Si bien sabemos que abundan y son incesantes las interpretaciones sobre el peronismo, no siempre se suele recordar el modo en que fijó una pedagogía, una verdadera retórica escolar. El mundo de la escuela conserva un misterioso atractivo. En él se ejerce el drama de la atención, la distracción, el homenaje feliz y la dicha del párvulo que hinca frases y dibujos en la eternidad de su cuaderno de colegial.

A la luz de su propia visión, el primer peronismo fue un conjunto de evidencias en torno de la historia y su carácter iluminado, maravilloso, ejemplar. En su pliegue más profundo, este tema quedaba sostenido en clásicas nociones de estrategia militar y cánticos de una batalla social. Pero en su dictum más explícito, el peronismo de los iniciales períodos presidenciales estaba abonado por un tejido de sentencias educacionales y ciertos evangelismos sociales de gran potencial aforístico. En todos los casos, se trataba de una enseñanza que encontraba sus cánones inagotables en las épicas operarias del siglo, en el poder de la técnica y en la felicidad comunitaria.

El misterio de los blasones

Pero tampoco era posible ignorar que esta propagada de masas –obviamente tomada de todos los movimientos sociales que ya habían ensayados esas escalas hercúleas– suponía una didáctica que en su momento reclamó las máximas realizaciones del diseño popular de imágenes y de las simbologías combatientes para la congregación de almas. De la misma manera, se puede decir que, en este punto, el peronismo es una de las estaciones más dramáticas de la publicidad política cuando el núcleo de problemas a ser transmitidos se establece en un encuentro fundamental: entre las ufanas aspiraciones del Estado, un ideal de placidez nacional y la vida cotidiana realizada como estampas de una niñez inmaculada, sin conflictos.

Perón y Evita, así escolarizados, aparecen como una iconografía de manual de lectura. Todos los que sabemos que el peronismo pronunció las más severas palabras de la vida política de un país, moviendo a miles y miles de hombres bajo las banderas del drama del resarcimiento y la emancipación, tampoco podemos asombrarnos de cómo pensó una arcadia de símbolos definitorios de la comunidad radiante, como si ningún acecho o dificultad existiera.

El misterio de los blasones

En esta vasta heráldica peronista, resaltan las alegorías del amor, los perfiles estatuarios de la pareja primordial como parte de una infinita numismática política, las cintas argentinas enmarcando siluetas y figuras cuidándolas como dijes bajo las trencillas de la patria. Este mundo peronista, que tanto movilizó las pasiones colectivas, tuvo una línea de pensamiento en torno de íconos y blasones, basada en la idea de un Estado augusto.

De algún modo se intentaba ver el mundo de punta en blanco, emitiendo diplomas al mérito y procurando miniaturas agradables, como los caniches, que representarían con amenidad lo que el reino animal tiene siempre de intranquilo. Si un libro de lectura formaba estos relicarios silábicos Vi a Eva Ave Uva se comprende la idea de que el Estado y la Naturaleza, siempre presente en este umbral de alfabetización, contara con mediadores angelicales y reparadores. En gran medida, aunque no podían dejar de ser candorosos estos libros de iniciación, contenían la semilla explosiva por la cual la Argentina vivía escindida en distintas versiones de la vida social.

El misterio de los blasones

El libro de lectura infantil –y muchos insistieron que allí habría de encontrar la idea misma de patria, era un basamento sólido de una arquitectura sentimental, y no por nada era invocado como un hecho de primera gravedad por la oposición liberal. Transcurrido más de medio siglo de estos íconos y estampas, puede verse con nostalgia ese modo de avanzar sobre la vida diaria con insignias y blasones de una retórica social que tuvo algo de bonapartista y algo de jacobina. Pero esa nostalgia, cuando cae en manos de artistas como Daniel Santoro, devuelven estas imágenes a un cauce revulsivo, en el que sin perder su tono hierático e infantil, vuelven a ser comentaristas eximias de las luchas sociales más enérgicas. Debemos verlas, entonces, como una parte angélica de la memoria caligráfica y de las esfinges nacionales, y un cofre a ser revisto por el arte y la literatura para indagar en el fondo último de nuestros pensamientos sobre la beatitud y la guerra. «

Horacio González era sociólogo, filósofo, historiador, investigador, escritor y profesor. Falleció el 22/6/2021.