Eric Campos Bonta nació en Pilar hace 44 años. Un tío chileno, como sus padres, trabajaba allí. La familia se trasladó  por dos años a Buenos Aires, hasta que volvió a cruzar la cordillera. Eric tenía meses. Casi 44 años después es secretario general, el segundo cargo de conducción, de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile.

Llegó hasta allí conduciendo la Federación de Trabajadores del Metro de Santiago, de trascendente rol en las revueltas de 2019. «Hablaría de dos fenómenos. El 2019 fue un año con mucha movilización, convocada por la CUT y organizaciones estudiantiles. En noviembre se formó un frente de unidad social entre sindicalistas feministas, ambientalistas y territoriales. El 18 de octubre fue el inicio de actos espontáneos que marcaron la legitimidad del movimiento y a la vez la crisis total. A la semana, el 23 hay una gran marcha de un millón de personas en Santiago. Mucha violencia, protesta, movilización. El sistema político dice:  ‘bueno, esto viene en serio y no están ya los militares’. La protesta callejera no frenaba pero la unidad se resquebrajaba. La CUT convocó a un paro el 12 de noviembre y, ahora que muere Piñera, la derecha reconoce que ese fue el día en que él decidió una salida institucional, la convocatoria a un plebiscito para cambiar la Constitución. Ese paro, destacado negativamente por la derecha, invisibilizado por la izquierda, marcó un punto de inflexión».

–Pasó el tiempo. La constitución no se cambió y, por el contrario, se corre el riesgo de que sea aún más legitimada. Y además ahora hay un gobierno progresista. Pero la CUT convoca a un paro nacional.

–Chile viene de un periodo de dos plebiscitos. Partidos autodenominados de izquierda, más bien vinculados a políticas de nichos, tuvieron la mayoría en la Convención, pero fracasó el plebiscito. Luego hubo otro intento mucho más controlado, donde ganó la ultraderecha, el Partido Republicano de José Antonio Katz, un símil de la LLA en la Argentina. Tras esos procesos, ambos fracasados, lo que hay en Chile es el progresismo y las izquierdas que tienen la dirección del Ejecutivo y una derecha con poder de bloquear la reformas que el gobierno de Boric envía al Parlamento, principalmente la de pensiones, muy demandada por el pueblo chileno. Estamos muy preocupados por esa situación de empate político.

–¿Cuál es la actitud del gobierno ante esa obstrucción?

–El gobierno de Boris, para aprobar sus reformas, corre sus posiciones hacia el centro y, yo diría, a la derecha. Piensa que así van a llegar los votos. Pero la derecha quiere derrotarlo políticamente. Nosotros hemos dicho que se requiere desempatar este escenario. Sobre todo, denunciar el rol obstruccionista de la derecha y también de los empresarios, que no sólo financiaron las dos campañas de plebiscitos, sino que señalaban que si el pueblo no votaba por las opciones de derecha, no habría gobernabilidad ni estabilidad. El presidente Boric nos recibió en La Moneda. Le dijimos que el llamado al paro no es contra él. Pero si el gobierno no enmienda el rumbo… Priorizan el diálogo con los representantes del capital. Si no corrigen, el pueblo va a terminar levantándose incluso contra un gobierno autodenominado progresista y de cambio social.

–Se puede tomar como una advertencia.

–Es absolutamente una advertencia ante la necesidad del cambio social en Chile. El neoliberalismo, a pesar del estallido, no se ha movido un ápice en su modelo de implementación.

–Hablaste del sistema previsional, el de AFP que es muy similar a las siniestras AFJP de Argentina.

–Urgen muchas reformas, pero hoy día enfrentamos la de pensiones, muy funcional al capital financiero. Una pensión mínima llega a los U$S 200, sin embargo, de esos 200, las AFP colaboran solo con 60. Los trabajadores ahora aportamos el 10% y quieren que aportemos el 16%. Es decir, es un sistema que no beneficia a la clase trabajadora sino al gran capital. Es urgente reformarlo. Demostró ser un gran fracaso después de 45 años de implementado.

–¿Cómo está, en general, la economía chilena?

–Es más caro tomarse un café en Santiago que en Madrid. Chile no escapa del ciclo inflacionario mundial. El gobierno de Boric realizó un ajuste para controlar la inflación. Chile tuvo en 2022 una inflación cercana al 12%. Es mucho para el país…

–Argentina sufre el doble de esa inflación y en un mes…

–Sí, claro… (asiente entre asombro y risas). Boric llevó la inflación a un 3,5% interanual, con un ajuste del gasto público, lo que impacta en disminución de planes sociales, sobre todo en un estado tan pequeño, jibarizado, como el chileno. Y aumentó las tasas de interés: se hace más caro acceder a préstamos, sobre todo a los hipotecarios. Un departamento de dos ambientes vale U$S 120 mil. Una locura. Pero además, al pueblo tampoco se le permite acceder a otras cosas. Chile puede aparecer como macroeconómicamente ordenado, pero a partir de ingresos muy bajos: el 80% de los trabajadores gana menos de U$S 900 al mes; y el 50% no supera los 500. Es una sociedad que muchas veces accede a salud, educación, comida, vivienda combinando ingreso y crédito.

–¿Cómo actúa el sindicalismo chileno ante esas crisis?

–El sindicalismo fue muy atacado por la dictadura. Lo encuentro muy parecido a lo que hace Milei sin ser un dictador. La dictadura actuó bajo decretos, como los DNU. En el 79, a cargo de José Piñera, hermano de Sebastián, hizo otras modificaciones estructurales antes que la Constitución, la privatización de servicios públicos y la AFJ, por ejemplo, el plan laboral que aún está vigente. Fragmentó el sindicalismo y anuló la ley de paritaria: en Chile los sindicatos sólo negocian en su unidad productiva.

–La dictadura argentina hizo lo mismo. Pero el kirchnerismo reimplantó las paritarias.

–Michelle Bachellet lo intentó pero no pudo. Incluso una reforma laboral, que le devolvía poder a los sindicatos, fue bajada por el Tribunal Constitucional. Hoy hay 13.500 sindicatos con un promedio de representación de 106 personas. Es decir, es un sindicalismo que tiene dientes pero que no sirve para morder. No es baja la adhesión, un 21%, pero no tenemos poder político para accionar como en Argentina, donde incluso los sindicatos se hacen cargo de las obras sociales. Por eso, en Chile, hay un escenario que resulta terreno fértil para el avance de ideas de ultraderecha. Y la CUT juega este rol de frente político de organizar territorialmente al sindicalismo a través de las comunas, pero también con los grandes sindicatos. Asumimos ese desafío: en medio de una crisis de debilidad, poder organizar, enfrentar, empujar.

El sindicalismo inglés, que no se caracteriza por ser de lucha, en los últimos dos años, ha hecho más huelgas que en los últimos 20. Porque el gobierno avanza en lo que les queda de derechos colectivos. Es una amenaza mundial.

–¿Caracterizan semejanzas entre los gobiernos de Boric y Alberto Fernández?

–Evidentemente hay un aprendizaje de los pueblos. No queremos que después de Boric venga la extrema derecha. El peligro es inminente y tras la muerte de Piñera queda el camino libre. Hay una nueva derecha que está disputando el perfil: si va a ser bolsonarista, como Milei, como Bukele.

–Aunque sea obvio, el triunfo de Milei allanó el camino.

–Diría que Milei viene a romper un ciclo pendular o de oleadas en Latinoamérica. El progresismo a mediados de la década del 2000. Después llegó la derecha y luego una unidad progresista más débil. Así aparece Milei. Viene a profundizar el neoliberalismo con una performance mucho más dictatorial: hacer política sin la política. Están vaciados de contenido, pero aciertan en conectar con un sentido común popular, que los dota de mayoría y de legitimidad para avanzar de espaldas a la institucionalidad democrática, con la adhesión de gente que siente que la democracia ya no le sirve para resolver. Si bien se escandaliza al sistema político con frases de Milei, como la de que «el Congreso es un nido de ratas», eso no provoca una gran movilización popular en defensa de la democracia.

–Lo que magnifica el peligro.

–Milei muestra un camino dictatorial para la derecha en Latinoamérica, más peligroso de lo que fue Trump. No estamos lejos de ver muertos en las movilizaciones. Ya pasó en Chile con muertos en las protestas y gente que perdió sus ojos. Pasó en Ecuador, hace muy poco. Hay una violencia vinculada a esta idea terraplanista. Son ideas de locos pero conectan con el mundo popular y eso es lo peligroso. El sindicalismo debe poner ahí una frontera junto a los partidos progresistas, pero no dependiendo de los ciclos políticos progresistas o de la izquierda, que proponen programas que luego no se pueden cumplir debido a las ataduras institucionales de la derecha. Pese a tener mayorías en algunas elecciones presidenciales no hemos podido cambiar lo fundamental y lo sustancial.

–En tanto le asignás al sindicalismo ese rol. ¿Cómo ves la actitud de la CGT?

–Tenemos buenas relaciones con la CGT y más intensas, con las dos CTA. Es complicado opinar desde el otro lado de la cordillera. Hasta ahora conducen un camino ordenado de movilización. Ya se realizó un paro general y entiendo que habrá otro en marzo. Me parece que hay que profundizar un camino de movilización que agudice la contradicción entre la clase popular y la clase media que ve que su salario no alcanza siquiera para llegar a fin de mes, aunque aún ese sentimiento está vinculado a una supuesta esperanza de que todo se va a estabilizar. No se va a estabilizar. La cuenta no la pagó la casta, la pagaron los trabajadores. Por eso, el sindicalismo debe ser frontera: conducir y darle ordenamiento al malestar social. Lo que nos ha enseñado la ultraderecha, a pesar de que muchos creen que no han enseñado nada, es que es que no necesariamente la izquierda es la que conduce el estallido social… Ese cambio hoy día lo pueden proponer tanto derecha como izquierda. Hasta diría que la derecha fue mucho más hábil. Y además tiene el control de los medios de comunicación y no tiene límite moral para comunicar ideas que son absolutamente falsas sobre una masa que está despolitizada, pero también está indignada por la economía y por el sistema político, sin distinguir ideología y mucho menos partidos.

–¿El rol de la clase media argentina es similar a la de Chile?

–Un comportamiento parecido. La diferencia: la clase media de Chile es menos robusta, es más temerosa y como tal tiende a ubicarse detrás de fuerzas políticas que le prometen esa estabilidad.   «