Nació en Ensenada en junio de 1976, su infancia estuvo marcada por una madre que hizo del destrato y el desamor los pilares de su educación. Pero eso no está en su currículum. Ahí figura que es graduado en Letras (UNLP), que trabajó en Clarín, Revista Ñ, Fundación Proa y en varios ciclos de TV, y desde 2013 conduce en la radio pública de CABA el programa No se puede vivir del amor, una de las experiencias regionales más relevantes en la difusión, lucha y defensa de derechos de la comunidad LGBTQI+.

Franco Torchia también es autor de El libro de Cupido (2014), Orgullo y barullo. Las entrevistas de No se puede vivir del amor (2019) y la ficción Te arrancan la cabeza (2022).

-Si no se puede vivir del amor, ¿de qué se puede vivir?

-De todo tipo de amor que no sea necesariamente el amor romántico.

-¿Te molesta el amor romántico?

-No. Rechazo la idea de que el amor romántico es el único modo legítimo y pleno de transitar la vida. Lo discuto porque esa idea fue promocionada e impuesta durante décadas y décadas.

Ping pong con Franco Torchia: “Rechazo la idea de que el amor romántico es el único modo legítimo de transitar la vida”

-¿Recordás la escena, dónde estabas, cuando te dijeron que ibas a ser papá?

-No exactamente el momento concreto. Recuerdo el momento de la confirmación de la ecografía.

-¿Y sensorialmente cómo fue?

-Me dio vértigo y alegría al mismo tiempo.

-¿Cuáles eran los juegos de chico que más te gustaban?

-Jugaba muchísimo con los muñequitos de Playmobil. También andaba mucho en bicicleta y en patines en la calle. Era la década del ’80 en Ensenada, se podía jugar en la calle y estaba súper bien. Con los Playmobil a veces solo, a veces acompañado, armaba grandes situaciones: no tenía muchos, pero en general con los de otro u otra se hacía bulto. Y luego recuerdo a un compañero de la primaria que fue uno de los primeros que tuvo una especie de proto proto proto consola de juego, que se llamó Colecovision. Me acuerdo que jugué bastante aunque nunca fue lo mío.

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-¿Tenías amigos o amigas preferidas?

-Me acuerdo de Anabella y Florencia, después este de la consola que se llama Jorge, luego recuerdo muy bien a Diego, a tres hermanas que vivían cerca enfrente de mi casa, que sobre todo con la más chica jugaba seguido.

-¿Y te los cruzaste ya siendo conocido o te contactaste de alguna manera?

-A Anabella la tengo en Instagram. Y tenemos un grupo de WhatsApp con algunos de la primaria.

-¿Y de la secundaria?

-Bueno tengo una especie de hermana de la vida que la conocí cuando tenía 13: Florencia. Es una persona nuclear en mi vida, ella tenía 14.

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-¿Eso fue en el Colegio Nacional de La Plata?

-Hice la primaria en Ensenada en una escuela salesiana que en ese momento era sólo de varones. Y cuando llegué a séptimo, mi madre me anotó en el Rafael Hernández, que es el más conocido, porque hay tres colegios nacionales en La Plata. Y al día de hoy, a diferencia del Colegio Nacional de Buenos Aires, conserva un método de ingreso que es por sorteo. Es algo que se instauró cuando volvió la democracia y es algo que busca ser más democrático que la meritocracia de un examen. Tuve la suerte de ingresar por sorteo. Y para mí en 1990 todo empezó a cambiar fuertemente. Todavía vivía en Ensenada pero empecé a viajar en colectivo a La Plata todas las tardes, y esa escuela humanista significó muchos cambios. No solamente por los contenidos sino por lo que pasaba en la escuela. Empecé a militar en el centro de estudiantes en una escuela con mucha historia -tiene muchos desaparecidos (alumnos y profesores), fundamental en La noche de los lápices-; comencé a tomar clases de teatro. Eran momentos muy álgidos. La repuesta social que tuvo la década menemista, cuando la miro en retrospectiva, me provoca mucha admiración.

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-¿Es verdad que de chiquito escribías a máquina porque te enseñó un vecino?

-Sí, me enseñó mecanografía un vecino que había ido a Malvinas y había logrado volver. Mi madre me llevaba a la casa de la vecina para rezar por el regreso, se juntaban todas las vecinas a rezar. Me acuerdo muy bien el día que lo vino a buscar un camión y perfectamente bien el día que volvió. Fue muy emocionante. Y cuando volvió, volvió con problemas de salud mental. Su mamá tampoco era la misma a su regreso y también terminó con problemas de salud mental. Aprendí mecanografía absolutamente ligado a la guerra.

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-¿Cuál fue el primer Día del Orgullo al que fuiste y qué te fascinó más?

-Me vine a Buenos Aires en el 2001, así que si no fue esa fue la del 2002. Y lo que me fascinó y me sigue fascinando es una noción de lo queer, que a mí es la que más me interesa: lo monstruoso. Lo monstruoso en el sentido de lo deforme, de lo irregular, de lo acechante: de lo felizmente amenazante. Hoy tenemos que volver a ser amenazantes, insistir en nuestra condición monstruosa. Somos felizmente monstruos, extraños, diferentes.  «

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Franco Torchia.

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