Homenajes: Carlos Gorriarena y Germaine Germaine Derbecq en la Colección Amalita

En las últimas inauguraciones del año tras el nuevo guión curatorial de su acervo, la Colección Amalita homenajea en dos muestras, una a Carlos Gorriarena en el centenario de su natalicio, y otra antológica de una artista casi olvidada como fue Germaine Derbercq.

Gorriarena en todas partes

Inaugurada el 20 de noviembre bajo el sencillo nombre de “Carlos Gorriarena, 100 años” en el museo de Puerto Madero, la exposición presenta una decena de pinturas pertenecientes a los acervos de ArtHaus y la Colección Amalita. Son obras de gran tamaño e intensos colores que se complementan con material documental como un cuaderno del artista, provisto por Sylvia Vesco. Ambas instituciones se suman a la celebración por el centenario del artista que cumplía el 20 de diciembre, caracterizado por el  compromiso social y crítico de la sociedad burguesa, formado, entre otros, por Lucio Fontana y Antonio Berni en su paso por Bellas Artes, y luego con Demetrio Urruchúa.

La celebración también tiene a Gorriarena (Buenos Aires, 1925, La Paloma, Uruguay, 2007) presente en el Museo Nacional de Bellas Artes con la muestra “Carlos Gorriarena. Retrato de un momento” compuesta de unas 30 obras, que inaugurada en octubre puede visitarse hasta enero. Y a su vez, desde hace pocos días, su pintura “Hecho” (1985) puede contemplarse en la Sala PAyS del Parque de la Memoria. 

En particular, este cuadro se dispone en una sintonía diferente a la crítica social a la sociedad burguesa más conocida de su obra tan gestual y de colores expresivos y figuras caricaturescas posteriores. Esta pintura, donde priman tonalidades de blancos, ilustra la fuerza de la lucha de las Madres y el reclamo por los desaparecidos, en el marco de la muestra “Señores Jueces, Nunca Más. Del juicio a las Juntas Militares al presente”, organizada por el Parque y Memoria Activa. 

Distinto es en el Fortabat donde el homenaje a Gorriarena balconea con el otro homenaje, el que rescata la figura de la artista francesa nacionalizada argentina Germaine Derbecq (París, 1899 – Buenos Aires, 1973).  La artista que es más conocida por ser la esposa del escultor argentino Pablo Curatella Manes (1891-1962) y por su  actividad como crítica y curadora, espacios desde donde “formuló el campo de la nueva vanguardia argentina dando lugar a personajes como Marta Minujim, Alberto Greco y tantísimos más”, dice la Federica Baeza, curadora de la exposición.

Éxtasis de Derbecq

Con más de 70 obras, la exposición antológica “Germaine Derbecq. Éxtasis, 1899-1973” aborda una obra de grandes cambios: desde el cubismo a la geometría de los “múltiples” que desarrolló a partir de 1968 y que revela el interés social de llevar el arte a un público amplio  -en sintonía con otros artistas de la época-, porque como expresaba la artista: “cómprese un múltiple al precio de un par de zapatos”. 

“Entre la palabra y la imagen, entre el legado de las vanguardias históricas y la renovación neovanguardista, entre la pintura y la crítica, entre la espiritualidad cristiana y el estandarte de un arte para el pueblo, entre París y Buenos Aires, la figura de Derbecq nos muestra una región de proximidades e intercambios fecundos”, resume Baeza en su texto curatorial.

La exposición se nutre de textos, recortes periodísticos, algunas fotos y cuadernos y obras de otros artistas que contextualizan el pensamiento y obra de Derbecq asociada a esa doble faceta que la encuentra, ya instalada en la Argentina en 1951 con su familia, no solo como artista, sino como curadora y crítica de arte. La radicación en Buenos Aires implicó quemar las naves con su patria tras sufrir pérdidas y penurias por la guerra en una Francia ocupada por el nazismo y sus consecuencias.

“La Segunda Guerra fue un comienzo de penurias, pero después ella se enfermó gravemente, hubo cuestiones familiares y financieras, y mi abuelo ya no podía quedarse en Europa. Tuvieron muchas penurias por lo cual hicieron un corte con Francia, y de hecho mi abuela se naturalizó argentina en 1958”, cuentan Alejandra y Clara, nietas de Germaine en diálogo con Tiempo Argentino. Y destacan algo que caracterizó al matrimonio en sus obras como fue el “no repetirse, ni copiarse” y las rupturas en sus prácticas artísticas.

Uno de esos quiebres se produjo en Vichy, ciudad a la que se mudó la familia a principios de la guerra a requerimiento del trabajo de Curatella Manes en la Embajada Argentina, donde “ella empieza a hacer carbonillas y pasteles”, en tiempos de privaciones, los cuales fueron “bocetos de futuras pinturas”. Estás obras significaron, ya en palabras de la curadora, “un cambio en su estilo por el pasaje de la figuración a la abstracción”.

Por otro lado, la llegada a Buenos Aires significó para la artista un renacimiento en este “nuevo mundo”, en una ciudad donde “fue muy feliz porque se encontró con los artistas jóvenes, que la querían mucho” y además donde “ella no paró de trabajar”, expresan las nietas. 

También cuentan que Derbecq sostenía “que el pintor tenía que dejar su gloria y consagración y hacer pinturas en serie que llegarán en forma masiva a cualquiera, que fuera accesible”.Entonces, la idea de crear un arte accesible la llevó a dejar de hacer “miles de bocetos” para “hacer proyectos, y cada proyecto fue una versión de la futura obra”. Por eso, explican, se observa las geometrías de los “múltiples el mismo diseño con pequeñas modificaciones, de color o ubicación, lo más conocida de ella como pintora acá”. Y así como Germaine potenció la escena artística, también estimuló a sus nietas a crear y jugar, a tener creatividad: “nos estimulaba todo el tiempo”, recuerdan.

Por otro lado, y en referencia al “éxtasis” curatorial como categoría amplia, dicen sobre su abuela: “Era muy apasionada, muy mística también y creemos que de los infortunios ella sacó fuerza en la mística y en el arte, (y también) nutriéndose de las nuevas generaciones”, como si fuera una “búsqueda de trascendencia”, señalan, aunque no muy convencidas con este aspecto. 

La muestra transcurre por los distintos escenarios, explica la curadora, “desde su lugar con la palabra, y cómo ella se construyó desde los años 20 y 30 y la obra que hizo, finalmente los años 40 y 50, y las obras que hizo a partir de los años 60, son todos escenarios en los que Germaine encontró su figura, donde siempre cambió, donde no importándole la trayectoria ni el tiempo, ni los saberes acumulados, siempre se atrevió a desafiarse”. Por eso, justifica Baeza, “la relación con el arte, la espiritualidad, es un lugar de desafío constante, es un lugar en el que se repiensa todo el tiempo y mira siempre para el frente”.

Hace un par de años, Jorge, el hijo orgulloso de sus padres y legados, se lamentaba por el poco reconocimiento a la obra de su madre. Es así, que la muestra gestada por Jorge Curatella Manes y Carlos Calvaresi de la galería homónima, vuelve a ubicar en el mapa a esta importante figura del arte argentino. 

Una figura descripta por Baeza como: “Ávida, empeñada en entender lo que vendrá, elegante, culta, asertiva, compañera de lxs artistas, exigente, especialmente consigo misma, en abierto desafío con los lugares que suponía su género, Derbecq mantuvo una intensa conversación con las artes a lo largo de toda su vida. Una relación de admiración y emoción que siempre la desafió y le hizo imaginar otros lugares posibles. Su éxtasis”.

Contemporánea de la modernidad y las vanguardias de principios del siglo XX, Germaine se formó en La Grande Chaumière y en la academia Ranson donde conoció al cubista y crítico de arte André Lhote -uno de los grandes referentes del arte- quien fue uno de sus maestros, así como lo fueron Maurice Denis, Paul Sérusier y Juan Gris, y expuso desde 1918. Conoció a Pablo Picasso y Alice Halicka, y fue en París, donde conoció a Curatella Manes -conocido por “Los acróbatas” y “Ninfa acostada”, entre otras obras-, con quien se casó en 1922 y tuvo un hijo en 1934. En Argentina, Derbecq estuvo al frente de la Galería Lirolay (1960-1963), escribió en el diario francés Le Qouidien entre 1953 y 1972, y cofundó en 1970 la revista especializada “Artinf”, una fuente indispensable de consulta sobre esos años. 

Con cinco tiempos, la muestra junta en modo circular “La palabra” con la geometría de los “Múltiples” y sus variaciones infinitas: completándose con “La acción”, «Atmósfera artística”, “El alma de las cosas” y “La desmaterialización“, desde el tránsito postcubista de los años 20 y lo cotidiano como tema, a las pinturas de los 40 y 50 de bocetos previos como “crucifixiones, anunciaciones, payasos y bailarinas de cancán” hasta las “indagaciones ópticas”, el pop y la dilución de la materia.