La inauguración de la Feria del Libro siempre fue una prueba de fuego para los funcionarios. En su momento, Avelluto, quien fuera ministro de Cultura de Macri luego degradado a secretario –los liberales lo degradan todo-, pronunció su discurso ante la nuca de una platea que dio vuelta su silla. Esta vez, Jorge Macri fue abucheado por una mitad de la platea, mientras la otra exigía buenos modales, buenos morales que el jefe de Gobierno no tiene, sin embargo, con los indigentes en situación de calle.

La inauguración de 2011 será recordada por el razonable cuestionamiento de Horacio González a que Vargas Llosa diera el discurso de apertura. La de 2022, por las encendidas palabras de Guillermo Saccomanno. La de 2024, por el crítico y justo discurso de Alejandro Vaccaro, presidente de la Fundación El Libro, que señaló con acierto la contradicción gubernamental de negarse a poner un stand que representara a la Nación por primera vez en la historia de la Feria y, al mismo tiempo, pedir el predio por el que circulan los toros de la Sociedad Rural para presentar su libro. Bueno, lo de “suyo” es discutible. El presidente tiene la costumbre de escribir en colaboración no consentida con otros autores, porque la propiedad privada de la que es defensor a ultranza deviene propiedad comunitaria cuando se trata de ideas.

El planteo de Milei fue a todas luces una provocación: aprovechar el público de la Feria, pedir que ésta contribuyera con su custodia y, de paso, más tarde, solicitar 5000 entradas gratis para repartir entre los suyos. Es que acaso “Berti” Venegas Lynch carezca de medios para solventar la suya.

La diferencia entre esta Feria y las anteriores es que el conflicto no se circunscribe sólo a la inauguración, sino que la atraviesa cada día. Y las razones son varias y de distintos orden.

Foto: Fundación El Libro

Este gobierno comenzó apuntando directamente al corazón de la cultura de la que el libro continúa siendo un emblema. Apuntar contra él es también apuntar contra la industria editorial en representación de todas las industrias del país, desde la cinematográfica a la metalúrgica.

Qué mejor, entonces, que anunciar la presentación de un libro en un espacio que es símbolo del modelo agroexportador. Fue además, el lugar más adecuado para recordarnos que las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas.

Cumplida la misión y consumada la provocación sin presentar libro alguno, el león se transforma en gatito mimoso y hace pucheros porque la gente de la cultura lo trata mal y no quiere asistir a un lugar al que no es bienvenido. Lástima que como actor sea igual de malo que como presidente.

Ahora, tiene nana y, herido, remplaza el círculo del circo romano por lo que en su momento fue el cuadrilátero del Luna Park, una perfecta estrategia de marketing pensada de antemano. Poco importa la forma geométrica sobre la que se pare, el león quiere seguir devorando gladiadores: jubilados flacos, trabajadores despedidos, pobres de solemnidad…

Su embestida contra la Feria seguirá hasta que ésta termine y aun después. Es la instauración del chivo expiatorio perfecto, una comedia para distraernos de la tragedia nacional, una jugada más de quien hace de la provocación una forma de gobierno.

Resulta difícil entender sus preferencias animales: el perro como compañía personal y la vaca como emblema nacional cuando su práctica política es impulsada por el más rancio gorilismo. ¡Cuidado, este no es herbívoro!