Hollywood consagró para Occidente la mirada hegemónica sobre la Segunda Guerra Mundial, su final y especialmente sobre la carga de cada país “aliado” en la derrota de la Alemania nazi.

Esa visión, falsa pero prevaleciente, llega hasta nuestros días, al punto de que el actual gobierno alemán decidió no invitar a Rusia a las celebraciones de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, cuando fueron las tropas rusas, en verdad soviéticas, las que lograron esa hazaña.

Es que la actual administración germana, otanista y socialdemócrata, mancomunada con los EE UU en las medidas coercitivas unilaterales contra Moscú, ni siquiera puede reconocer la verdad histórica, sometida al dominio de Washington y ahora forzada a un rearme que está terminando de acabar con el “Estado de bienestar”, lo que provoca a su vez su crisis y un resurgimiento cíclico del partido neonazi como importante fuerza después de las últimas elecciones.

Desde el Salón Oval de la Casa Blanca y desde el 10 de la Downing Street de Londres, se celebraba el avance alemán sobre la URSS como una avanzada propia contra el comunismo, subestimando los afanes de gran potencia hitlerianos para dominar Europa en la disputa interimperialista.

Bastante tiempo después, cuando la recuperación del pueblo de la URSS logra su heroica victoria en Stalingrado e inicia la contraofensiva que cambia el curso de la guerra (1943), los EE UU ingresan a Europa por Normandía (junio de 1944), cuando en enero de ese año el Ejército Rojo ya marchaba victorioso en territorio alemán, liberaba Auschwitz y colocaba la bandera roja con la hoz y el martillo en la cúpula del Reichstag berlinés entre el 8 y el 9 de mayo de 1945.

Los generales nazis firmaron la capitulación ante los mariscales rojos y no ante ningún oficial yanqui o británico. Claro que en la conciencia social la poderosa filmografía hollywoodiana impuso otra versión de las cosas. Por eso se torna necesario ver en detalle los sucesos desde una mirada epocal.

Lamentablemente las victorias también tienen su precio y por forzar a la concentración del mando ya nunca pudo recomponerse el poder de los soviets de obreros, campesinos y soldados, es decir, el Poder Soviético.  

Pero si bien tras la caída del Muro de Berlín se planteaba el fin de la historia, de las ideologías y las revoluciones y es cíclico el surgimiento de tendencias fascistas en el capitalismo a la hora de justificar sus guerras, represiones, discriminaciones y represiones, también es cíclico el resurgimiento de alternativas a la dominación imperialista.

Eso ocurre ahora con la alianza BRICS ampliada, que está encabezada por el sorprendente desarrollo económico, científico-tecnológico, militar y social de la República Popular China, donde gobierna el Partido Comunista sustentado en su democracia popular de más de cinco millones de comités de base, que lleva ya más de cuatro décadas de una exitosa política de Reforma y Apertura. Y de la que la Rusia actual forma parte junto a casi una veintena de naciones.  

A contramano de aquellos devaneos de Francis Fukuyama, la historia no termina. Ni terminará. Y su motor principal, que es la lucha de clases, local y regional, pero también de escala internacional, continuará ofreciéndonos novedades. Mal que les pese a los ultraliberales y fascistas de hoy que están poniendo a la Argentina del lado del imperio en decadencia y no de los nuevos avances de los pueblos del mundo.