En los albores de liberal-libertarianismo, me permití cometer una parodia inspirada por el modelo establecido por Jonathan Swift en Una modesta propuesta para evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público, publicado en 1729. Allí, Swift sugiere que los bebés de los pobres sean convertidos en comida gourmet para las clases propietarias. Contiene incluso en estudio de viabilidad empresaria para acometer tal tarea, cuyo rigor metodológico envidiaría cualquier consultora actual. Puesto que los ricos esclavizaron a los padres, concluye el autor, es lógico que ahora se coman a los hijos.
En la parodia realizada, el caso era la eliminación de los semáforos en calles y rutas. “Somos las víctimas inocentes de ese comunismo permanente, y no nos damos cuenta. ¿Cuánto tiempo la humanidad vivió sin semáforos? Los filósofos griegos no necesitaron semáforos en sus ciudades y por eso pudieron desarrollar las bases del pensamiento que alumbra el alma de cada individuo, la libertad. El mundo se desarrolló sin necesidad de semáforos, en ninguna de las gloriosas epopeyas civilizatorias, ni los grandes descubrimientos se debieron a los semáforos. Isaac Newton no necesitó semáforos para entender el universo ni Adam Smith necesitó semáforos para explicar el mercado. Ni Charles Darwin para fundamentar la supervivencia del más fuerte. Por el contrario, los semáforos los hubiesen distraído de sus tareas, impidiendo que llegasen a tiempo a la historia. Por eso la abolición de los semáforos permitirá no sólo asegurar la seguridad de cada uno y proteger el derecho de circular libremente, sino que abrirá nuevas oportunidades para la economía, ya que sacudido el yugo estatal regulatorio y totalitario, lograremos premiar al automovilista más emprendedor, que pasará primero”. Por cierto, ya me parecía bastante ridículo. Sin embargo, por placer o pereza –que acaso son lo mismo- aumentamos el nivel de absurdo. “Con el tiempo vamos a desechar todos los carteles de la ruta y de las calles, ya que representan una visión única que coarta las posibilidades de reflexión y de decisión del individuo, cuando no afecta su propia sensibilidad. Son también vehículos de propaganda, ¿no vieron la cantidad de giros a la izquierda que existen? El mensaje es claro e inaceptable. Y todo con la apariencia de la normalidad, e incluso con pretendidos fundamentos científicos. Ahí empieza la dominación totalitaria: debemos estar alertas”. Recuerdo la conclusión del texto: “Creemos que las ideas expuestas demuestran con creces las ventajas de todo tipo que permite la desaparición de los semáforos. Será una justa recompensa para ese sector de la sociedad que, habiendo atropellado todos los derechos políticos, sociales, económicos y culturales de los trabajadores durante tanto tiempo, tenga la oportunidad de pasarlos por encima de manera directa, y zanjar el asunto”.
De allí la sorpresa al conocer la noticia de que Louis Sarkozy, el hijo del expresidente de Francia Nicolás Sarkozy, propuso ante los medios en estos días “la necesidad de suprimir los semáforos, los carteles de señalización, las líneas blancas en el asfalto” de modo tal que el ciudadano sea responsable de la propia manera de manejar en vez de delegarla a la ley de tránsito”. “Lo que mata a los automovilistas”, concluye Luis Sarkozy “es el asistencialismo”. Para este candidato a la intendencia de Menton, para bajar la cantidad de los accidentes fatales en las rutas francesas es preciso otorgar una mayor libertad al automovilista, lo que pasa por supuesto por la derogación de la normativa existente y todo signo indicativo al borde de los caminos. La clave es la libertad, y también el miedo, habida cuenta que según este personaje “95% de los conductores temen a las reacciones de los demás autos.” Entonces queda abierta una instancia de negociación de auto a auto, basadas a la vez sobre “la libertad” y el miedo, todo un resumen del “ordenamiento” libertario. En Francia hay cerca de 3500 fallecidos por accidentes de tránsito por año (dentro de una tendencia a la baja), cuyas causas mayoritarias son el manejo imprudente, en estado de ebriedad o conducir bajo el efecto de drogas. Por cierto, el 80% son hombres y sólo el 20% son mujeres. En ese contexto, donde los organismos públicos y privados especializados sostienen la necesidad de una mayor educación vial sobre la base de los análisis realizados, las propuestas libertarias van en contra de las evidencias para imponer el propio dogma. Como vemos, la degradación del debate es un asunto global, que anuncia un determinado proyecto de poder.
Antes de fallecer, Umberto Eco nos regaló De la estupidez a la locura (2016). Es una selección de artículos donde el intelectual observa la lenta y sin embargo permanente deriva del pensamiento hacia formas sin sentido cada vez más vacías de contenido. La estupidez es el nivel teórico de la locura; la locura es la práctica de la estupidez. Con una determinada cantidad de estupidez, como lo dicho por Sarkozy j¿Jr. sobre la desregulación del tránsito, se produce el salto cualitativo hacia la locura, que es la instrumentación de tales desvaríos. Quizás estamos embarcados en una guerra mundial cognitiva, y ya sería tiempo de darnos cuenta.