«Ojalá Maradona fuera la argentinidad, en la hipótesis (horrible) de que existiera algo así. Me temo que sería algo más parecido a la de esas grises vidas de los evasores seriales y acosadores de incautas rusas que nos toca ver. Maradona es un héroe homérico.» Arranco con este tuit del escritor y sociólogo Mariano Canal (@buensalvaje) porque se desmarca hábilmente del contraste demasiado fácil y reactualizado de Mundial en Mundial en torno a Maradona y Messi. La sangría que esa grieta abre se basa no tanto en el contraste de imágenes del juego (jugadas y goles) sino en una especie de sociología del «liderazgo» (o la ausencia del mismo). Y Messi ahí tiene todas las de perder.

La figura de Messi encierra varios misterios, uno lo brinda su personalidad introvertida, y otro es que la calidad de su juego, su destreza, parece habilitar la necesidad del «plus». Esa ausencia de un «plus» de argentinidad, una suerte de gen trágico del liderazgo, no sólo la evidencian sus detractores sino incluso sus defensores, los apologistas de Messi, los que suponen (como dice Mariano en su tuit) la existencia de una argentinidad nociva. Conocemos el cuento: somos un país que rompe las reglas, que ama las incorrecciones, populista, y así, y la imagen cristalina de eso sería Maradona. Sin embargo, los narradores de Messi parecen contribuir tan linealmente a la contraparte, que podrían correr el riesgo de construir otra mitología: la del argentino que triunfa a pesar de la Argentina. Uno que escapa de su destino sudamericano.

Mi escepticismo es realista: es sobre las condiciones del fútbol argentino. Amo a los dos (a Messi y Diego), y cuando mi hijo de 7 me preguntó quién era mi ídolo le dije mi verdad relativa: Riquelme. Bien, estas son mis cartas. Sigo.

Empecemos por una constante: la sombra de Maradona sobre el infante Messi. En un plano, parece una revitalización desesperada de esa, llamémosle ahora, «dialéctica» con la que cada dos por tres se intenta dar sentido a nuestra vida nacional. Civilización y barbarie. Maradona, claro, sería el bárbaro, el popular, en una apelación tan real como extenuante. Y Messi sería un civilizado, un producto del mercado, un transgénico sin literatura clasista y combativa. ¿De dónde viene Messi? ¿De una familia de clase baja, de clase media, media-baja? Messi no da precisiones. Maradona está sobre-narrado. Con justicia y exceso. Maradona fue algo más que un jugador, y es algo más que un exjugador. Fiorito, la Tota, Boca, las «nenas», Nápoles, el gol con la mano, doping positivo, la adicción, la noche, Cocodrilo, la recuperación, el DT… Una película que se hace sola: la fiesta del cuerpo será televisada. Una lengua moral adentro de un cuerpo inmoral que representa la contracultura de un país que cada diez años discute un ajuste. (Y tengo toda la intuición de que existe una predisposición genética: los que odian visceralmente a Maradona son más amigos del ajuste. Y bueno, qué es escribir sino organizar prejuicios.) Maradona sabía que estaba siendo encumbrado como Mito, era autoconsciente porque era parte, era el primer trabajador: un millonario insolente en la guerra cuerpo a cuerpo de poder contra poder. La prolongación de su juego, fuera de la cancha, fue inédita, y está hecha también de sorpresa y habilidad. “Me cortaron las piernas”, “la pelota no se mancha”, “la tenés adentro”, siempre llevó agua para el molino de sus alternativos narradores donde todo es “ilusión y caída”. 

Messi no sacia ninguna sed de sentido, más que adentro de la cancha. Se gambeteó eso también. Actúa a la sombra terrible de Diego: Messi hizo un gol con la mano, al Españyol, e hizo “el gol de Maradona a los ingleses” al Getafe. Porque su educación universal incluyó mirar mil veces esos goles religiosos, los momentos en los que el fútbol, con Diego Armando Maradona, alcanzó una cima. Es un “hablado” del cuerpo de Maradona en un sentido. Y es en esa parte, en esa parte en donde el cuerpo de Messi muestra sus “grabaciones”, donde brilla y se apaga también para que nazca su virtud: una habilidad más económica y precisa. Messi no tiene todo ese virtuosismo de espectáculo, no hace jueguito con una pelotita de golf, es un bicho de cancha, un pingo, algo que no existe más allá de los 90 minutos. Diego es lo opuesto, el hombre total, por eso juega “también” con la pelotita de golf o cualquier cosa que le tiren. Fue, en su genio futbolístico, un espectáculo de perfección y la construcción de un mito. Lío nació un miércoles 24 de junio de 1987 en la ciudad de Rosario.  No había ni primavera alfonsinista ya. Nació en el desierto. Vivió trece años en el país y en el 2000 se mudó a Barcelona, que pagó el tratamiento para garantizar su desarrollo físico. Y en 2004, decidió no ser español. Ergo: ser argentino. Lío sin relato, sin héroe colectivo, sin tragedia. Liviano. Messi termina donde termin«a la cancha. La ciencia puso su cuerpo a punto. Y cuando sale de la cancha ahí está Diego, que se cansó de bancarlo, para hacer la otra parte del juego. Para jugar afuera de la cancha. Porque el problema a esta altura no es que esté Maradona en la tribuna… peor sería su ausencia. En el partido con Nigeria el sol ruso bañó la estatuilla de Diego implorando a los dioses la liberación de Messi. Escribo estas líneas antes de conocer el resultado contra Francia mientras exudo el amor hacia los dos. «