Dedicado a Héctor Timerman

Aunque Javier Milei mencione «la nueva Argentina», «la nueva era», un «punto de quiebre de la historia», así como «las promesas de cambio» que contarán con el «apoyo de las fuerzas del cielo», eso no sucederá con la relación de Argentina al mundo. Abandonar el Sur Global para regresar al redil del «occidente colectivo» carece de novedad.

Así, el primer acto de Diana Mondino como ministra de Relaciones Exteriores consistió en retomar el trámite de acceso a la OCDE. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico nace en 1961, de las instituciones y países que coordinaron el Plan Marshall en Europa. A la fecha cuenta con 34 países representantes de occidente, más Chile, México, Turquía y Japón. Designada como el Club de los Países Ricos, la entrada a la OCDE es una marca de prestigio para el gobierno de Milei, aunque no aporte nada a la Argentina. Es que ya formamos parte de algunos de los 300 comités que anima la OCDE, como el de asuntos fiscales, por ejemplo. La adhesión implica seguir las reglas de la organización, basadas en las «mejores prácticas» que es la versión instrumental del «orden basado en reglas».

La ausencia de personalidades marcó la asunción de Milei, a punto tal que hasta daba lástima el monarca Borbón al rayo del sol con cara de «qué hace una persona como yo en un lugar como este». Pero lo grave es Volodomir Zelenski. No tanto por ser otro panelista de televisión devenido en presidente, sino que conduce una Ucrania en guerra con Rusia desde 2022, apoyada por la OTAN, la UE, la OCDE (ah, mirá) y todo cuanto occidente cuente. Una contienda donde además lleva las de perder, pese a los miles de millones de dólares que sirvieron para que Ucrania compre armamento occidental, al entrenamiento de la OTAN, al asesoramiento de lo mejor que tienen Estados Unidos y Gran Bretaña. Del otro lado está Rusia, que ayudó en Malvinas, apoya nuestros reclamos y envió las vacunas contra el COVID-19 en lo más oscuro de la pandemia. En cuanto a enviar material bélico a Ucrania, por insignificante que sea, nos pone de un lado del conflicto, vulnera nuestra tradicional neutralidad y traemos un conflicto que no necesitamos.

Pero la traición internacional es uno de los ritos obligados del neoliberalismo local. Así lo hicieron con el Perú en los ’90, una nación hermana que también ayudó en Malvinas. También puede ser testaferro, como el caso del armamento destinado a Croacia por orden de los Estados Unidos, que terminó con la voladura de Río Tercero. Y cómo olvidar la participación argentina en la Guerra del Golfo, de la que importamos una guerra lejana que nos trajo atentados y muerte en el propio suelo ¿Qué ganamos? Recuerdan a Galtieri, que por mandar torturadores a Centroamérica contra el sandinismo pensaba contar con el beneplácito estadounidense.

Por último, Milei envía a su «rabino personal» como embajador argentino ante Israel. No está mal enviar judíos a la embajada en Israel: Perón mandó a Pedro Manguel en 1949. Pero Manguel era político. Mandar un religioso cuya fe prime sobre las razones es arriesgado. Sobre todo cuando la Argentina se abstuvo en la Asamblea General de Naciones Unidas sobre una resolución para detener el fuego en el infierno de Gaza. Una señal que los países árabes registran.

La canciller Mondino rechaza a los BRICS y opta por la OCDE. Milei abraza a Ucrania y a Israel, países en guerra y toma partido en nombre de la Nación Argentina. Lo que alguna vez fue una política exterior nacional defendida por profesionales competentes, con eje en las Malvinas y la neutralidad ante conflictos internacionales, depende ahora de caprichos personales y de creencias religiosas auto percibidas. Milei insulta a Xi Jinping, pero suplica luego por el Swap, chino. Pero no todo es farsa. El embajador Stanley, Mike Pyle del Consejo de Seguridad Nacional, Jay Shambaugh, de la secretaría del Tesoro, en espera de Michel Kaplan, también del Tesoro, todos estadounidenses, tienen reuniones con Luis Caputo. Volvimos a los tiempos donde acciones y presupuestos son decididos fuera. Pobre Argentina, en relación de dependencia, y cuanto más humillante mejor les parece.