Este viernes 19 de diciembre, y con una segunda función agotada para el sábado 20, Él Mató a un Policía Motorizado se presentó en el Estadio Obras. El motivo fue único: celebrar los 20 años de su trilogía fundacional, compuesta por los EPs Navidad de reserva (2005), Un millón de euros (2006) y Día de los muertos (2008).
Una noche especial, cargada de clásicos y sorpresas, que conmemoró estos tres trabajos conceptuales dedicados, respectivamente, al nacimiento, la vida y la muerte.
Estos discos no fueron solo lanzamientos: funcionaron como una declaración de principios que terminó de definir la identidad del grupo más influyente de la escena independiente. Porque eso es Él Mató: la banda indie más grande de la Argentina.

Dos décadas, tres discos, una noche de reserva
El camino desde aquel tríptico de EPs hasta llenar Obras dos veces es el de una banda en constante expansión. Desde los primeros shows en La Plata pasaron por escenarios como Niceto y el Konex, hasta llegar a giras internacionales que los llevaron, entre otros hitos, a debutar en el Primavera Sound de Barcelona en 2010. Un crecimiento que siempre mantuvo una búsqueda sonora propia, entre el rock y la experimentación.
El espíritu de esa mezcla de melancolía festiva y esperanza frágil que definió sus comienzos también se sintió en Obras. El clásico clima navideño de la banda platense y la festividad argentina se fundieron en el calor sofocante de diciembre, donde tanto los acordes de quinta como el aire mismo parecían poder tocarse.
La apertura de la noche llegó apenas pasadas las 21.30, con “El héroe de la Navidad”, “Chica rutera”, “Amigo piedra” y “Mi próximo movimiento”, en una faena de guiños para quienes fueron por algo más que “Más o menos bien” o “El tesoro”. El show no era solo la expectativa por escuchar las canciones, sino la posibilidad de revivir una época. Sobre el escenario, la banda se mostró precisa y conectada, transitando con naturalidad entre la crudeza de sus inicios y la textura melancólica y expansiva que fue desarrollando con los años. En la evolución de esos arreglos pudo escucharse el recorrido mismo del grupo: de La Plata al mundo.

A lo largo del set sonaron clásicos de todas las etapas, como “Villancico del final”, la ya mencionada “Navidad de Reserva”, “Viejo, ebrio y perdido”, “Lenguas de fuego en el cielo”, “Un millón de euros”, “Día de los Muertos”, “El último sereno” y “Noche de los Muertos”, entre otras composiciones que dieron forma a una noche calurosa de más de dos horas y más de veinte canciones.
La vitalidad de Él Mató
Ahí reside el verdadero logro de la velada: demostrar que estos discos, más allá de su valor histórico, conservan una vitalidad brutal. No son reliquias para contemplar, sino canciones que siguen latiendo con la misma urgencia e intimidad del primer día. Postales de una época, de un lustro de hegemonía que quedó atrás, pero que no parece imposible de recuperar.
La celebración trascendió la mera revisión nostálgica y se erigió como confirmación de un legado. Fue la prueba de que aquella trilogía inicial -esa obsesión juvenil por los grandes temas- no fue un punto de partida destinado a ser superado, sino el núcleo sólido y permanente de su identidad. Celebrar estos veinte años en Obras no implicó mirar al pasado: fue, en realidad, reafirmar los cimientos sobre los que se construyó una de las voces más esenciales y perdurables del rock independiente argentino.
