.

Pero por eso de que la vida y el arte son autónomos de sus creadores, el documental que lo tiene al gran músico sentado en la terraza de un hotel contando su historia con Cuba, su música y su gente, deriva en un recuerdo de Páez sobre una discusión política con la Juventud Comunista cubana en pleno período de extrema austeridad en Cuba (1993) llamado oficialmente «Especial». La anécdota da pie a una crítica al gobierno cubano que funciona como una especie de declaración de principios éticos (es decir una visión política no partidaria) que molestó a las autoridades, que decidieron censurar el documental en la Isla e hizo hablar a toda Latinoamérica.

“No es que me genere molestia, ese es el trabajo de otros y cada cual tiene un punto de vista para enfrentar su trabajo -dice el director del entrañable documental, Juan Pin Vilar-. Pero me da tristeza. Uno hace un esfuerzo para expresarse como artista y de momento todo el mundo está buscando el candidato a la presidencia”, hace reír con su cubano humor Vilar, también nacido en el ’63 pero en Cuba, y director de seis películas antes de la que lo hizo famoso por estas tierras desde que debutó en 1988 con Una noche con Nora”, al año siguiente de haber conocido a Fito Páez.

A quien conoció porque antes conocía a Pablo Milanés, al mando de la organización del Festival de Varadero de ese 1987, al que conocía por su padre, histórico director de cine de Cuba que “defiende a Silvio Rodríguez en la televisión y por lo tanto es casi expulsado de la televisión por defender a Silvio. En ese sentido mi padre es para Silvio la persona más importante de su carrera, lo ha mencionado constantemente”. Claro que todavía no está del todo establecida la relación. El tema es que como anfitrión Milanés entendió que si bien debía atender a todos, los 24 años de Fito seguramente se llevarían mejor con gente de su edad, y más si compartían inquietudes artísticas.

“Desde que tengo cinco años tuve relación con La Nueva Trova, personal, cotidiana en mi casa. A medida que fueron surgiendo nuevos trovadores los fui conociendo a todos, y con los que me hice más amigo fue con Carlos Varela y Santiago Feliú. Y con Santiago hicimos una gran amistad, y cada vez que venía Fito a La Habana o a México nos encontrábamos y hablábamos de las cosas que hablan los amigos: es más rico porque como no se ven cotidianamente tienen muchas cosas para conversar.” Así fue que el Fito de Ciudad de pobres corazones, ese pibe estallado por el asesinato salvaje de su abuela y su tía, conoció La Habana (la profunda, la de la juerga y el alcohol y de otras cosas tan necesarias conocer en esa etapa de la vida) codo a codo con Santiago y Juan. A Juan, los diez años de “ostracismo” de su padre en la televisión no le habían impedido mamar de todo el mundo audiovisual cubano y convertirse en director. “Ese es mi mundo, yo vivía detrás de la televisión cubana, exactamente en la misma manzana. Entonces cuando salía de la escuela iba donde trabajaba mi padre: me crié ahí en un estudio, yo estaba sentado en la base de las cámaras mientras se movían en vivo, paseando como en un carrito de supermercado.”

La historia más que la herencia paterna lo llevaron, al crecer, a tomar la ballesta y apuntar sobre la manzana en la cabeza del padre, como cuenta la gran canción de su amigo Carlos Álvarez. “Por esa canción nos bautizaron la generación Guillermo Tell. El tema es que no nos dejaron disparar la ballesta.”

Pero a Fito nunca lo vio como objeto fílmico, “como un espectador”, sino como al amigo que le van bien las cosas y “crece artísticamente”. Así que la inquietud para hablar de la vida de Páez surgió después de la muerte de Feliú: “Queríamos contarles a nuestros nietos cómo habían sido nuestras vidas”. El hecho de querer registrar ese relato con un grabador y no con una cámara acredita la poca devoción como objeto artístico de Páez para su amigo (y acaso también la falta de plata), aunque no del todo nula. “Le comenté a Josué García la idea para que me prestara una grabadora, pero él me dijo: vamos a filmarlo”. Y fue así que entonces García se convirtió en el productor asociado del documental: además de una cámara, toda película necesita financiación. (“No se me ocurre cómo a ningún joven se le ocurrió hacer un documental de Cecila Roth para que cuente cómo fue la cultura en sus años”, acota entre paréntesis sobre una de las protagonistas de su película).

La Argentina que ama a Cuba pero padece el yugo de Milei se pregunta por qué dos gobiernos de signo político tan distinto pueden caer en la maledicencia de querer censurar al arte, cuando no exterminarlo. “En el caso de Cuba no hay una acción política para atacar la cultura, hay un funcionariado corrupto, mediocre y un gobierno totalmente envejecido. Y cuando digo envejecido lo digo con todo el respeto que me merecen ellos en el momento de ocupar un lugar importante en la historia de Cuba: hablo de Fidel Castro, Raúl Castro, de toda esa generación. Han envejecido en el poder. Piensan como en el siglo XX. Esas personas están ahí desde que un niño se asombraba porque un avión rompía la barrera del sonido y hoy están cuando un satélite puede verte caminar por una calle en París. ¿Me comprendes?” Y para quien no entienda, refuerza: “Si no te gustaron Los Beatles cuando tenías 30 años no te van a gustar a los 90, ni los vas a comprender tampoco”.  No se atreve a opinar los asuntos internos de la Argentina (“me cuesta opinar”), pero aporta una diferencia importante: “Aquí lo que pasa es que tú puedes establecer esa protesta en la calle y pagar las consecuencias cuando se te vienen encima, en Cuba solo de pensarlo vas preso”. «

La Habana de Fito

De Juan Pin Vilar. Con Fito Páez, Pablo Milanés, Cecilia Roth, Carlos Alfonso, Ele Valdés, Luis Alberto García y Wendy Guerra, entre otros. En las salas de Cinépolis de
todo el país.