Ese corazón, un desperdicio (Hexágono), el último libro del escritor, periodista y editor Denis Fernández, lleva un nombre tan poético y bello como los que tienen otras de sus obras publicadas: Las mil maravillas (2022), Especie salvaje (2020)y Monstruos geométricos (2016). El verso trágico e inolvidable que le da nombre al texto se esconde entre una prosa que se aleja de los moldes establecidos y abre un espacio a muchas formas posibles. En la escritura de Fernández, es el corazón el que manda.
Un viaje a Córdoba, el retrato de su padre, el duelo, un destino familiar, anécdotas de la infancia, reflexiones personales, consumos culturales, interrogantes propios, vínculos afectivos, investigaciones científicas y otras partes de la experiencia del autor construyen Ese corazón, un desperdicio. Y la autoficción, el ensayo, el cuento y otros géneros surgen de los impulsos, necesidades y corazonadas de esta escritura del yo tan híbrida que así lo demanda. No de modo caprichoso, sino en la búsqueda de una naturalidad. Forma y contenido dialogan en armonía.

A lo largo del libro, el escritor también cuenta las disyuntivas, decisiones, opiniones y obstáculos que surgen durante el proceso de escritura y su vida, dos cosas que se asemejan tanto que para él parecen una sola, y esto lo hace un libro transparente y sincero.
Desde el umbral que abre el texto, un fragmento de la canción “Casi sin pensar” de Intoxicados, quien escribe se presenta a través de dos elementos muy humanos, por no decir vulnerables: “Siento que tengo dos oídos para escuchar y dos pies para ir tropezando”. La escritura y la experiencia de estar vivo parecen definirse en dos acciones: observar y equivocarse.
Aunque el texto puede parecer fragmentado y el narrador elige la bifurcación como estilo de vida y escritura, el camino difícil según él, hay algunas premisas donde pisa firme ese corazón, como si fueran trincheras que defiende para definirse a sí mismo. Una de ellas es la convicción de que de la naturaleza y nuestra relación con ella pueden aprenderse muchas cosas. El disparador de la mayoría de los capítulos de este libro es una anécdota o una investigación en un entorno natural. En los hongos encuentra resiliencia biológica; en una guerra con tábanos, una historia de terror; la pesca de un nenúfar flotante lo hace descubrir la magia. El sujeto de Ese corazón, un desperdicio parece sentir el entorno como un campo energético, donde la energía se mueve siempre de lugar. Pasa del orden al caos y viceversa. “Los procesos de la naturaleza cumplen sus ciclos. No apuran sus efectos”; “el desorden energético para todo, transforma el contexto, hace que los pensamientos viren hacia lugares sospechosos”, observa Fernández.
Otra certeza es que lo que para algunos escritores es un problema, para el autor de Ese corazón, un desperdicio es la base de la literatura: escribir una experiencia después de que el paso del tiempo juegue una mala pasada a la memoria. En esa tarea de completar las lagunas de la memoria es donde surgen la verdadera ficción y la posibilidad de reescribir la propia historia. “Perpetúo ese momento. Creo que ahí está la clave para empezar a escribir: acumular en la memoria la mayor cantidad de imágenes y experiencias posibles. Repetirlas hasta que dejen de ser propias. Desgranarlas hasta matarlas. Y, una vez muertas, empezar a narrar”, escribe. El procedimiento es tomar distancia hasta que la propia vivencia se vuelva ajena. Tomar distancia, incluso, de quien fue en ese momento.
¿Cómo se escribe lo que ya se vivió? ¿Es posible escribirlo en la inmediatez de esos hechos? ¿Se vive igual un momento sabiendo que se lo va a escribir? ¿Interrumpe la literatura las experiencias? La relación entre literatura y vida, un tema que ha sido eje de la teoría literaria del siglo XX, es indagado desde la curiosidad del narrador en un viaje por las sierras: “No puedo escribir sobre las sierras estando en ellas, no es fácil resignificar en palabras esta transferencia desde un estado presente. (…) Quizás el propósito sea la experiencia misma y no la conversión literaria de ella. ¿Es posible que la literatura no me permita vivir el momento? O al revés: ¿Es posible que la vivencia no me permita escribir?”, reflexiona.
Ese corazón, un desperdicio logra, sin embargo, dar la impresión que leer, vivir y escribir suceden en simultáneo.