Durante su última campaña electoral, Trump repitió una y otra vez que “arancel” era “la palabra más hermosa del diccionario”. Pues bien, algo cambió con la victoria electoral de Zohan Mamdani en la elección municipal en la ciudad de Nueva York. Su visita a la Casa Blanca consagró otra palabra de moda: asequibilidad. La correcta traducción de “affordability” al castellano la hace perder la fuerza que tiene en inglés como apelativo y como noción de uso muy común. El alcalde electo construyó su triunfo alrededor de esa palabra: los votos se sumaron después de que lograra imponer en el debate un marco conceptual centrado en la sencilla aspiración a que los neoyorquinos se puedan pagar la vida en su ciudad.
La invitación a la Casa Blanca fue una vuelta olímpica, la demostración de que su victoria, si fue resonante y local en lo electoral, fue definitiva y nacional en lo discursivo. La campaña de Mamdani se centró en una sola cosa: la crisis del costo de vida. La demanda fue enunciada de manera clara: una ciudad que no siga expulsando a los sectores populares. Trump, que nunca hace nada que no esté seguro de que le va a servir a él, tuvo dos reacciones posteriores al éxito del candidato que había denostado de todos los modos posibles: un minuto después de que se terminaran de contar los votos, empezó a hablar de asequibilidad (y todavía no paró) y, acto seguido, invitó a Mamdani a participar de una puesta en escena. El presidente se reservó para sí un guión sencillo: «yo también estoy preocupado por el costo de vida, y me estoy ocupando tanto como este muchacho».
De la visita queda, como notable registro, la conferencia de prensa conjunta que Trump y Mamdani ofrecieron al concluir aquella. Aquí jugaron otros factores que explican la escenografía y el guión de armonía institucional al que se apegaron ambos. Del lado de Trump, es sabido que éste nunca pierde oportunidad de mostrarse como un ganador y, a la vez, se rinde siempre ante quienes él considera también ganadores. Ese aura, la certificación de que no es un «loser», le ganó a Mamdani la entrada al Salón Oval, siguiendo un patrón que ya hemos visto desplegarse con otro socialista denostado, el presidente brasileño Lula. Del lado de quien tomaba un riesgo aceptando la invitación, Mamdani, hubo sin dudas un cálculo: un Trump asediado por el caso Epstein, no podía darse el lujo de destratarlo, como ya lo ha hecho con líderes extranjeros, El futuro alcalde no sacó los ojos de la pelota en toda la conferencia de prensa. Su premisa fue hablar de los temas que preocupan a los neoyorquinos, en términos que hicieron imposible que Trump se manifestara abiertamente en desacuerdo. En todo momento aceptó su lugar de político municipal y no habló sino en tanto el líder de la nación le daba la palabra.
El presidente viene monitoreando a Mamdani desde que éste arrancó su campaña en las esquinas de Queens interpelando a los votantes de sectores populares del republicano. Una de las cartas ganadoras de Trump ha sido robarle electorado histórico a los demócratas para ampliar la coalición republicana y ver a un candidato opositor recuperando esos votos le causa una mezcla de curiosidad y admiración. No cabe mentar aquí ninguna preocupación de Trump, quien parece bastante desentendido de la fortuna que pueda esperar al Partido Republicano en el futuro, cuando él ya no sea presidente. Por el contrario, el presidente ni siquiera se ahorró un elogio a otro socialista, Bernie Sanders, quien se encuentra recorriendo estados donde ganaron los republicanos despotricando contra la oligarquía, y subrayó cómo hay un universo de votantes que tiene a éste y no a ningún republicano, como segunda opción, después de él mismo.
Es curioso que Trump entienda ese fenómeno mejor que el liderazgo centrista del Partido Demócrata, que viene pasando a pérdida a ese electorado, al menos (y sobre todo) desde la fallida campaña presidencial de Hillary Clinton, en 2016. Vistas así las cosas, no debe sorprender tampoco el hecho de que Trump le propusiera fotografiarse juntos debajo de un retrato de Franklin D. Roosevelt, cuyo New Deal se sostuvo sobre una coalición de estados sureños e industrialistas del norte que a los demócratas se les empezó a deshilachar en los años 70. Mamdani le sacó el jugo a la situación: recordó que el alcalde republicano (y progresista) de Nueva York, Fiorello La Guardia, no habría podido alcanzar el éxito que tuvo sin la ayuda que recibió del demócrata Roosevelt. Fue su modo de comprometer una cooperación bipartidaria para beneficiar ahora a la ciudad de la que son oriundos tanto él como el actual presidente.
En tiempos de disputas políticas de suma cero, la reunión en la Casa Blanca ofreció una rara ocasión win-win. Algunas de las promesas de Mamdani, en particular las inversiones en la red estatal de transporte público, dependen en parte del flujo continuado de subvenciones del gobierno en Washington. El pulso firme que tuvo en la reunión con Trump estuvo anclado en la necesidad de reclutar la buena voluntad de éste para hacerlo posible. Queda por verse si el respeto que se ganó es suficiente para lograrlo. Entretanto, Mamdani sorprendió jugando de visitante y Trump no le fue en zaga con un ejercicio de compostura que no exhibe casi nunca.