Si diez años después estamos hablando de Ni Una Menos se debe no solo a su fuerza histórica sino, por sobre todo, a su ineludible vigencia. Diez años después de Ni Una Menos es decir diez años de un feminismo de masas, de feminismos populares (el plural no es menor), diez años de irrumpir en la agenda política y social, diez años también de irrumpir en las mesas familiares y en las conversaciones de las pibas. Ni Una Menos fue terremoto. Hicimos temblar la tierra, pusimos en crisis discursos y prácticas, nos hicimos un lugar y reivindicamos un linaje de luchas.
La violencia por motivos de género fue la punta de lanza para pelear por una serie y una cadena de violencias y desigualdades estructurales. No fue gratuito. Muchas han sufrido persecución y castigos, una especie de revancha del orgullo machista herido. Hemos visto cómo nació una reacción conservadora que nos eligió como enemigas. Sin embargo, ahí están nuestras victorias y nuestra marca imborrable.
No se entiende el 2018 y 2020 del Aborto Legal sin el 2015. Y no se entiende el 2015 de Ni Una Menos sin las cientos y miles de feministas, militantes silenciosas de la micropolítica, que desde hace años venían haciendo un trabajo subterráneo.
El feminismo popular demostró a lo largo de estos 10 años que su forma de construir es colectiva y horizontal, demostró que hay otras formas de acumulación y organización de poder. Demostramos que nos guiaba la transformación social.
Y como sabemos que las luchas no se dan aisladas, supimos construir lazos con otros colectivos y aunar agendas de luchas: transversalidad como método.
Hoy nos toca un tiempo cruel, pero también crucial.
La violencia por motivos de género ha tenido coletazos en los que recrudeció, ha sido fogoneada por el poder estatal y han sido estigmatizadas y perseguidas cientos de compañeras. Nos siguen matando. Nos siguen prendiendo fuego y tirando en descampados. Nos sigue dando la espalda el Poder Judicial Patriarcal. Alguien podría decirnos que entonces todo lo que hicimos en estos diez años no sirvió para nada. En el camino hay miles de compañeras que han sido rescatadas o acompañadas, hay sobrevivientes y hay secuelas, hay víctimas, hay dolores. Hay testimonios, hay pequeños actos de justicia reparadores.
Es tiempo de redes solidarias, es tiempo de cuidarnos entre todxs, es tiempo de estar cerca, de hacer tribu, de reagruparnos y seguir. Porque quienes sabemos que somos eslabones en la larga cadena de la historia también sabemos que no podemos ser vencidas.
Hemos desencadenado un proceso del que todavía no conocemos sus efectos y consecuencias, el tiempo es más grande que nosotras. Ese es el legado que honramos y las pistas que dejamos para el futuro.
No sabemos si mañana será mejor. Pero sabemos que haremos todo lo posible para que no siga siendo esto: violencia, desigualdad y abandono.