Putin no llegó a Alaska para perder en la mesa de negociaciones lo que ganó Rusia en los campos de batalla.

Tampoco para renunciar a los laureles políticos que conquistó a lo largo del conflicto europeo a fuerza de firmeza y sensatez.

Y mucho menos aún a los beneficios económicos de haberse protegido en los BRICS frente al boicot norteamericano y europeo.

Mientras Zelenszki tambalea como colgado de un cadalso, la difuminada OTAN y la relegada Unión Europea patalean marginadas de la mesa de decisiones.

Al decadente capitalismo occidental le tocará recibir algunas escasas concesiones, que por supuesto acapararán los norteamericanos.

Detrás, en bambalinas, mientras se desarrolla la comedia de enredos, un robusto gato de rasgados ojos asiáticos, se relame los bigotes…