“Lo único que veo de Argentina -dice Normando Álvarez García, embajador argentino en La Paz, mientras refugia periodistas acusados de ‘sedición’- es fútbol, a Boca y Bendita TV”. Álvarez García, funcionario del presidente Mauricio Macri, explica por qué no conoce a los periodistas alojados y se excusa en la pelota. En Bolivia, el fútbol se paró tres semanas antes del golpe de Estado a Evo Morales, después de los resultados electorales cuestionados. “Ante los posibles conflictos que se presentaran en el país”, detalló la Federación Boliviana de Fútbol (FBF), cuyo presidente, César Salinas, recibió presión de Blooming, Destroyer’s, Guabirá, Oriente Petrolero, Royal Pari y Sport Boys, clubes de la rica Santa Cruz de la Sierra, seis de los catorce de Primera División. Salinas, titular a su vez de The Strongest, club popular de La Paz, fue presionado luego para que el fútbol vuelva cuanto antes. Por el gobierno de facto de Jeanine Áñez y por la Conmebol. Y este domingo volverá el fútbol a Bolivia, con equipos trasladados en “viajes solidarios” a cargo del gobierno en rutas abiertas por militares. Que se juegue, dijo Jerjes Justiniano, ministro de la Presidencia y ex presidente de Blooming, “contribuye a la pacificación” y “normalizará al país”, a pesar de la cacería legalizada que ya arroja más de 30 muertes.

El torneo Clausura, que lleva seis fechas suspendidas, fue cuestionado en julio por los clubes de Santa Cruz, antes del comienzo, ya que la FBF había habilitado que un futbolista pueda jugar en dos equipos en una misma temporada. “Les molesta -respondió Salinas, como si fuese Evo Morales- que un colla esté al frente de la Federación. Estos dirigentes buscan regionalizar el fútbol”. Ahora Salinas quiere cuidar su lugar y hacer los deberes ante la Conmebol. A dos días del golpe, Marcelo Claure, dueño de Bolívar, club más popular de Bolivia, saludó a Áñez, “la nueva presidenta constitucional”. El poderoso Blooming, de Santa Cruz, lo hizo oficialmente: “Le deseamos que con la guía y bendición de Dios sepa llevar por buen camino los destinos de nuestra patria”. En una reunión reciente del Consejo Superior de Clubes hubo piñas -y sangre- entre Marco Rodríguez, vicepresidente de la FBF, y Fernando Blanco, vice de Destroyer’s. Discusión de índole personal, se excusaron. Otros contaron que en verdad el dirigente de Destroyer’s no quería que se diera por terminado el Clausura porque su club, de ese modo, descendía. “Tengo miedo -dijo Robert Blanco, el otro vice de la FBF-. Por todo lo que pasa en el país, porque están poniendo dinamita en puentes, por los muertos que siguen habiendo, por las amenazas. No podemos jugar al fútbol”. Tarde.

Evo Morales saltó a la política cuando fue nombrado secretario de deportes del sindicato cocalero San Francisco en 1981. Antes había organizado el equipo de fútbol de la comunidad de Orinoca. Lo llamó Fraternidad. Y se había probado como delantero en las juveniles de San José Oruro. Quedó, pero no pasó la prueba médica: signos de desnutrición. Comía tostado de fideo y tomaba té. Admiraba a Carlos Aragonés, un mediocampista creativo de Bolívar a fines de los 70. “En Fraternidad, Evo se convirtió en capitán y delegado -cuenta el periodista Martín Sivak en el libro Jefazo-. Tenía 16 años cuando lo eligieron director técnico de todo su cantón. Con la lana de las llamas que esquilaba y los zorros que cazaba, compraba pelotas y camisetas”. Cuando asumió, en 2006, había sólo una cancha de pasto sintético. Como presidente construyó más de 500. Bolivia no pudo volver a clasificarse a un Mundial. Pero con Evo defendió la localía en los 3577 metros. En 2008, la FIFA de Joseph Blatter intentó prohibirle a Bolivia jugar en La Paz. Y Diego Maradona jugó un partido solidario con Evo en el estadio Hernando Siles: “No le tenemos miedo a la altura”.

En marzo pasado, el brasileño Serginho, jugador de Jorge Wilstermann, dejó la cancha después de recibir insultos racistas de hinchas de Blooming en la visita a Santa Cruz. “Me dijeron macaco, que tenía que volver a la selva”. Evo Morales se solidarizó con Serginho: “El fútbol es un deporte que une a los pueblos, no debemos permitir que se manche con actos discriminatorios”. Serginho ya había denunciado en 2018 insultos racistas de hinchas y hasta de un jugador de Destroyer’s, también de Santa Cruz. Wilstermann es un club de Cochabamba, a donde los padres de Evo llegaron desde Argentina a trabajar la tierra, en la región del Chapare.

Entre las elecciones y el golpe, Bolivia perdió la organización del Sudamericano Sub 15. Y la selección no jugó en la última fecha FIFA los amistosos ante Chile y Panamá. Ahora volverá el fútbol a Bolivia. Con jugadores santacruceños que dijeron en una campaña, previa al golpe, que “primero la democracia, después el fútbol”. Con otros que van a entrenar en bicicleta y tienen deudas salariales de hasta cinco meses. Con los capitanes de clubes que pretendían que no se jugara al fútbol en el país. Con el presidente de un club con paradero desconocido (Carlos Romero, de Sport Boys, era ministro de Evo Morales). Con un ministro de Deportes (Milton Navarro) nombrado por Áñez que admitió que “no sabe mucho”. Todo para crear un “clima de normalidad”, como en las dictaduras de los años 70 en América Latina. También volverá, entre bloqueos de rutas, el torneo nacional que le rinde homenaje al libertador de los pueblos del sur del continente americano: la Copa Simón Bolívar.