Despachos de guerra es una novela bélica, escrita con cargadores”, dispara Roberto Saviano en el Prólogo de la edición recargada del clásico de clásico de la no ficción bélica firmado por la pluma poderosa de Michael Herr. No se equivoca el italiano denuncialista lírico. Novela sobre Vietnam, crónica novelada, manual de supervivencia, literatura ejempla de hombres en guerra. Es como si Dante hubiese ido al infierno con un casete de Jimi Hendrix y el bolsillo repleto de cartoncitos de ácido lisérgico. El horror, el horror -diría el coronel Kurtz-, el horror de la guerra hecho libro.

Hija bastarda de la Guerra Fría de espías, radiaciones y misiles. Nieta heredera de las guerras coloniales. Guerra rockera, drogona y mediática con transmisiones en vivo desde las trincheras. Sepulcro cívico-militar, como toda guerra, que entre 1955 y 1975 se tragó la vida de 3 millones de seres humanos. La Guerra de Vietnam fue, sobre todo, la primera gran derrota del ejército del Tío Sam. Apocalipsis ahora de la mayor potencia militar del siglo XX. Escribe Herr: “Quizás se había terminado ya para nosotros en Indochina cuando salió a flote el cuerpo de Alden Pyle debajo del puente de Dakao; quizás todo se precipitó con Dien Bien Phu. Pero lo primero pasó en una novela y aunque lo segundo pasó sobre la tierra les pasó a los franceses y Washington no le concedió más importancia que si lo hubiese inventado también Graham Greene. Vietnam, Vietnam, Vietnam, todos estuvimos allí”.

En la verdosa selva teñida de rojo sangre y agente naranja estuvieron también los combatientes del Vietcong. Resistieron por décadas la cruzada que Washington emprendió, junto al gobierno títere de Vietnam del Sur, para “liberar” del comunismo a Vietnam del Norte en particular, y a todo el planeta en general. Cualquier parecido con el presente corre por la imaginación del lector.

Caso particular, la historia de la Guerra de Vietnam la escriben los derrotados. El libro de Herr es quizá la crónica de una perdición.  

"Despachos de guerra": crónicas de miedo y asco en Vietnam

Dos, tres, muchos Vietnam

Cuando el joven Herr fue a Vietnam en 1967 como corresponsal de la revista Esquire era un escritor anónimo. Lo mandaron con dos pesos con cincuenta en la billetera. La idea original era enviar una columna mensual, de temas relegados a un segundo plano por los noticieros oficiales. Periodismo del bueno a secas. El primer cross a la mandíbula de Herr fue su artículo “Sorbos infernales”. No frenó más. Herr se enfoca en la verdad de los soldados, lejos de la ficción de los generales y el relato de la cadena oficial: “Yo fui a cubrir la guerra, y la guerra me cubrió a mí”.

Dispatches, despachos, es el título que eligió Herr para su libro, publicado diez años después de su experiencia como cronista en el frente. Es el mismo nombre que tenían los cables monocordes y deshumanizados que enviaban las agencias de noticias desde Vietnam: párrafos con más números que palabras, con muertos llamados “casualties” y ranking de los récord de bajas y triunfos americanos.

"Despachos de guerra": crónicas de miedo y asco en Vietnam

El cronista Herr no busca destapar ninguna historia secreta, sino contar lo que está a la vista de todos pero nadie cuenta: “Conocí a un lurp de la 4.ª División que tomaba las pastillas a puñados, calmantes del bolsillo izquierdo del uniforme y estimulantes del derecho, unos para mantener la marcha y otros para cortarla. Me contó que con ellas le iba perfectamente, que podía ver en aquella buena selva de noche como si mirase con un telescopio de luz estelar. ‘Con ellas seguro que no pierdes blanco’, decía”.

Herr, fallecido en 2016, tuvo un papel destacado en dos películas que también marcaron a fuego las memorias de Vietnam: Apocalypse Now de Coppola y Full Metal Jacket de Kubrick. Dos films que no le llegan ni a los talones al libro del que beben. Le Carre ubicaba Despachos a la altura de la Ilíada. La muerte, el miedo, el asco, el valor, la vida en la guerra. Sobrevivir y contar, eso hacen Herr y sus compañeros. Vietnam, Vietnam… todos estuvimos ahí.  

"Despachos de guerra": crónicas de miedo y asco en Vietnam
Un fragmento del libro de Herr

Tenía yo un mapa de Vietnam en la pared de mi apartamento de Saigón y algunas noches, cuando volvía tarde a la ciudad, me tumbaba en la cama y lo miraba, demasiado cansado ya para hacer algo más que sacarme las botas. Aquel mapa era una maravilla, sobre todo porque ya no era real. Era muy viejo. Lo había dejado allí años antes otro inquilino, francés probablemente, pues el mapa estaba hecho en París. El papel se había combado en el marco tras años en el calor húmedo de Saigón, y había una especie de velo sobre los países que mostraba. Vietnam estaba dividido en sus antiguos territorios de Tonkín, Annam y Cochinchina y, al oeste, después de Laos y Camboya, se asentaba Siam, un reino. Esto es viejo, les decía a los visitantes, un mapa muy viejo, sí señor.

Si los países muertos pudiesen volver y acosarnos como hacen los muertos humanos, sin duda habrían sido capaces de poner en mi mapa actual y quemar los que se llevaban utilizando desde 1964; pero, desde luego, nada parecido a esto llegó a suceder. Era a finales del 67 y hasta los mapas más detallados decían ya muy poco; leerlos era como querer leer en la cara de los vietnamitas, y eso era como pretender leer en el viento. Sabíamos que los objetos de la mayor parte de la información eran fragmentos de terreno flexibles y diversos que contaban diferentes historias a las diferentes personas. Sabíamos también que, desde hacía años, allí no había ningún país, solo la guerra.

La Misión no hacía más que hablarnos de unidades vietcongs atacadas y barridas, que reaparecían al cabo de un mes con toda su fuerza, y no había nada fantasmal en ello, pero cuando avanzábamos sobre su territorio, solíamos tomarlo definitivamente, y aunque no lo conservásemos, siempre podías ver que por lo menos habíamos estado allí. Al final de la primera semana «de campo» conocí a un oficial de información del cuartel general de la 25.a División en Cu Chi, que me enseñó en su mapa, y luego desde su helicóptero, lo que habían hecho con los bosques Ho Bo, los desaparecidos bosques Ho Bo, arrasados con bulldozers gigantes y productos químicos y fuego prolongado y constante, destrozando indiscriminadamente cientos de acres de tierra cultivada y de selva virgen «privando así al enemigo de valiosos recursos y de protección».

Había sido parte de su trabajo desde hacía casi un año explicar después a la gente aquella operación; corresponsales, congresistas de gira, estrellas de cine, presidentes de grandes compañías, oficiales de Estado Mayor de la mitad de los ejércitos del mundo, y aún no había sido capaz de superarlo. Parecía mantenerle joven, y su entusiasmo le hacía pensar que hasta las cartas que escribía a casa a su mujer estaban llenas de aquello, te enseñaba lo que podías hacer si tenías los conocimientos y el material necesarios. Y si en los meses que siguieron a aquella operación habían aumentado «significativamente» las actividades del enemigo en el área más amplia de la Zona de Guerra C, y las bajas norteamericanas se habían duplicado y duplicado después de nuevo, eso no pasaba ya en los bosques de Ho Bo, podías estar bien seguro…