Ecuador y Guatemala son  países con geografías físicas y humanas semejantes. En Ecuador el territorio es de 256.000 kilómetros y de 108.000 en Guatemala. La población, en ambos casos, es de alrededor de 18 millones. Es además multiétnica y pluricultural. En ambas geografías la población que se auto identifica como mestiza es de alrededor del 65%. El resto se auto identifica como perteneciente a diversas etnias, en Ecuador, y en Guatemala la aplastante no mestiza se auto identifica como maya.

Ambos países han tenido historias políticas turbulentas. En el siglo XX, desde los años cincuenta, Ecuador tuvo sacudones políticos que sin embargo no comprometían su condición de país de paz social, con expectativas de mejorar los principales problemas  de  pobreza y  desigualdad que sufre la mayoría de la población. En los 23 años del siglo XXI Ecuador fue presa de autoritarismo, corrupción e impunidad, que unido a la expansión del narcotráfico penetrando a las instituciones lo convirtieron en narco-estado, amenazado de transformarse en narco-sociedad.

En Guatemala, desde el derrocamiento de Jacobo Arbenz,  por una invasión extranjera auspiciada por Estados Unidos, se impuso un sistema autoritario y  corrupto, que ha gozado de impunidad hasta ahora. La elección como presidente de Bernardo Arévalo amenaza con iniciar el fin de la siniestra trama que incluye empresarios, políticos, militares y narcotraficantes.

Hoy la economía ecuatoriana ocupa el lugar 64 por tamaño del PIB y Guatemala el puesto 69. El ingreso per cápita de Ecuador es de 5800 dólares y el de Guatemala es de 5560 dólares. La situación económica de corto  plazo es mejor en Guatemala que en Ecuador. La deuda pública ecuatoriana triplica a la guatemalteca.

Foto: AFP

En ambos países sus principales problemas eco sociales, que son la pobreza,  la desigualdad y la violencia, deben ser enfrentados desde la política. En ese sentido Ecuador desde Noviembre 2023 y Guatemala desde el 14 de enero de 2024 tienen presidentes capaces de recuperar lo perdido siglo XXI, en Ecuador, y 70 años del Pacto de Corruptos en el país centroamericano.

Ambos presidentes, Noboa en Ecuador y Arévalo en Guatemala, enfrentan problemas internos originados en el pasado que se resiste a morir cuyos signos son la corrupción, la impunidad, la inseguridad provocada por el crimen organizado y la delincuencia común.

 Noboa ha mostrado decisión política para alejar política y geográficamente a una vicepresidenta incómoda y truculenta. Además de sabiduría para construir una convergencia legislativa que en temas centrales le otorgue gobernabilidad en la diversidad propia de cualquier democracia. Arévalo ha exhibido semejantes condiciones para resistir el embate del Pacto de Corruptos que utiliza como instrumento al Ministerio Público, al servicio del aún presidente Alejandro Giammattei para inventar fraudes electorales supuestamente ocurridos hace meses. Y así deslegitimar la victoria electoral de Arévalo para convertirlo en presidente rehén de la trama corrupta que domina al país.

El expresidente Guillermo Lasso, con el repudio de la opinión pública, salió del palacio de Carondelet hace pocas semanas, con el estigma de ser parte de la trama de corrupción, impunidad y violencia, que gobernó al país dos décadas. Así abandonará dentro de escasas semanas el palacio de cultura y sede presidencial Giammattei, con la pesada carga de ser el último presidente del Pacto de Corruptos que ha sometido al pueblo guatemalteco a siete décadas de idénticos males que el pueblo ecuatoriano ha padecido veinte y tres años.

Ambos nuevos presidentes reverdecen esperanzas que parecían perdidas en Ecuador  y Guatemala donde sus pueblos recuperan la indispensable fe en que el futuro puede ser mejor. Y ambos pueblos son fecundos en literatos y artistas inmensos.

Vienen a la mente las palabras del mexicano premio nobel de literatura Octavio Paz, cuando en una de sus múltiples entrevistas vinculando la literatura y la historia decía: “La poesía es la parte secreta del alma de los pueblos y perfila el futuro”. Si la poesía es buena como la de Carrera Andrade y Asturias, el futuro de Ecuador y Guatemala puede ser mejor que el terrible presente.