Gabriela Mayer continúa cultivando su género favorito, el cuento. Esta vez lo hace en Nunca podemos descansar del todo, un libro que reúne relatos que van de lo fantástico a lo cotidiano y que logran unidad a través de la nítida marca de su escritura.
En un país de grandes cuentistas del que Borges es un ejemplo paradigmático, Gabriela Mayer acepta el desafío de dedicarse a ese género breve del que tantos escritores y críticos dicen que exige mucha más precisión y maestría que la novela.
Su último libro, publicado recientemente por Milena Caserola, se llama Nunca podemos descansar del todo y reúne 12 cuentos que, aunque diversos, logran un efecto de unidad en el que se reconoce la marca de una misma escritura que trabaja sobre distintas materias, desde lo fantástico y el cuento de personajes a los recuerdos de infancia.
El primer relato, que da título al libro, introduce a los lectores en el mundo misterioso de Colonia Los sentados donde “Los que mueren son ubicados en una silla, sillón, banquito o butaca”. El último, “Reír con los ojos”, también tiene que ver con la muerte, en este caso, con la muerte del padre, que lleva a evocar a la hija sus recuerdos de infancia.
El clima, en cambio, es absolutamente distinto del primero: no hay ningún elemento que no pertenezca al mundo de lo cotidiano y se desarrolla en un espacio muy concreto, el barrio porteño de Villa Urquiza.
Entre el primero y el último cuento se despliega un clima de extrañamiento, como lo señala Carla Maliandi en la contratapa. Ese extrañamiento actúa como una suerte de apelación al lector para que abandone la percepción automática y recuerde que el hecho de estar vivo es algo absolutamente extraño aunque la repetición haya llegado a naturalizarlo.

Gabriela Mayer
-¿Cómo nacen tus cuentos?
-Por lo general, nacen de un disparador, de una idea fuerza. Puede ser una frase escuchada al pasar, una situación que me llamó la atención en la calle, un recuerdo borroso de infancia que de golpe vuelve. Pero solamente escribo a partir de ese disparador si queda dando vueltas por un tiempo en mi cabeza.
Es una idea insistente, que no me suelta ni puedo soltar, hasta que de alguna manera la “libero” en el acto de escribir. Si la idea desaparece a los pocos días, eso quiere decir, para mí, que no estaba destinada a llegar al papel. Igualmente es un proceso lento, y muchas veces dejo pasar bastante tiempo hasta que me siento a escribir.
-El libro está dividido en tres partes. La primera está integrada por cuentos que podríamos llamar fantásticos. En la segunda, los cuentos se centran en uno o dos personajes. La tercera está referida a la infancia o al recuerdo de la infancia. ¿Fueron concebidos así?
-Tres de los cuentos del libro, “Maps” y “Gerardo”, ya los tenía escritos cuando publiqué Sueños como cuchillos, mi libro anterior, de 2022. Pero no los incluí porque quería seguir corrigiéndolos. Para mí, el acto de corregir es como cuando terminás de enduir una pared y tenés que lijar una y otra vez. Claro, es más fácil enduir, pero lijar es tan molesto como imprescindible para la terminación y, en la escritura, también. Por eso, aunque un cuento brote quizás en una o dos sentadas, en una primera escritura, luego paso mucho tiempo repensándolo, corrigiendo y reescribiendo –algo así como la lija fina-. Pueden ser semanas o incluso meses.
La gran mayoría de los otros cuentos fueron surgiendo durante 2023 y comienzos de 2024. El último que escribí es “Mujeres raras”, uno de los cuentos en los que vuelvo a los recuerdos de infancia en el departamento de la avenida Federico Lacroze. Curiosamente, también es la continuación de “La terraza”, un cuento que ya tenía unos años que decidí reeditar, porque sentí que era una pieza imprescindible en este nuevo volumen.

-Los pensaste separadamente y los reuniste o ya tenías al escribirlos una noción de unidad del libro.
-Me habría gustado planificarlos a partir de esa noción unitaria, pero nacieron separadamente. Por lo general no suelo ni puedo planificar la escritura, porque son impulsos y obsesiones los que me llevan a escribir.
Tal vez la unidad no radique en la planificación de la escritura, sino en los temas que me ocupan, porque los cuentos siempre surgen de una inquietud en común. Creo que cada uno de mis libros recorre, a su manera, las etapas y preocupaciones que estaba atravesando cuando lo escribí. Y “Nunca podemos descansar del todo” no es la excepción.
–En la primera parte del libro los hechos suceden en espacios acotados, en pueblos pequeños. Luego se abren a nuevas geografías pero siempre están muy determinados por el lugar. El espacio actúa casi a modo de un personaje más.
-Los espacios son trascendentales en cada historia y me divierte trabajarlos. Por ejemplo, yo me siento muy porteña. Entonces me gusta que buena parte de mis personajes transiten los barrios, la misma ciudad que yo conozco, que observo, tal como ocurre en la segunda parte del libro. De alguna manera, eso me pone en un plano de complicidad con los personajes. Que viajen en los mismos trenes que yo, que circulen por las mismas rutas, que visiten consultorios médicos similares a los que fui.
Otras veces, como en la primera parte del libro, me atrae situar a los personajes en pueblos o entornos suburbanos, que tienen esa interesante condición de “mundo chico” o “estar al lado de”. Por ejemplo, para ambientar el cuento “Nunca podemos descansar del todo” me inspiré en la fiesta de un pueblo que visité muchas veces, Villa Lía, cerca de San Antonio de Areco. O recordé viejas vacaciones en Mar del Plata para escribir “Fotos sueltas”, que transcurre en Punta Mogotes.
-Con qué contás de la historia al momento de sentarte a escribir. ¿Ya conocés el final o lo vas buscando en la escritura? ¿ Vas donde las palabras te lleven o tratás de controlarlas?
-¿Cuando me siento a escribir, tengo el disparador que te mencionaba antes y un camino pensado que me conduce al final. Si no sabés ese final y lo vas buscando a tientas en la escritura, esa vacilación se va a notar en el texto y le va a jugar en contra. Abelardo Castillo decía que “un buen cuento es una historia contada de la única manera posible”. Ese es el desafío…
Algunas veces, el disparador ya viene de la mano con un final. Pero, si no lo tiene, me tomo el tiempo que sea necesario y lo dejo decantar, hasta que tengo claro hacia dónde llevar la historia. Es una lucha desigual, pero intento controlar las palabras. Cuando lográs domar las primeras, ya tenés parte de la batalla ganada con las palabras que vienen después.
-¿Cuando tenés una idea para un cuento la dejás madurar un tiempo antes de escribirla o sentís la compulsión de ponerte a escribir y ver qué pasa?
-En general, no me siento a escribir sintiendo que algo me quema los dedos. Como te decía antes, soy más bien de tomarme un tiempo para dejar madurar y decantar la idea. El ejemplo más extremo de esto fue “La terraza”, porque hasta que logré sentarme a escribir este cuento pasaron décadas. Hacía muchísimo que tenía la idea central: la muerte de mi mamá cuando yo era chica.
Pero recién una noche, mientras esperaba a que se durmiera mi hija, se me ocurrió por dónde hilar la historia. Iba a situar el cuento en la terraza del edificio de Lacroze y el personaje de la nena iba a hacer ahí el duelo, evocando cuando subía con su mamá a colgar la ropa y corría entre túneles formados por sábanas mojadas.
Y la idea de “Nunca podemos descansar del todo” se me ocurrió entre la vigilia y el sueño, pero hasta saber qué iba a hacer con ese disparador, una sociedad que en lugar de enterrar o velar a sus muertos los conserva embalsamados en sus casas, preferí esperar. Cuando entendí hacia dónde iba el cuento, ahí sí me senté a escribir. Porque, ahora que lo pienso a partir de tu pregunta, un disparador ya nos ofrece prácticamente todo. Pero la dificultad quizás esté en descifrarlo bien.
–El primer cuento, “Nunca podemos descansar del todo”, me recordó a Rulfo aunque el lenguaje no tiene nada que ver con él. ¿Qué voces creés que resuenan en tu escritura aunque tu escritura no la refleje? Me refiero a los escritores y escritoras que crees que influyeron en vos.
-Siempre me resulta difícil saber qué ecos resuenan en mi propia escritura, porque es algo que tal vez quede más claro a la vista de lectores y lectoras que de la mía propia. Pero sí puedo decir que admiro muchísimo la obra de Julio Cortázar y cómo irrumpe ahí lo fantástico cotidiano. Hace poco leí una entrevista donde dijo algo que me quedó grabado: “Es evidente que, si comenzamos por aceptar lo fantástico, es una manera de abrirle la puerta, entonces lo fantástico entra”.
No podría estar más de acuerdo y, modestamente, también trato de dejar mi puerta siempre abierta. Me encanta que lo fantástico irrumpa en la cotidianeidad, la desacomode, revele nuevas capas de sentido.

-En tus cuentos predominan las mujeres. ¿Es algo buscado o espontáneo?
-Es otro fenómeno que ocurre de manera no planificada. En mis primeros libros esto no era así y había muchas voces masculinas. Incluso un personaje, el Pájaro, se repite en varios cuentos. Pero, desde Sueños como cuchillos, comenzaron a resonar en mí principalmente las voces femeninas, que eran las que más me convocaban a escribir.
Creo que, al igual que en mi libro anterior, los vínculos afectivos siguen ocupando un lugar central en los cuentos. Hay relaciones afectivas que llegan al límite, pero también mujeres que le pelean a la soledad y al mandato de ser madres, adolescentes que intentan manipular a otras y nenas aprendiendo a vivir con la ausencia de su madre.
El cuento, un género sin margen para el error
-Entiendo que dentro de la narrativa te dedicás sólo al género cuento. ¿Qué encontrás en ese género?
-Sí, el cuento es sin duda el género que más me gusta y donde me siento más cómoda. Tal vez tenga que ver con que vengo del periodismo, donde también prevalece la escritura más breve y no de tan largo aliento. Pero creo que, sobre todo, me seduce ese desafío de poder desarrollar una historia, construir un mundo y cautivar a un lector o lectora en apenas unas pocas páginas. En el cuento te jugás a fondo, no hay mucho margen para el error.
Al mismo tiempo siento que suele ser un género poco valorado, pese a la enorme tradición que tiene en nuestro país, con tantos cuentistas magistrales. Es frecuente que por ser cuentista te pregunten “y la novela, ¿para cuándo?”. Como si la novela otorgara una legitimación que el volumen de cuentos no te da. Jamás lo escuché al revés, o sea que a alguien que escribe novela le pregunten una y otra vez “¿y para cuándo tu libro de cuentos?”
De hecho, es mucho más difícil publicar cuentos que novela. Algunos editores dicen que se vende menos. Yo tiendo a creer que más bien muchas veces se le da injustamente la espalda al género. Y que, además, puede existir un público lector muy fiel al cuento.
Mayer según Mayer
-¿Una vez publicado Nunca podemos descansar del todo, qué dirías del libro, del resultado final?
-Que el título del libro refleja el del primer cuento, pero también resume el espíritu de los demás cuentos. Porque los personajes sienten una incomodidad en los espacios que habitan.
Por eso, están en una búsqueda de liberarse de un entorno que muchas veces los asfixia o en el que simplemente no logran o no quieren encajar.
Además, que estoy muy contenta con la ilustración de tapa, obra de Lucía Martínez Mayer.
Creo que sintetiza a la perfección el espíritu del libro, al permitirles a los lectores espiar por la ventana de una casa.
Detrás del cristal aparece una cocina, donde posiblemente circularon o estén circulando buena parte de las mujeres que habitan estos cuentos.