Barbara Tuchman fue una historiadora norteamericana que ganó dos veces el premio Pulitzer por sus libros (valen la lectura). Uno de ellos es Un espejo lejano: el calamitoso siglo XIV, publicado en 1978. Allí nos pinta una Europa medieval azotada por guerras internas y externas, pandemias y pestes, sociedades sin rumbo, fáciles de asir por figuras más o menos místicas, siempre apocalípticas. En el fondo, Tuchman intenta mostrar qué aspectos de ese medioevo oscuro (porque hubo uno luminoso, aunque usted no lo crea) impregna la civilización contemporánea. La situación de Ecuador parece ser hoy el reflejo que devuelve el espejo de este calamitoso siglo XXI.

Aunque en este caso no hablamos de conflictos centenarios entre potencias europeas, parece que el espíritu de las cruzadas, esas empresas occidentales de conquista y saqueo de medio oriente que cundieron entre los siglos XI y XIII ha permanecido. En toda contienda lo más importante era identificar al enemigo, que en aquellos casos fueron los reinos musulmanes llenos de pueblos infieles. En el caso de Ecuador, como el ataque fue perpetrado por entidades no estatales ligadas al narcotráfico, los enemigos tienen una sigla: GDO, que significa Grupos de Delincuencia Organizada, aunque carecen de rostro definido.

Y la cruzada es solicitada por el propio presidente Noboa, quien declaró este 11 de enero en una entrevista radial “apoyo de personal militar extranjero, inteligencia y artillería para afrontar al terrorismo” en el marco “del estado de excepción y del conflicto armado interno”. “Hemos aceptado el apoyo de Argentina y de los Estados Unidos. Este no es un momento… por ego o vanidad, de decir ‘que no, vamos a proteger nuestra soberanía no vengan militares acá’”. También afirmó que “se deberán tomar acciones y medidas económicas duras, pues una guerra cuesta dinero”. El ajuste, remedio universal. Igual, parece que ponen la barra al mismo nivel en los que las crisis, económicas, políticas o militares permiten prescindir de las Constituciones y leyes, como dicen por ahí. Es que si desean contar con el apoyo del Comando Sur y la Generala Richardson, siempre solícitos, deberán suspender o eliminar la investigación de posibles delitos en la represión contra los GDO. En lo que hace a la Argentina, la salida de nuestras tropas debe ser autorizada por el Congreso de la Nación.

 O así era. Si es que todavía existen aquí las leyes.

Para el análisis, hay que situar el ataque “terrorista” en la cadena de producción del narco. Ya en 1991, un estudio de FLACSO – Ecuador alertaba sobre el funcionamiento de “la economía política del narcotráfico”, basado en la “transformación, circulación y consumo” que se instalaron en el país, la facilidad para el “lavado de dólares” y la posibilidad de “comercialización internacional”. La informalidad del crimen no obsta para funcionar como una empresa capitalista clásica, con pocas inversiones y muchos dividendos. Incluso entonces –señala el estudio- la bonanza bancaria no dependía de los ciclos económicos ni en auge ni en crisis. Como lo reconoció el propio presidente Noboa, la dolarización facilita el narcolavado, ya que no hay controles –son sólo dólares- ni riesgo cambiario (además permitió terminar con un breve debate argentino acerca de la sacrosanta dolarización).

Encima con puertos concesionados a privados todo es más fácil para el tráfico de drogas. Después de todo, es oferta y demanda, cantidad y precio los que definen los contratos entre particulares, ¿no?

Ecuador no tuvo un buen desempeño durante la pandemia de COVID-19, ya que registró un 33% de exceso de fallecimientos (en Argentina fue del 14%, como en Estados Unidos). Las fotos que mostraban los cadáveres tirados en las calles de Quito o Guayaquil significan la ausencia de un poder capaz de enfrentar catástrofes, ya sea que no lo vio, carecía de respuestas o no le importaba. La situación actual de guerra interna contra el narcotráfico –que una funcionaria de Milei catalogó como “narcosocialistas”- corre el riesgo de atacar las consecuencias y dejar intactas las causas. Integrar fuerzas armadas a la lucha interna contra el narco desnaturaliza la defensa nacional, convertida en una guardia de control local.

Esa forma de articular el caos del narco y el orden de la represión también es una modalidad de ejercer el poder real y habilita la presencia extranjera, es decir imperial. ¿Qué parte del caos entra en el orden? ¿Los llamados “estados fallidos” –los que lo son hoy y los que lo seremos mañana- tienen futuro de colonia dolarizada en conflicto perpetuo?

Constatamos una vez más que cuando la política es insultada y el Estado es relegado, ese lugar no lo ocupa una pujante sociedad civil sino las mafias de todo tipo. Estamos advertidos. O sea, digamos: calamitoso.  «