Hay muchas tapas en la vida de Rudolph Giuliani, a quien un día de 2001 los diarios le dieron el título de «Alcalde de América», porque como gobernador de Nueva York capitalizó las multimillonarias tareas de reconstrucción, sin rendición de cuentas, posteriores al derrumbe de las Torres Gemelas. Antes había tenido una tapa condenatoria de The New Yorker, que lo denunció por su política de mano dura y tolerancia cero con la que ordenó aniquilar a las pandillas de Manhattan, aunque en realidad lo que promovió fue el asesinato de negros de Harlem y del Bronx. Time le dedicó luego su tapa. Lo bautizó como la «Personalidad del Año», así como antes había distinguido a Al Capone. Vino, al fin, la ola de tapas laudatorias surgida cuando Isabel II lo nombró Caballero Honorario del Reino de Gran Bretaña.

Ilusionado, se lanzó a la política mayor. Fracasó. Entonces se acollaró al carro de Donald Trump, que también fracasó en su primer intento presidencial (2016). Desde ese momento quedó ligado a la figura de Trump y se sumó a sus excentricidades hasta ganarse el para nada elogioso mote de “alcahuete mayor”.

 Amante del dinero fácil, sobreactuó la lealtad al líder naciente del ultraconservador Partido Republicano y se sintió subyugado por la figura de quien luego sería el presidente de Estados Unidos (2017-2021). Trump no lo premió con ningún cargo, aunque lo mantuvo a su lado, como su abogado. Así llegó al 6 de enero de 2021, cuando su jefe ordenó el primer golpe de Estado en el país autoerigido en guardián universal de la democracia y las libertades.

Siempre fue un hombre de ultraderecha, pero nunca un golpista. Sin embargo, por la necesidad de contar con una buena espalda económica, se jugó por Trump hasta los huesos, y mientras su jefe sigue dando órdenes a los bloques legislativos y a los gobernadores republicanos, él pone la cara, soporta acusaciones en la mayoría de los 50 estados y, la más pesada, la de la Justicia de Georgia (en el sureste estadounidense). En los mismos estrados que acaban de condenarlo al pago de una multa fenomenal (148 millones de dólares), enfrenta su mayor prueba hasta el momento: luchar contra cargos penales ante los tribunales de ese estado demócrata, acusado junto con Trump y otras 17 personas de trabajar para subvertir los resultados electorales  de 2020.

Por ahora tuvo un primer adelanto de lo que puede esperarle. La Justicia de Colorado, en el oeste, condenó al jefe y lo proscribió para participar en las elecciones de noviembre 2024. La causa es un calco de la que se sustancia en Georgia. Todo dice que Trump tiene su propio Comodoro Py y que el trámite caerá, por más que el fallo, sustentado en cláusulas de la Sección III de la Constitución, parezca lapidario. El artículo fue pensado para evitar que los antiguos confederados (esclavistas) volvieran al gobierno tras la Guerra Civil (1861-1865). La disposición prohíbe ocupar cargos a cualquiera que haya jurado apoyar la Carta Magna y luego haya participado en rebelión o insurrección. En esa también caerá Giuliani, el alcahuete mayor, que el jueves ya pidió su quiebra económica. Otras serán las tapas de ese futuro próximo.